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Eduardo Sacheri, escritor: "El arte no viene cargado de verdades, pero viene estimulando preguntas"

Charlamos con el autor de "El secreto de sus ojos" sobre su nueva novela "Demasiado lejos", el rol de la literatura para abrir preguntas y su pasión por seguir enseñando Historia a las nuevas generaciones.


Eduardo Sacheri

Eduardo Sacheri: los desafíos de enseñar historia hoy, su reflexión sobre la IA y la memoria colectiva. - Créditos: Gaspar Kunis



Eduardo Sacheri podría haber sido ese profe del secundario al que seguís recordando muchos años después de haber terminado el colegio: ese que, a pesar de ser disciplinado y severo –hoy en día, no permite que sus alumnos usen el celular en el aula, salvo algunas excepciones–, sabía cómo contarte la historia de manera cercana, pero, al mismo, tiempo crítica y plural. Ese talento como narrador devino, años más tarde, en su prolífica carrera como escritor y guionista. El mes pasado, quizás integrando al historiador que vive en él, publicó Demasiado lejos, una novela coral que narra la guerra de Malvinas desde Buenos Aires, explorando los silencios, la culpa y las emociones de una sociedad que se ilusionó... y luego calló. Con él charlamos de todo: de su proceso creativo, de su labor docente, de su vínculo entrañable con el fútbol –y con Independiente, para ser más puntuales– y su eterna pasión por contar historias que nos invitan a preguntarnos quiénes somos. 

¿Cuándo nace en vos la vocación de escritor?  

Nace de a poco, nace confusa, nace tarde. ¿A qué me refiero con esto? Hay mucha gente que escribe que arranca en la adolescencia, pero yo en esa época leía. Desde muy chico amo leer: leer todo el tiempo, leer diverso, leer profusamente. Pero a los veintitantos recién me puse a escribir. Yo ya era profesor de Historia, estaba terminando mi licenciatura y empecé a escribir porque me hacía bien, pero sin la voluntad de publicar un libro. Algunos de esos cuentos hablaban de fútbol, y se empezaron a difundir en Radio Continental, en el programa de Alejandro Apo, donde leía cuentos de Fontanarrosa, de Soriano, de Galeano, de Benedetti. Se los empecé a llevar a la radio porque mi mujer me empezó a decir: “Che, esto está bueno, hacé algo con esto”. Yo pensaba: “Estás equivocada. Vos me lo decís porque me querés”. 

¡Bien tu mujer, es una visionaria! 

En cada disputa que tenemos, esto sale a relucir como argumento (risas). Entonces, fue como bastante gradual. Y eso también estuvo bueno, porque le dio una libertad al asunto. Es un laburo sin presión. Por supuesto que querés que salga bien y te llenás de expectativas con cada nuevo libro, pero, al mismo tiempo, hay como una cosa accidental de “estoy acá medio de casualidad y disfruto que sea de casualidad”.  

¿Lo seguís viviendo así, sin presión? ¿Incluso cuando tus libros son películas, ganan Oscars y se traducen a 20 idiomas?  

Mirá, me encanta que suceda, pero si algún día no pasa..., y bueno, dejó de pasar. Yo lo que siento es que este gusto mío por escribir se encontró con gente a la que le gusta leer lo que escribo, y me encanta esa combinación, pero capaz que en algún momento eso se vuelve a bifurcar. Puede pasar, ¿viste? Que yo tengo que seguir para este lado y mis lectores necesitan ir para otro. Y entonces ahí, si sucede eso, lo voy a lamentar, porque no es lo mismo que a la gente le guste lo que vos hacés que no le guste, porque uno lo siente como una muestra de cariño. Aunque es confuso, porque, en realidad, lo que la gente quiere no es a uno, es lo que uno hace. Y está bueno distinguirlo.  

Viste que también hay autores que escriben lo que quiere escuchar la audiencia...  

