Aunque llegaba con seis nominaciones, 127 horas no estaba entre las favoritas para anotarse el Oscar a la mejor película. Apenas el hecho de que su director, Danny Boyle, se había impuesto el año último con Slumdog Millionaire , la ubicaba un poco mejor en las apuestas. De todos modos, al final, todo fue peor: no ganó nada.
Sin embargo, al film se le podría dar el hipotético premio consuelo de mejor largo con espíritu viajero del año (habría que pensar cómo sería la estatuilla pertinente; ¿una mochila de oro, quizá?), por su personaje central, su historia y la espectacular locación donde fue rodado.
Ya estrenada en la Argentina, 127 horas recrea la historia verídica de Aron Ralson (James Franco), escalador norteamericano que se mete en graves problemas durante una excursión al Parque Nacional de Canyonlands, en el sudeste del estado de Utah. Entrenado, equipado y amigo de las emociones extremas, Ralson queda accidentalmente atrapado por una roca los cinco días que indica el título de la película, hasta zafar de una manera que es mejor no adelantar, en beneficio del suspenso.
Con un vertiginoso montaje que hace pensar en una publicidad de The North Face o de algún suplemento vitamínico, las primeras escenas (luego, claro, Ralson queda inmobilizado) recorren la extraordinaria geografía de este parque nacional que, con semejante exposición, seguramente estará recibiendo más visitantes que nunca.
Hoy es un destino muy elegido para caminatas, montañismo, mountain bike (Ralson arranca con una pedaleada antológica), cabalgatas y 4x4; es decir, para practicar canyoning o barranquismo, el arte de atravesar cañones por los medios que sea necesarios.
Danny Boyle muestra la región con la misma textura vendedora con que en La playa (Leonardo DiCaprio, 2000) supo vender Tailandia como paraíso mochilero. Aunque no la pasa nada bien, Ralson emerge aquí como un héroe de cierta tribu montañista-extrema, tal como DiCaprio (Richard) encarnaba en La playa al viajero independiente, lanzado, gasolero, con banda de sonido alternativa.
En esta nueva nominada, Boyle volvió a poner su cuota de... boylismo. Particularmente cuando el protagonista se zambulle en una idílica piscina natural con dos chicas que conoce en el parque. La escena nada tiene que ver con la historia real y puso en guardia al verdadero Aron, que finalmente aclaró: "Sacando eso, el resto de la película es lo más parecido a un documental sobre lo que me ocurrió".