
A buen paso, por los alrededores rurales de Esquel
Crónica de una cabalgata sobre la nieve por la estepa patagónica con vista a los Andes
20 de septiembre de 2015

Héctor Diocares es un nacido y criado en la zona rural de Esquel hace unas cinco décadas. Amable y cortés, tiene el carácter típico, la gentileza y la hospitalidad de la gente de campo. Y conoce como nadie cada centímetro de esta geografía tan particular.
Su chacra Los Álamos está ubicada a unos siete kilómetros del centro de esa ciudad chubutense, sobre la ruta 259. Ahí, Héctor organiza cabalgatas a campo abierto para quienes deseen tener una visión distinta de la estepa patagónica y de la cordillera de los Andes y un paseo diferente y singular bien cerca de la naturaleza y la aventura.
Una fuerte nevada nos acompaña hasta la chacra donde Héctor espera con el sombrero y la campera cubiertas de nieve. Luego de consultar sobre nuestras habilidades ecuestres, se dirige al corral a separar un par de animales de la tropilla que acaba de traer del campo. "Vas a ir con Pancho -dice, mientras alista un zaino de buena alzada y se dispone a ensillarlo-. Es dócil y bien manso, pero tiene algunas mañas, como nosotros. Pero se van a llevar bien".
Cumplido el ritual del ensillado y luego de aconsejarnos que nos abriguemos bien, montamos y Héctor toma la delantera, mientras seis perros salen detrás nuestro y comienzan a andar entre las patas de los caballos. La compañía de esta jauría tierna y juguetona continuará todo el trayecto: "Siempre me acompañan cuando salgo al campo", dice el guía.
Mientras desandamos los primeros tramos del recorrido por el costado de la ruta, Héctor cuenta que cualquiera puede participar de estas cabalgatas. "De 0 a 99 años con cualquier condición física pueden venir a montar. El único requisito que pedimos es que tengan buena onda y ganas de conocer y pasarla bien", explica. Los programas pueden ser desde una hora y hasta de día completo y el cupo máximo es de ocho personas: "Con más, es difícil tener un contacto directo con cada uno y a mi me gusta conocer a la gente", expresa.
Luego de cruzar la ruta, encaramos hacia el llamado Valle Chico. A medida que avanzamos, el paisaje empieza a mostrar todos sus matices. La aridez es característica del lugar y coirones, neneos y calafates van poniéndose cada vez más tupidos y luchan por destacarse por sobre ese espeso manto blanco que parece cubrir hasta el horizonte. Héctor enumera las distintas especies de plantas y pájaros y especifica cada uno de los cerros que rodean esta parte de la Comarca de los Alerces. "Aquél es el cerro La Hoya, y esos son el Nahuel Pan, el Colorado, el Zeta, el La Cruz, el Cerro 21?"
El espíritu es el mismo
Mientras avanzamos, pide que nos pongamos a su lado para que la charla sea más directa. Cuenta que la zona ha cambiado mucho desde que él era chico y se dedicaba a recorrer estos campos a caballo, a pie o en bicicleta. Pero que en el fondo el espíritu todavía se conserva: "No sólo creció la ciudad sino que también los alrededores hacia el lado del cerro también se poblaron. Pero igual sigue manteniendo el espíritu de pueblo de siempre y la verdad es que nos conocemos casi todos por acá".
Los caballos trepan y al llegar a un alambrado paran como sabiendo lo que viene. Héctor desmonta, abre una tranquera angosta e indica que pasemos. El terreno es más plano y con algunas ondulaciones y está casi cubierto de renovales, esos pequeños pinos sembrados adrede y que se usan para reponer los viejos ejemplares o para la industria maderera. "Es una variedad de pino traída de Alaska, porque se buscó una especie que no sólo se adaptara al frío sino también a la falta de agua, que acá escasea y mucho en especial en verano. Cuando llega la seca se pone difícil para darles de tomar a los animales, che?", explica Héctor con un poco de resignación.
Y es definitivamente así: los veranos en esta zona no sólo son rigurosos en cuanto a la temperatura; también lo son en lo que hace a la escasez de lluvias.
"Relajate y dejá que el cuerpo acompañe los movimientos del caballo. Cuanto más relajado vayas más fácil van a ser las subidas y bajadas", recomienda Héctor al notar nuestra rigidez especialmente en los momentos en que el animal comienza a trepar y bajar cuestas con velocidad. El consejo es seguido al pie de la letra y da sus frutos: ya no luchamos para contrarrestar la gravedad y el andar se hace mucho más confortable, como si cuerpo y caballo se hubieran unido mágicamente.
Que no te tomen el tiempo
El llano se abre hacia adelante y nos adentramos hacia allí. Liebres, comadrejas y hasta un zorro aparecen en los alrededores y son los perros quienes nos hacen detectarlos. "Les encanta meterse en el monte a correr animales. Pero lo hacen para tontear, porque los bichos se les escapan siempre", dice Héctor entre risas.
"No dejes que el caballo te tome el tiempo", sugiere al ver que los animales por momentos detienen la marcha para aprovechar algunos pastos que sobresalen por la nieve que se va haciendo cada vez más profunda a medida que la nevada se va haciendo más débil y el sol comienza a aparecer.
Al emprender el regreso, delante se abre el valle y la panorámica es excepcional, no sólo porque el sol le pone distintos matices al paisaje mientras se filtra entre las nubes, sino porque la comarca se puede apreciar en toda su extensión, casco urbano incluido.
De regreso en Los Álamos, unos mates calientes ayudan a entrar en calor mientras desensillamos los caballos. La charla podría extenderse por horas escuchando las anécdotas e historias de este verdadero personaje local, pero la llegada de un nuevo grupo de viajeros marca el tiempo de partir.
Datos útiles
Cabalgatas: el precio de las salidas desde la chacra Los Álamos es de 140 pesos por hora, por persona, en grupo de ocho, como máximo. Es necesario hacer reservas anticipadamente. Dirección: ruta 259 kilómetro 7, Esquel. Teléfono: (02945) 45-1791.
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