

"La muerte es una circunstancia de la vida, una parte esencial del haber vivido, un largo epílogo que se prolonga más allá de los tiempos y al que llamamos una vez al año para reírnos de ella y superar el miedo", decía Ricardo, un médico mexicano de origen chiapaneco que caminó bajo todos los soles de su país.
"Matar es morir un poco; matar es morir, tal vez. Más morir es muy humano y matar también lo es", reza el epígrafe de una vieja fotografía tomada a principios de siglo en algún lugar del norte mexicano y traída a la capital por manos tan anónimas como el autor. Para Ricardo es una reliquia que pinta de cuerpo entero a su gente.
"Es que aquí veneramos a los muertos cuando empieza noviembre, los invitamos a nuestras casas, les damos de beber, los alimentamos y nos vestimos para parecernos a ellos. En el Día de los Muertos, los vivos están para servirlos", continúa el médico bajito, flaco, morocho, con rasgos propios de sus antepasados, es decir, una mezcla entre indígena y español.
Lo de matar también tiene historia, aunque no sea una costumbre -afortunadamente- que prevalezca hoy entre los mexicanos como lo fue en los días de las guerras interminables.
La típica imagen del hombre de grandes bigotes, con una ristra de balas cruzada al pecho, una o dos pistolas en la cintura y el aliento a tequila capaz de voltear a un elefante no es más que una graciosa caricatura de una nación moderna por un lado y plena de contrastes por el otro.
Curiosidades al paso
México D.F. es una urbe gigantesca, con polución, tránsito intenso y gente que corre como lo hacen todos los habitantes de las grandes ciudades. Pero al mismo tiempo está llena de olores característicos por esa costumbre antigua de comer en la calle, al paso.
La vida cultural capitalina es impresionante. Todo lo que desee encontrarse en materia de espectáculos, museos, bibliotecas, edificaciones coloniales, y del pasado remoto de las civilizaciones tolteca, olmeca, zapoteca, mixteca, maya y azteca está desparramado en infinidad de lugares cerrados o abiertos.
Y los contrastes sorprenden al viajero como la existencia misma de la Malinche enamorada de un conquistador, o de su hermano de piel color de tierra apegado al suelo como una planta de raíces profundas, imposible de arrancar.
La diferencia entre los distintos México que existen es notable. El de la noche de fines del siglo XX y las mañanas azotadas por bocinazos y un tránsito infernal; el de los pueblos tranquilos hasta lo insoportable, donde hay hombres que duermen la siesta con el gran sombrero cubriéndoles la cabeza y la espalda apoyada contra una pared, frente a una calle polvorienta y vacía; el de la selva intensa y verde con caminos sinuosos que cortan las sierras, e indígenas rebeldes que no perdonan quinientos años de olvido; el de las playas atestadas de extranjeros que difieren entre sí porque unas tienen la cara de Miami y las otras el rostro curtido de los pescadores y los campesinos que viven en medio de la soledad.
Si se quiere, el mapa de México puede dibujarse en un círculo: en el centro, la capital, enorme; en el interior, la herencia colonial que sigue compitiendo con los grandes altares erigidos en honor a los dioses, como si el sincretismo fuese en esta parte del mundo una utopía, y en las costas del Pacífico y el Atlántico, los mares bravos y los tranquilos preparados para recibir visitantes en busca de sol y placeres.
El turismo es una industria fenomenal en México. Cada año, los destinos repletos son la razón del nacimiento de nuevas propuestas. Toman un pueblito cercano, construyen hoteles o cabañas, se abren algunos minúsculos restaurantes y negocios de artesanías o productos de playa y ya está: un nuevo destino turístico para recibir a los millones de personas que eligen al país que más turistas recibe en el continente después de los Estados Unidos.
Por eso, la variedad de infraestructuras para todos los precios y para todos los gustos parece infinita. Y, sin embargo, hay cosas que no cambian de un lugar a otro, como los alcoholes puros o mezclados, las comidas picantes y sabrosas, los platos exóticos de raigambre más vieja que la nacionalidad de quienes los cocinan, los colores fuertes y mezclados, los murales enormes que cuentan historias y personajes célebres, la sequía de los desiertos calientes y la humedad en las sierras de madrugadas frías.
Mexicanos a secas
El nacionalismo en México es tan común como el tequila. Gritan los hombres: ¡Viva México!, porque sí y se nota que sienten el grito, les sale de muy adentro. Le rinden culto a la historia popular como pocos pueblos lo hacen en el mundo.
Muestran el orgullo de ser lo que son de una manera que fue descripta por el historiador Gabriel Méndez Plancarte, que afirmó: "Hablan de los españoles como quien habla de extranjeros, no de compatriotas. Pero tampoco se sienten indígenas ni sueñan con un imposible retorno al Imperio Azteca. No son españoles, no son aztecas. ¿Qué son entonces, y cuál es su patria? Son y quieren ser mexicanos... Nada más, y nada menos".
Muchas veces se quejan de su suerte, pero no lo hacen por ser lo que son, sino por estar cómo están, que no es lo mismo. Una de las peores cosas que puede hacérsele a un mexicano es faltarle el respeto a sus símbolos y a sus templos, que muchas veces no son religiosos.
Un solo partido -el Partido Revolucionario Institucional (PRI)- gobierna desde siempre, o sea, desde la Revolución Mexicana forjada apenas terminaba la primera década del siglo.
