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Al estilo manuelino

El monasterio de los Jerónimos, frente a las aguas del Tajo, es uno de los emblemas de la arquitectura portuguesa




En la parte oeste de Lisboa, a orillas del Tajo, se encuentra el barrio de Belém, en el que se agrupan algunos de los monumentos más interesantes de la capital. Quizás el más famoso, el más visitado de estos tesoros históricos y artísticos sea el monasterio de los Jerónimos, que compite en belleza con otro estupendo monasterio portugués, el de Batalha.
La silueta de los Jerónimos se yergue en medio de una gran plaza, tiene como fondo una cortina de colinas (en lo alto de una de ellas se puede ver el palacio real de Ajuda) y enfrenta las aguas del Tajo. La blanca fachada de piedra de Lisboa, de trescientos metros, es imponente. El edificio responde al estilo manuelino, del último período de la Edad Media y comienzos del Renacimiento, en el que aparecen como motivos de decoración muchos elementos marítimos (anclas, sogas, plantas acuáticas) que aluden a la época de los descubrimientos.
El portal sur de la iglesia de Santa María es una obra maestra que apabulla por la multitud de esculturas. Fue realizado por Diego Boytaca, un francés de Languedoc que, tras haber construido el templo de Jesús en Setúbal, planeó con Don Manuel la erección de los Jerónimos.
Originariamente, Boytac pensó en crear un monasterio mucho más grande que el actual. Debía tener cuatro claustros. Tan sólo pudo hacerse uno que figura entre los momentos más inspirados de la arquitectura portuguesa de la época. El pórtico está coronado por un dosel que culmina en la cruz de los Caballeros de Cristo. A los lados del arco de entrada hay un bosque de estatuas que ocupan nichos, que aparecen protegidas por baldaquinos, y parecen incrustadas las unas en las otras como si formaran una especie de santa armadura destinada a defender y exaltar la gloria de la Virgen.
El séquito de piedra representa a profetas, sibilas, apóstoles y doctores de la Iglesia. El infante don Enrique aparece retratado como guerrero y profeta, con barba, cota de armas y espada erguida. Las esculturas fueron hechas por artistas de Sevilla como Reynaldo dos Santos, o portugueses como Diogo de Macedo, pero la mayoría de ellas fue encargada a especialistas franco flamencos (Antonio Flamengo, Nicolás de Holanda, Jean de Gand y Michel de Lille).

Sensaciones puertas adentro

La entrada principal contrasta por su simplicidad con el pórtico sur. El escultor francés Nicolás Chanterene fue quien concibió este ingreso al templo. Sobre la puerta se ven las escenas de la Natividad, de la Adoración de los Reyes Magos, pero las esculturas más notables son las de los reyes Don Manuel y Doña María, y la de los Santos Jerónimo y Juan Bautista.
Cuando se transpone el umbral de la iglesia, se tiene la extraña sensación de ingresar en una cueva submarina en la que la luz del sol aparece tamizada por un elemento entre líquido y aéreo. A medida que se avanza por las naves hacia el altar, los techos son cada vez más altos y los espacios se hacen más amplios, de modo que la iluminación cambia continuamente y contribuye a aumentar la impresión de irrealidad y de misterio. A la izquierda está la capilla de Nuestro Señor del Calvario, cuya bóveda y paredes están revestidas de tallas doradas. En la penumbra del santuario, las figuras hieráticas aparecen dramáticamente realzadas por los imprevistos destellos del oro. La nave principal y las colaterales se unen en lo alto en una bóveda única, concebida por João de Castilho, un pedrero oriundo de Santander, precursor del estilo renacentista. Las nervaduras que nacen de los pilares se elevan y forman en lo alto una especie de fronda de hojas de palma. En esa fantasmagórica selva de piedra, alternan estrellas, cuadrados y círculos que tejen una red de temas geométricos. Bajo la tribuna del coro están las tumbas de Vasco da Gama y del gran escritor portugués Camoens.
El claustro de los Jerónimos es considerado por muchos historiadores del arte como uno de los más hermosos del mundo. Es un cuadrado de 55 metros de lado y tiene dos pisos; el inferior es obra de Boytac, pero la construcción fue realizada por João de Castilho entre 1517 y 1518. En la imaginería del claustro hay escenas de devoción y veinte medallones que representan los instrumentos de la Pasión. A lo largo de las galerías se recorre un emocionante Via Crucis en el que se alternan símbolos religiosos de distintas épocas. Los aficionados a la literatura no serán indiferentes al hecho de que en el altar de San Jerónimo se halla la tumba de Fernando Pessoa, el gran poeta portugués fallecido en 1935. Pasearse bajo las arcadas de ese magnífico patio gótico o sentarse a leer entre las finas columnas que sirven de perímetro al jardín es una de las experiencias más conmovedoras que reserva una estada en Lisboa.

Historias de navegantes

Los orígenes de los Jerónimos se remontan a mediados del siglo XV. El príncipe Enrique el Navegante fundó en la playa de Restelo una ermita donde frailes de la Orden de Cristo debían asistir a los pescadores y marineros que se habían asentado en la zona. En 1459, se elevó la capilla a la jerarquía de parroquia y se la consagró a Santa María de Belém. De allí partieron Vasco da Gama y Pedro Alvares Cabral para los viajes en que descubrieron Brasil y la India. Después de subir al trono, el rey Don Manuel decidió levantar en ese lugar una gran construcción religiosa, la abadía de la Orden de los Eremitas de San Jerónimo, en la que, según sus deseos, sería enterrado. Los monjes deberían celebrar una misa cotidiana en memoria de Don Enrique, de Don Manuel y de sus descendientes. El monasterio albergaría a cien religiosos y para su mantenimiento se lo dotó del 5 por ciento del impuesto al oro y a las especias procedentes de Guinea y de la India.
Hugo Beccacece

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por Redacción OHLALÁ!


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