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Agostina Di Stefano, la influencer que daba clases en el conurbano, se mudó a India y creó una escuela

En 2014, una propuesta laboral de su pareja la llevó a instalarse en Nueva Delhi. Agostina Di Stefano, la profesora de inglés que -con su amor y dedicación- les cambió la vida a cientos de familias.


Agos Di Stéfano

Agos Di Stéfano - Créditos: Gentileza



“Desde chica siempre quise hacer trabajo social”, cuenta la influencer Agostina Di Stefano, una profesora de inglés que durante siete años trabajó en escuelas de Villa Fiorito e Ingeniero Budge en el conurbano bonaerense. Si bien siempre la apasionó estar en el aula, la docencia la ayudó a “sanar ciertas cosas del pasado” y se convirtió en un puente para ayudar a quienes más lo necesitaban.

“Tenía 24 años, vivía sola y le dedicaba todo a la docencia. No sólo les enseñaba idioma sino que me detenía a ver la historia de cada alumno y si alguno necesitaba algo lo conseguía. Por ejemplo, si alguno necesitaba lentes, lo llevaba al oculista y se los conseguía. Si otro no tenía heladera, buscaba entre mis contactos y le conseguía una. Poder ayudar a otros chicos era mi manera de sanar”, cuenta quien también armó un proyecto de “Escuela abierta” los días sábados con clases de computación, origami y teatro, entre otras cosas.

En 2011, Agostina conoció a su expareja, un economista y coordinador de finanzas de la ONG Médicos sin fronteras, y su vida cambió por completo. Tras convertirse en madre de Julia, esta joven armó las valijas y dejó su vida en Buenos Aires para acompañar al padre de su hija en una misión solidaria. ¿El destino? Nada más y nada menos que Nueva Delhi, India.

En 2008, Agostina había soñado con este destino que seis años después se convirtió en su hogar.

En 2008, Agostina había soñado con este destino que seis años después se convirtió en su hogar.

“Cuando lo conocí a Andrés, el vivía en Afganistán. Así que se vino a vivir a Buenos Aires, pero él siempre tenía esa idea de irnos a algún lado. Y la verdad que a mí siempre me gustó viajar; mi sueño siempre había sido visitar África y Asia. Cuando le salió esta propuesta de trabajo teníamos tres opciones: Papúa Nueva Guinea, Mozambique o India. Cuando nombró India, supe que ese era el lugar. Tener la oportunidad de vivir tres años allí me parecía mágico. De hecho, nos quedamos un año más de lo pautado”, recuerda Di Stefano que en 2008 había tenido un sueño premonitorio donde se veía viviendo en ese lugar.  

Ayudar, el motor que rige su vida

Sus primeras semanas en el continente asiático fueron bastante duros. El idioma (se habla Hindi y muy poco inglés), la pobreza extrema y los niños enfermos y desnutridos la shockearon pero no la paralizaron. Al contrario, la pusieron en marcha para hacer lo que mejor le sale: ayudar.  

“En India, la gente no lucha para tener cosas, lucha para mantenerse con vida. No hay que ir a ningún lugar en particular para ver eso, salís a la calle y está todo ahí. Tuve que aprender otra manera de vivir, entender otra idiosincrasia, otros modos, otra educación. Tuve que reeducarme porque todo lo miraba desde mi cabeza occidental", confiesa.

Mientras su pareja trabajaba todo el día, Agos comenzó a buscar un motivo de permanencia en esa nueva tierra; una razón que la haga desistir de esa idea constante de armar las valijas y volverse con su hija de un año y medio a la Argentina. “Salí a explorar y fui a visitar distintos proyectos para ver donde podía colaborar. Con unas amigas expatriadas (una venezolana y otra francesa) empezamos a trabajar en un refugio, donde vivía una comunidad tribal. Yo empecé a ir todos los días, les servía el desayuno hasta que empecé a hacer más y más y ese lugar se convirtió en la razón de mis días en Nueva Delhi”, revela esta argentina que, en ese mismo lugar, creó una escuelita para 185 chicos.

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Mothia Khan se llamaba ese refugio, donde vivía una veintena de familias sin trabajo, sin educación y sin atención médica. “Al principio destinamos un pedacito de ese lugar para jugar con los chicos. Un día, lleve hojas y lápices de colores y se volvieron locos, ahí entendí que tenía que hacer algo más y se me ocurrió abrir una escuela en la planta baja del edificio. Empecé a trabajar en conjunto con una ONG local y abrí una lista en Amazon para que la gente que me seguía en redes comprara útiles, juegos de mesa y pañales para los bebés; de a poco empezamos a surtir ese lugar de un montón de cosas que necesitaban”, recuerda.

Además de dar clases junto a una maestra local, Agostina también se dedicó a llevar al hospital a los chicos enfermos y desnutridos. “En el hospital no los trataban bien. Para muchos, esa gente que vive en la calle no tiene valor y entonces no los ayudan para nada. Yo usaba mi blancura a mi favor. Iba con los chicos quemados, quebrados, con los bebés deshidratados que pesaban tres kilos aunque tenían dos años y medio y los atendían primero”, revela aún conmovida.