Que también es razonable y es legítimo, pero yo cuando leo a gente que siento que está escribiendo así, con la agenda en la mano, sobre todo pienso: ¿lo disfrutará? Porque yo lo que escribo es lo que siento que necesito escribir. No sé si terminás encontrando las grandes respuestas, pero formularte las preguntas es lo que te viene bien. Por eso, para mí es terapéutico. Ese es el asunto, para mí, escribir es terapéutico. Entonces, esa gente que sentís que va con la agenda, me da la sensación de que no la debe pasar tan bien. Porque, además, estás como urgido por lo que pase fuera de vos. Que no depende nunca de vos. O sea, se tienen que dar tantas cosas para que un libro guste: el boca a boca, que recorra, que esté en las librerías, que a los libreros les guste recomendarlo. Tantas cosas pueden fallar.  

Eduardo Sacheri

Eduardo Sacheri y sus reflexiones sobre "Demasiado lejos", la novela en donde relata la Guerra de Malvinas vista desde Buenos Aires. - Créditos: Gaspar Kunis

"Yo escribo lo que necesito que siento escribir. No sé si encontrás las grandes respuestas, pero formularte las preguntas es lo que viene bien".

Eduardo Sacheri

¿Qué necesitabas contar cuando pensaste en Demasiado lejos?  

Yo creo que necesitaba indagar en un silencio. Que suena re pomposo, pero es así. Yo tenía 14 años en la guerra de Malvinas. Y esos meses, desde el 2 de abril, que es el desembarco argentino, hasta el 14 de junio, que es la rendición de las tropas argentinas, son unos meses de un vértigo, y de una energía, y de una ilusión, y de un fervor, y de unas equivocaciones, y de unos dolores, y podría seguir tirando sustantivos y estarían bien. Y después el silencio. Porque es muy incómoda, la guerra de Malvinas. Aún hoy lo es. Y por eso termina siendo ese el título, ¿viste?, porque es “estuvimos en guerra o mandamos a otros a que estuvieran en guerra?”. Y cuando digo “los mandamos”, yo no los mandé con mis 14 años, pero me enfervoricé, me interesé, me compenetré, me sentí experto en diplomacia y en cuestiones bélicas. Entonces, a mi manera, con mi ligereza, con mi ingenuidad, con todos los bondis a los que me subí, también los mandé. Y creo que esa culpa, no de la generación de ustedes, pero planea sobre la generación de ustedes... porque el silencio planea. ¿Viste que a veces hay culpas que trascienden a sus protagonistas y se instalan de algún modo en las generaciones que siguen?  

Instalando el tema, ¿sentís que un poco curás culpas?  

No sé, yo creo que está bueno hablar. Siempre está bueno hablar y preguntarte cosas. Y en el silencio es más difícil que te preguntes cosas, vos no te sentís interpelado. Ahora, me parece que la ficción, el arte en general, no viene cargado de verdades, pero viene estimulando preguntas. Entonces, te leés un libro y es como que te tocan el hombro y te dicen: “Che, ¿y vos qué onda con esto?”. A lo mejor tu respuesta final es “no, yo nada”, bueno, pero por lo menos te lo preguntaste. 

¿Qué aprendiste sobre Malvinas escribiendo Demasiado lejos

Yo creo que aprendí los pasos que va dando una sociedad para subirse a un sueño ridículo. Porque no se sube en un día, ni se sube con una sola acción ni con un solo pensamiento. Y además, es impactante cómo la marea te lleva. Cómo lo que pensamos y lo que sentimos está enormemente condicionado por lo que pasa a nuestro alrededor. Es muy difícil bajarse de eso. Hay gente que se baja. Y en la novela hay alguno que se baja o que no se sube nunca. Pero es notable esto de cómo una sociedad puede ir –y no estoy descubriendo nada– a cualquier lugar con la manada, con una mezcla de ingenuidad, euforia, falta de reflexión y pasión. 

