Quizá hoy debería seguir escribiendo sobre el lío que se armó la semana pasada, pero no. No puedo.
El sábado me desperté a las 6 AM porque mi hija estaba con fiebre y cuando le pasa eso llora y llora (por más que sea sólo 37.5). Así que me levanté y la llevé conmigo al living. Le improvisé una cama en el sillón y le puse una peli.
Me fui a la cocina a hacerle un nesquik y puse la radio.
Lo primero que escuché fue que había habido un terremoto fortísimo en Chile.
Tengo dos primas que viven en Santiago. Una de ellas con un bebé recién nacido. La otra, con dos chiquitas de menos de 5 años.
Busqué su número y llamé. No me respondía nadie. Me dio pánico.
Llamé a mi tía (su madre), que vive cerca de casa. Me dijo que había podido comunicarse con ellas. Que estaban bien, asustadas, pero bien.
Me tranquilizó saber eso, pero después durante el día, seguí escuchando sobre las réplicas, que podían llegar a durar un mínimo de dos días más. Qué horror. Pienso en ellas desde el sábado. En el pánico permanente. En la desesperación por no poder irse a ningún lado y estar con sus hijitos intentando no transmitirles el miedo.
Recordé entonces, como cada vez que pasa algo así de grave, que es ahí donde está la médula de la vida.
Y concentré todo mi amor en ellos. En ver cómo ayudarlos. Les ofrecí mi casa para que vengan y se queden el tiempo que quieran. Les ofrecí dinero para que compren pasajes y se vuelvan por un tiempo.
No aceptaron lo segundo, pero van a pensar lo primero.
Si ustedes tienen ideas para ayudar a mis dos primas y a todos los que sufren por este hecho catastrófico y tristísimo, este es un buen lugar para expresarlas. Por ahí sirva.