En medio de ese panorama tan injusto y desolador, apareció alguien que la aferró aún más a ese lugar: Chenna, una nena de tres años que la hechizó a primera vista. “Ese lugar no me quedaba bien geográficamente, me quedaba como a 40 minutos de mi casa así que mi idea era agarrar otro proyecto pero el primer día que fui, la tuve en brazos y la conexión fue instantánea”, cuenta sobre ese primer encuentro que las unió para siempre.

Chenna y Agos sintieron una conexión mutua desde el primer encuentro. Hoy, siguen teniendo contacto.

Chenna y Agos sintieron una conexión mutua desde el primer encuentro. Hoy, siguen teniendo contacto.

"Tenía una panza gigante por los parásitos y se arrastraba para comer. Me acuerdo que fui corriendo a la farmacia a comprar un antiparasitario y se lo di. Cuando volví a verla a las semanas, ya estaba mejor. Me quedé por ella, supe que ese era mi lugar", reafirma mientras enumera a todas las Chennas que se cruzaron en su camino.

No conforme con toda la asistencia social, alimentaria, médica, educativa y sanitaria que le dio a esas familias, Bonaerense (como se hace llamar en sus redes) fue por más y decidió ayudar a esos hombres que todos los días la llevaban en sus rickshaws (un medio de transporte muy común en India que consiste en una bicicleta de tres ruedas) a su encuentro solidario. Conmovida por la situación económica de estos trabajadores que pedalean más de 12 horas a cambio de muy poco dinero, volvió a ponerse en acción. Fue así como les compró sus propias bicicletas para que no tengan que alquilarlas y toda la ganancia les quede para ellos. “La gente se baja del colectivo y usa este medio de transporte para pequeños trayectos. A todos los que conocía les compre uno gracias a la ayuda que recibí desde Argentina”, señala orgullosa. 

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A pesar de que esos tres años en India la enfrentaron a un montón de situaciones difíciles y desgarradoras, Agostina recuerda su estadía como una experiencia sumamente gratificante. “No siento que yo los haya ayudado a ellos, siento que ellos me enseñaron a mí. Aprendí que hay otros modos de vivir, aprendí a respetarlos y a no medirlos con mi vara occidental. Aprendí a sentirme chiquita en el mundo y saber que estoy para aprender, para revisar y para transformarme constantemente en una persona mejor”, reflexiona.

Volver al lugar que nos hizo feliz

Cuando al padre de su hija se le terminó el contrato laboral en India, Agos tuvo que volver a hacer las valijas y despedirse de esas familias que tanto significaban para ella. “En 2017 me fui a vivir a Bali, Indonesia, pero yo cada dos meses volvía. Conecté mucho con esas familias y esos chicos, los extrañaba y necesitaba saber que estaban bien”, recuerda quien siempre estuvo pendiente de sus necesidades a la distancia.

Sin embargo, la pandemia del coronavirus y el fin de su matrimonio volvieron a cambiar sus planes una vez más. “Con la pandemia muchos chicos volvieron a sus pueblos porque no eran de ahí, iban ahí porque sus papás trabajaban en Delhi. La escuelita (que ya en el último tiempo funcionaba como apoyo escolar y comedor) se cerró como el resto de las escuelas de la zona. Y yo me había separado del papá de mi hija, entonces decidí volver a Argentina porque allá estábamos solas y no sabía lo que iba a pasar en el mundo”, cuenta con mucho pesar.

Ya de vuelta en Baires, esta profe de inglés tuvo que rearmarse profesionalmente y empezó a trabajar como community manager para algunas cuentas. Su perfil en Instagram (@bonaerense) se convirtió en un espacio donde, además de compartir su experiencia de vida, sumó consejos y divertidos posteos sobre distintas temáticas.

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Sin embargo, Agos extrañaba horrores y, cuando se flexibilizó la cuarentena, encontró una nueva manera de volver a conectar con ese lugar que siempre la hizo feliz. “No poder viajar a ver a los chicos me costó mucho. Con mi amiga venezolana creamos un proyecto que se llama ‘Un viaje auspicioso’. Organizamos viajes grupales y ya nos fuimos a Egipto, Turquía y Marruecos; ahora en octubre se viene el de India”, cuenta emocionada por volver a encontrarse con su gente.

Y si bien vuelan a todas partes, su destino favorito sin dudas es India. “Amamos ese lugar. Para mi India es un lugar transformador, tan imponente y fascinante que me encanta poder compartirlo con otras personas. Este proyecto no sólo me permite volver a India sino compartir mi experiencia con gente que me seguía y quiere vivir lo mismo”, indica sobre esta nueva salida laboral que le permite seguir explorando el mundo.

 

Junto a una amiga, Agos creó Un viaje auspicioso; viajes grupales a distintos rincones del mundo.

Junto a una amiga, Agos creó Un viaje auspicioso; viajes grupales a distintos rincones del mundo.

Reconoce que le gustaría volver a vivir afuera en el futuro. Agostina fantasea con algunos destinos, entre los que se encuentran Bali y Tanzania. “Me fascina estar en otro lugar, tener que adaptarme a una cultura que no es la mía, eso me resulta muy adictivo”, confiesa esta nómade cuya frase de cabecera es “viajo, luego existo”.

 

Seguí sus anécdotas y experiencias de viaje en @bonaerense y @unviajeauspicioso.

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