Cada autor tiene sus propios métodos de escritura: ¿cuál es el método Sacheri, el que te funciona a vos? 

Yo creo que hay como dos grandes tribus entre los que escriben, y después hay un montón de diferencias hasta el nivel de lo individual. Pero está la tribu de los que improvisan y la tribu de los que planifican. Yo soy de esta última; esa tribu de “me siento a escribir y a ver por dónde voy” me horroriza. No me horroriza, porque salen buenas cosas, pero a mí no me saldría nunca. Menos con novelas. Para mí, cada personaje tiene su arco dramático, y yo eso lo planifico antes... La idea es que vos no notes una cosa artificiosa al leer. Es como un edificio, o sea, para que se sostenga, debe tener columnas en un lugar, vigas en otro, ventanas en otro, y eso yo necesito planificarlo. También defino un comienzo y defino un final. Tengo todo en cuadernos, que parecen apuntes de la facultad, con tachaduras, globitos... Recién después vienen los problemas estrictamente literarios. Y es un laburo de todas las mañanas y todas las tardes. Que algunos días fluye y algunos días no. Y algunos días decís: “Ah, qué bien que anduvo esto”, y otros días me colgué de 50 estupideces, no avancé nada, pero a mí lo que me da resultado es la perseverancia. 

¿Y los temas que elegís? ¿Surgen de cosas que te pasaron, de cosas que buscabas que te pasaran o de cosas que observabas en otros? 

Yo te diría que de cosas en las que te ponés a pensar recurrentemente. Algunas personas somos más fantasiosas que otras. No sé si la palabra es fantasía, pero fantasía en este sentido de mirar algo y especular: lo que vos fantaseás es tuyo y tiene que ver con tus deseos, tus miedos, tus preocupaciones, tus intereses. Lo bueno de esto es que no te das cuenta hasta que lo dejás atrás. Como que después mirás por el espejo retrovisor y decís: “Ah, cuando yo escribí esta novela, me estaba pasando esto, estaba preocupado por esto, estaba ilusionado con aquello o me daba terror lo de más allá”. Entonces, es como un aprendizaje, inútil, porque ya pasó, pero de lo que sí te das cuenta es de que te hizo bien preguntártelo en ese momento, o, en todo caso, escribir fue como una manera de procesar eso. De acompañarte con eso.  

Vayamos a tu faceta de profesor: hoy, sobre todo en la escuela secundaria, los chicos vienen muy hiperestimulados en las redes... ¿Sentís que el rol de los profesores es eso de decirles “preguntate esto”?  

Yo creo que uno de los grandes desafíos actuales de la educación es separar la paja del trigo. Así de simple. Queda feo decirlo, pero hay mucha paja. Hay un fárrago de superficialidades, súper estimulantes y súper interesantes, pero que están en un enorme caos. Entonces, esto de hacer una pausa, jerarquizar, profundizar, descartar, es una tarea recontra importante y es algo re difícil de enseñar a hacer. Viste cuando uno dice: “Che, qué difícil es enseñarle a estudiar a otro”. ¡Viste lo difícil que es enseñar a subrayar las ideas fundamentales de un texto! Enseñar esto otro todavía es más difícil, pero es importantísimo. Y en Historia, lo que yo noto, sobre todo en los últimos años, es que el pasado es cada vez más delgadito en la vida de los jóvenes. Porque el presente es tan amplio, es tan espeso, es tan profuso y diverso, que hay poco lugar para el pasado. Todo lo que pasó antes de 2010 es como una hoja de papel, donde entra todo, los romanos, los griegos, la guerra de Malvinas, el peronismo, la Segunda Guerra Mundial, lo que quieras. Darle espesor a eso, diferenciarlo, es difícil. 

"Apun doy clases porque me gusta transmitir que la historia es importante. Somos personas en el tiempo: somos los que somos a partir de lo que vivimos".

