"Hasta siempre, Carrie Bradshaw": una carta de despedida al icónico personaje de Sex and the City y And just like that

“Había una vez una periodista inglesa que vino a Nueva York”. Con esas primeras palabras, el 6 de junio de 1998, conocimos tu voz que -no lo imaginábamos - nos acompañaría durante los siguientes 27 años.

No había decorados, no había risas del público, solo una cámara, escenarios hiperreales en las calles, tiendas y restaurantes de Manhattan y vos -al principio a cámara, después en off- que nos contabas historias de amores y desamores de mujeres pasados los 30 a través de tu propia vida, la de Charlotte York, Miranda Hobbes y Samantha Jones. Todavía hay quien -de un modo algo superficial - piensa que solo eran cuatro neoyorquinas solteras que gastaban su plata en zapatos caros, tragos y boliches de moda; que romantizaban relaciones tóxicas y frivolizaban la sexualidad. A mí un poquito me molesta. Primero, porque nadie le hizo ese tipo de cuestionamientos a Tony Soprano, por ejemplo, que apareció en la misma pantalla de HBO casi al mismo tiempo. (¿Por qué él sí podía manejar un Maseratti, usar anillos de oro y mocasines Gucci?) Ni a Don Draper, años después, que era materialista y un encantador pero terrible misógino.

Y un poco me molesta también porque lo que más amamos de vos, Carrie, lo que nos hizo quererte tanto, es que nunca intentaste darnos lecciones. No ahorrabas, llegabas tarde a tus deadlines, no cocinabas, no limpiabas, no entrenabas, no te gustaba la vida de campo, fumabas un cigarrillo tras otro, dormías hasta tarde… ¡Le fuiste infiel al bueno de Aidan! Tu departamento de renta controlada se volvió un poco nuestra casa, con ese portero eléctrico sucio, las rajaduras en el techo (“You have cracks”, dijo Aidan), la ropa en el horno, esa ducha con poca presión de agua, los ratones en la cocina (de los que Petrovsky se ocupó) y hasta una mochila de inodoro que fallaba.