Chau Nueva York a precios accesibles, fue el comentario de un lector cuando se enteró de los proyectos para fijar límites en los alquileres temporales a partir de mayo próximo. Lo mismo opinó otro viajero al saber que entrarán en vigor en París disposiciones parecidas que no se aplicaban hasta ahora. Algunos entienden que las iniciativas van a beneficiar principalmente a los hoteleros.
Lo cierto es que la mayoría de los propietarios y las empresas vinculadas con el tema no tienen claro qué va a pasar, aunque consideran que nada quedará igual. Tampoco lo saben los turistas que han hecho de esta posibilidad de alojamiento un uso creciente en esta década con la popularización de Internet.
Mi primera experiencia la tuve a finales de los años 80 con un adulto joven, mi amigo Shame, que subalquilaba por su cuenta un departamento cercano al Lincoln Center. El dato lo recibí de otro periodista y fue pasando de boca en boca pidiendo que no lo repitieran para monopolizarlo en beneficio exclusivo. El mecanismo era sencillo: se podía reservar por teléfono (no había aún e-mail) desde tres días en adelante. Luego se complicó por el éxito y se quedó sin fechas libres.
Progresó, se compró otro departamento, igualmente grato y confortable con servicio personalizado a la orden. Surgía un nuevo empresario, un pionero en lo que hoy es un buen recurso frente a la falta de empleos. No era un hotel ni un apart hotel, sino una casa de familia que nos tenía de huéspedes. La relación costo-beneficio era conveniente y sumaba la ventaja de poder desayunar o comer sin tener que salir, y era un ahorro porque en la calle es más caro. Uno vivía con el estilo de un residente local, un nativo, no un extranjero. Iba al súper, exploraba el barrio, hablaba con el diariero y los vecinos, la pasaba muy bien.
En París repetí la experiencia en un departamento muy chico en una calle deliciosa, rue de Vivre, la misma de Mitterrand en el Barrio Latino, al lado del Sena. Y luego en el Madrid de los Borbones sobre Salamanca. Era una suerte de escritorio para preparar las guías o estas columnas que escribo en LA NACION desde hace 20 años. El fenómeno se repitió en Buenos Aires y contribuyó notablemente a multiplicar la llegada de visitantes cuando los hoteles no daban abasto. La recomendación de un contacto para alquilar en forma directa es el consejo más pedido en mi correo. Paralelamente, igual que en las otras grandes ciudades, se extendieron más allá del centro porque hay ofertas para distintos gustos y bolsillos. La cuestión de fondo es disfrutar al máximo y gastar lo menos posible.
Lo que al principio era una actividad marginal se transformó en un negocio en estos destinos favoritos. En París, la ciudad más visitada del mundo, el sueño de cualquiera es tener un pied-à-terre, una tentación para franceses, ingleses y ahora brasileños, indios y por supuesto argentinos que se prenden con ganas. Los ocupan una parte del año y luego los alquilan por días o semanas con la ayuda de Internet que asegura una demanda constante. Las ganancias que siempre son muy buenas justifican las inversiones.
Este panorama se enrareció primero en París al plantearse la exigencia de declarar la propiedad con fines comerciales y en Nueva York con la prohibición de no tener contratos menores a un año. Estas normas estarían en vigor en mayo de 2011 y han despertado gran polémica. De consolidarse modificarían hasta la trama de algunas películas como The H oliday de 2006, porque ya no podría Cameron Diaz intercambiar su residencia en los Angeles a Kate Winslet, una desconocida, por una casita en las afueras de Londres y de paso enamorarse de Jude Law. A veces creemos que sólo los argentinos convertimos cualquier solución en un problema. En otros lugares hacen otro tanto por la miopía de no comprender que el turismo es una industria muy importante aunque los turistas no voten.