Eduardo Sacheri

¿Te frustra eso como profesor? ¿Qué es lo que te hace seguir teniendo ganas de ir a dar clases a una escuela secundaria? 

Transmitirles que la historia es importante. Por eso la estudié. Y por eso dediqué muchos años a enseñarla. Somos personas en el tiempo. Cada uno de nosotros somos los que somos a partir de lo que hemos vivido, y de cómo sucede también. No porque la historia se repita, porque no se repite. Ni porque uno vaya a evitar errores..., no los vas a evitar, porque nunca los evitó la humanidad ni los va a evitar en el futuro. Pero pararte en el tiempo te permite saber dónde estás parado. Ni más ni menos.  

¿Cambiaste tu forma de dar clases en este último tiempo a partir de cómo encontrás hoy a los alumnos? 

Mirá, a lo mejor lo que cambia es que hay una vinculación mucho más horizontal que cuando empecé a dar clases hace más de 25 años. Antes había una cosa más asimétrica, de la que vos obtenías ciertas ventajas como docente. Eso no existe más. Pero lo tenés que construir. La asimetría la necesitás. Porque sí, si ustedes son compañeras y ella te dice: “Dejá el celular”, vos no le vas a dar bola porque es tu compañera. Pero yo sí necesito cierta asimetría para decirte, “¿Sabes qué? Necesito que guardes el celular, porque quiero que me escuches”.  

Hablando de tecnología, ¿qué opinión tenés de la inteligencia artificial y la literatura? 

Hay como una cosa amenazadora ahí detrás. No hoy, no todavía, pero todo evoluciona a tal velocidad que da la sensación de que dentro de muy poco tiempo la inteligencia artificial va a poder hacer cosas que hoy no puede, como realmente reemplazar al humano en ese tipo de cosas. Yo en un punto lo lamentaré, porque, ojo, desde que empezamos los seres humanos a pulir piedras, nos estamos sirviendo de la naturaleza para laburar menos y eso está muy bien, eso no empezó con la inteligencia artificial ni empezó con la Revolución Industrial. Empezó con el primer fulano que dijo: “Ah, esperá, si le tiro el piedrazo este al conejo, no lo tengo que correr. Me lo como sin necesidad de correrlo”. Eso es tecnología. Entonces, es muy difícil decir: “Ah, no, pará. Me sirvió cuando era el conejo o me sirvió en la Revolución Industrial, pero ahora no quiero”. Pero claro, somos un bicho que ha evolucionado tanto que estamos en una zona con sus riesgos. Igual, por el momento está llena de agujeros la IA. Ahora, ojo, si dentro de 2 años la inteligencia artificial te da soluciones a enfermedades que hoy no tenés..., ¿qué le voy a decir? ¿Que no porque tengo miedo de que me escriba los libros? No, me la tendré que bancar. Porque hay cosas más importantes para las que sí queremos eso. Es un quilombo.  

Escribís mucho sobre fútbol, ¿jugás también? 

Yo te puedo decir que sí, pero mis compañeros de equipo te dirían que no, que lo que hago es algo horrendo, que es apenas imitar espasmódicamente el movimiento de los jugadores de fútbol. 

O sea, como jugador de fútbol sos muy buen escritor.  

Claro, soy muy voluntarioso. Yo te corro, te corro, te corro... 

Si tuvieras que elegir algún día que quieras volver a vivir, ¿cuál sería? 

Cualquier día en familia, comiendo un asado y dejando pasar el tiempo. ¿Viste esos días, que hay muchos en la vida? Esos días normales son bárbaros. Que vos, si tomás distancia, a veces te das cuenta de “che, qué bien que la estamos pasando”.  

“Che, esto es muy parecido a la felicidad”... 

Es. Es lo único que es la felicidad. No hay otra felicidad. No es el único ámbito, la familia, pero siempre tiene esa fugacidad y esa incompletitud. La felicidad es eso. Más arriba no hay nada. Y ojo, que más abajo hay un montón de cosas... 

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