
Ayer le dije a Nicolás que los chicos pasan Noche Buena conmigo y que sus padres, si así lo desean, pueden pasar a buscarlos para almorzar el 25.
Intentó alegar no sé qué de su familia, pero lo corté de cuajo. Le dije "no voy a discutir sobre esto. O vos estás psicótico y estás encaprichado, y cualquiera de las dos opciones de inhabilita para esgrimir argumentos con sentido".
Qué canchera, ¿no?
Bueno, más vale que me vaya acostumbrando, porque parece que así serán las negociaciones por un tiempo.
Ya le conté a los chicos que pasábamos Navidad en casa, con algunos de sus primos, y se quedaron de lo más contentos.
Ahora empieza lo divertido: los regalos.
Ya saben que no me gusta gastar fortunas en juguetes.
Pensé:
Marcos: un monopatín.
Luján: un Zhu Zhu Pet.
Lucas: unos autos de Cars que me viene pidiendo hace meses.
Es la primera navidad que Marcos pasa sin creer en Papá Noel (claro, el colegio), así que creo que estaría bueno que me acompañara a comprar los de sus hermanos. O no?
No, mejor no. Mejor que el asunto se siga pareciendo lo más posible a cuando era mágico para todos.
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