
Y sí. Pasó mi último fin de semana de soltera y con despedida incluída.
Nos juntamos en lo de mi hermana y empezaron a caer amigas. Cena, tranqui, algunos fernet y muchas risotadas.
Ahí ya estaba bien para mí pero pidieron un taxi. No, porfi, Golden no, dije. Me hicieron callar y me vendaron los ojos. Uff. Qué embole, somos grandes, decía yo.
Me subieron a un auto y nadie hablaba. Para simplificar, sacando detalles de todos los colores llegamos a destino. Me bajan, entro a un lugar, me sacan el pañuelo de los ojos y entiendo dónde estaba.
Era el jardín de la casa de un amigo en común con Luis. Una cama elástica gigante y mi futuro marido esperándome saltando. Ja.
Lleno de gente, música y tragos.
Saltamos todos sin parar, alguien abrió una manguera y se transformó en un fiestón.
Qué buena onda. Realmente divertido, sin trolas, sin musculosos en slip, toda gente querida celebrando.
Sí, este viernes me caso.
No lo puedo creer.
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