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Qué es la happycracia y por qué está bueno cuestionarla

La obsesión por la felicidad es uno de los trastornos modernos más peligrosos y silenciosos. Te contamos de qué se trata y por qué está bueno cuestionarlo.


Qué es la happycracia y por qué hay que cuestionarla.

Qué es la happycracia y por qué hay que cuestionarla. - Créditos: Getty



Ser felices es uno de los nuevos mandatos del siglo XXI, que embandera la industria de la felicidad. De esto hablan en detalle la socióloga israelí Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas, en su libro Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, donde sostienen que, para la sociedad, la búsqueda por la “felicidad” se ha convertido en “una obsesión”, en “un regalo envenenado”, y que siempre se encuentra al servicio del sistema económico actual.

Cabanas es profesor de la Universidad Camilo José Cela, y en el libro explica que lo que la industria de la felicidad propone encierra un estilo de vida que “apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”.

Por eso, él no se excusa al decir que la búsqueda de la felicidad se ha vuelto “egoísta” y se ha convertido en “un producto más de consumo”. 

A qué se denomina happycracia

La constante búsqueda de felicidad se enmarca en la creciente industria de la positividad, donde estar mal no es una alternativa. La otra cara aparece con la presión de estar siempre bien, siempre alegre, y al no conseguirlo (porque es imposible) afloran los sentimientos de culpa, frustración y ansiedad. Muchas personas que tienen este trastorno también se avergüenzan por no ser tan felices como “deberían” ser.

Es fácil de pensar que, con el uso permanente de las redes sociales y la comparación que en ellas se propone, la angustia por no ser “lo suficientemente felices” como se muestran en casi el 100 por ciento de las imágenes que se comparten, acelera los niveles de estrés de manera silenciosa, pero constante.

Contra la sonrisa forzada

Es interesante el planteo de Cabanas en relación a la reivindicación de la alegría, especialmente cuando es compartida y ocurre de manera colectiva, en contraposición al “frente al discurso individualista de la felicidad”.

En este sentido, en una entrevista realizada por un medio británico, el especialista analiza: "La promesa de que podemos ser felices o tener una buena vida siguiendo una serie de recetas y pasos aparentemente muy sencillos y que además sólo dependen única y exclusivamente de nosotros es muy atractiva, pero ficticia”.

También sostiene que esa felicidad, en realidad, nunca llega. “Es una meta que nunca se llega a cumplir, es una meta insaciable porque es un proceso sin fin y eso nos embarca en la trampa y nos deja como adictos a tratar de consumir estos productos”.

“Es curioso que –continúa-, en ninguna definición de felicidad a lo largo de la historia, de la filosofía, se eliminara por completo el papel de las circunstancias a la hora de definir cuando uno se siente bien”. El resultado de esa búsqueda, según Cabanas, es “perverso”, ya que esa promesa mentirosa e inalcanzable provocará una sensación de culpabilidad absoluta para todas aquellas personas que no consiguen ser felices o estar bien. La ecuación sería: la felicidad no la obtuvimos porque no nos esforzamos lo suficiente.

“Uno se queda sin alternativa porque uno es el único responsable. Entonces esto genera sensación de frustración, de culpabilidad por el fracaso, pero en un principio atrae porque pareciera que te empodera. Depende de ti, sólo de ti. Pero es que no es tan sencillo”.

La industria de la felicidad: ¿cuándo nos obsesionamos?

Desde que las empresas venden la idea de que con un producto vas a alcanzar la felicidad, algo absurdo pero que evidentemente resulta-, la angustia, depresión y ansiedad que conlleva haber creído e intentado alcanzarla a través de eso que nos prometieron, se maximiza. Sabemos que la felicidad permanente es una utopía, no busquemos más por ahí.

“La felicidad es un estado efímero y transitorio que mejora nuestra vida, pero no es constante”, define Manuel González Oscoy, profesor de la Facultad de Psicología de la UNAM, de México. Tiene sentido, ¿no? A su vez, el psicólogo considera que, cuando ese estado se logra mantener de manera cotidiana y orgánica, se convierte en un “estado de bienestar”. Y ahí está la punta del iceberg.

En relación a la positividad extrema o a ese optimismo exacerbado que muchas veces nos lleva a la inacción (ya que hace que hace que creamos en que toda saldrá bien sin esfuerzo), no está de más recordar los que diversas ramas de la psicología y las neurociencias dicen sobre las llamadas “emociones negativas”: éstas son tan necesarias como las consideradas “positivas”. No se trata de obviarlas o negarlas, sino de aprender a gestionarlas de manera consciente y respetuosa.

Si hay que decepcionar a quienes siguen creyendo en los mensajes de aliento que Instagram nos dispara a diario, y protestar frente aquello que nos molesta o mostrarnos tristes por el tiempo que consideremos necesario, alcanzamos algo realmente positivo, porque ganamos conexión con lo que nos pasa adentro. Nos escuchamos y, lo mejor, nos hicimos caso.

Por supuesto, como siempre mencionamos, cuando los problemas se nos escapan de la mano y la ansiedad desborda, pedir ayuda profesional es una opción para tener muy presente.

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