Desde entonces, hubo épocas de bonanza -aunque los buenos tiempos no alcanzaron a todos-, días brutales, una paz mantenida a fuerza de tradiciones y en algunas oportunidades de violencia, cambios económicos, sureños que quisieron escapar a la pobreza con un arma en la mano y norteños que huyeron de la miseria cruzando la frontera norte persiguiendo el sueño americano.
Muchas cosas, efectivamente, cambiaron en México. Otras, por suerte no. Y están las que se encuentran en plena transición. En dos palabras, de todo.
Un lugar para cada cosa
El viajero primerizo debe saber que sus posibilidades son múltiples. Hay un México, como se dijo, para cada cosa. Desde el Acapulco tradicional, que fue la gran primera estrella turística del país, hasta el Cancún masivo y soleado, hay un país interior con rutas temáticas que abarcan desde la conquista hasta la resistencia indígena, desde lo religioso católico hasta los cultos milenarios aborígenes.
El surgimiento de Puerto Vallarta, en el Oeste, como paraíso de los vacacionistas de todo el planeta, estuvo acompañado por el desarrollo de retazos de tierra en medio del mar como la Isla Mujeres o Cozumel, que enfrenta la apacible Playa del Carmen, los tres en el Este.
Y al otro lado, sobre el Pacífico, Puerto Escondido e Ixtapa. O en el medio Puebla y más allá Oaxaca, y entre paréntesis Chiapas, hoy en día panacea del llamado turismo político que millares de peregrinos visitan con la esperanza de ver aunque más no sea una alucinación que le permita divisar la cara del subcomandante Marcos bajo su capucha.
El centro histórico donde está el Gran Tenochtitlán y su templo, los restos de Teotihuacán con su Calzada de los Muertos y la Pirámide del Sol, los monumentos de Tula, cuna del mítico Quetzalcoatl, el Museo Nacional del Virreinato en Tepozotlán, son algunas de las joyas que los mexicanos guardan con celo.
Y alrededor están las músicas guerreras que recuerdan los tiempos de Francisco Villa y Emiliano Zapata, los sones que hablan de amores desesperados y homenajes a mujeres, a los ojos negros que bajan por la ladera de alguna sierra, o el cantar meloso de los mariachis, que le rinden tributo a las mil y una formas de beber el tequila, o el mezcal, o el aguardiente.
Tan afectos son a sus propias virtudes los mexicanos que no tienen vergüenza de mostrar otras facetas para nada virtuosas, que han hecho populares a sus bandidos de antes y de ahora, con absoluta franqueza.
Por eso pueden escucharse corridos que les cantan loas a héroes nacionales y a bandidos tristemente célebres: la diferencia sólo habrá de notarse si se presta mucha atención a las letras, igualmente épicas, igualmente poéticas.
No tiene límites el paisaje mexicano, como no tiene fronteras el país en su capacidad de llegarle hasta el fondo del pecho al viajero hasta grabarle en el corazón un ¡Viva México! que es triste y alegre al mismo tiempo.
Por eso, las reflexiones de Ricardo, ese médico de Chiapas, pintan un mural de su tierra: "En México hay mucho culto a la muerte, sí, pero más que en ningún otro lugar del mundo, hay resurrección".
Leonardo Freidenberg
Datos del D.F.
- La hostería en el Distrito Federal cuenta con construcciones de muy alto nivel, cinco estrellas, como el Crowne Plaza Resort y Sheraton Hotel.
- El Crowne Plaza Reforma cuenta con tres restaurantes, música ambiental, centro de negocios, agencia de viajes y un piso exclusivo para ejecutivos. La estada es de 175 dólares en las habitaciones más económicas, y 240, en aquellas que tienen, además, una kitchenette y un jacuzzi.
Las suites tiene un valor de 287 dólares y las master suites, de 465. (00-52-2-128-5000).
- El Sheraton, ubicado en la zona Rosa, frente al Angel -un monumento histórico de la ciudad, que está en medio del centro comercial de la elite-, cuenta con todas las comodidades. Tanto para las habitaciones single o doble, el costo mínimo es de 234 dólares por día. Las habitaciones clase ejecutiva, 264. Además, cuenta con piscina, cancha de tenis, centro comercial y salas de conferencias. En cambio las suites, que pueden ser chica, mediana o grande, tienen un valor de 344, 377 y 422 dólares, respectivamente. (00-52-5-207-3933).
- El Sheraton Santa Fe está situado en un punto estratégico para los empresarios, ya que está próximo a la zona donde se encuentran las principales empresas y fábricas. Los costos son los siguientes: habitación estándar, 245 dólares; master suite, 285, y master ejecutiva, 325 (00-52-5-258-8500)
- Con un estilo colonial típico de la ciudad, el Hotel Majestic, situado frente a El Zócalo, sobresale por su ubicación. Posee un restaurante-terraza, con vista al Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana.
Las habitaciones, que mantienen el toque de antigüedad con maderas rústicas y grandes puertas, tienen un costo de 99 dólares, en tanto las suites, de 175. (00-52-5-521-8600).
- Best Western, ubicado a tres calles de El Zócalo, es un hotel de características modernas. Las habitaciones estándar, tanto para una o dos personas, tienen un costo de 350 dólares y las suites, 490. (00-52-5-208-7281).
Los hoteles económicos, de tres estrellas, cuestan entre 30 y 60 pesos la estada.
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