
Probé una clase de yin yoga y lo que descubrí fue inesperado
22 de febrero de 2019 • 12:06

Esta práctica de 90 minutos trabaja con dos conceptos: la permanencia y la estabilidad. - Créditos: Josefina Nicolini
"Tengo que hacer algo físico" debe haber sido una de las frases que más repetí durante 2018. Averigüé en gimnasios, fantaseé con bailar o correr, hasta que una amiga me preguntó: "¿Conocés el yin yoga?". Yo había hecho una temporada de yoga Iyengar y conocía varios estilos –ashtanga, hatha, kundalini–, pero jamás había escuchado esta variante.
Ya cuando entré al espacio y me saqué las zapatillas, el silencio y la música suave me instalaron en otro mood. Imágenes sagradas de la India, un altar con instrumentos musicales y velas estaban ahí, mientras las últimas luces de la tarde entraban, anaranjadas, por un ventanal. Apenas empezó la clase, Milu, la profe, me contó brevemente el porqué del nombre: este yoga se basa en el concepto del "yin" (lo estable, inmóvil y oculto de las cosas) y el "yang" (lo cambiante, conmovedor y revelador).
Por eso, esta práctica de 90 minutos trabaja mucho con dos conceptos: la permanencia y la estabilidad. Cuanto más tiempo dura una asana –a veces llegan a los 5-7 minutos–, más hay que potenciar la respiración para que el cuerpo se libere. Durante las primeras posturas la pasé bien. "Ah, esto es tranqui", pensé, mientras escuchaba el ritmo de mi respiración, acompasado con la música suave y las palabras de Milu, que nos invitaba a hacer un viaje no solo corporal, sino también hacia nuestro interior.
Al rato, llegaron las posturas más desafiantes, esas que decís "ay, no voy a poder con esto, no me da el cuerpo". Los brazos enredándose en lugares imposibles, la cadera muy elevada, sostenida por un bloque de madera, y el peso de mi propio cuerpo que buscaba la comodidad de lo conocido. Milu nos seguía guiando con la respiración y ahí descubrí que esa herramienta es otra de las grandes claves del "yin yoga"; cuando puse la atención ahí, en mi propio ritmo y en mi propio cuerpo, de a poco iba encontrando lugares más cómodos, iba confiando en mis propios límites, iba reencontrándome un poco más conmigo misma, una versión de mí más flexible.
La clase terminó con una amorosa relajación, acompañada del sonido de cuencos y de instrumentos hindúes y con la certeza de que el tiempo, a veces, es más importante que la intensidad a la hora de encarar un desafío físico. Como en un loop, mi propósito de 2019 vuelve a ser el mismo: "Tengo que hacer alguna actividad física". Pero, al menos, ya tengo una gran opción.
Si querés probar
Dónde: Milu Granitto, Moldes y Céspedes, Colegiales.
Más info:yinyogayin@gmail.com.
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