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Al fin... y al Cabo de Hornos

De Ushuaia a Punta Arenas, un crucero con escala en el punto más austral de América del Sur. Cinco días a bordo del Vía Australis entre fiordos, glaciares y pingüinos de Magallanes




A BORDO DEL VIA AUSTRALIS.- Es el auténtico fin del mundo, donde el Atlántico y el Pacífico unen fuerzas y donde se calcula que se produjeron unos 800 naufragios. Todo un dato para los visitantes que llegan en barco a la Isla de Hornos, lo último de América antes de la Antártida, al sur del Sur.
Pero el fin del mundo justifica los medios; no hay que temer. Estamos en otra etapa de la historia de la navegación y el Vía Australis, un crucero de bandera chilena y capacidad para 136 pasajeros, avanza firme en su viaje inaugural.
Salió de Ushuaia un sábado a la tarde para alcanzar Punta Arenas cinco días después. Y la primera parada es precisamente en el Cabo de Hornos. A las 7, entonces, los pasajeros-expedicionarios están listos en la popa para abordar los gomones Zodiac, con el chaleco salvavidas que será su inseparable compañero de aventuras durante todo el viaje.
El paisaje puede ser menos espectacular que el de las próximas paradas, pero el valor simbólico se impone. Tanto que nadie se quiere quedar sin su certificado firmado por el capitán Oscar Sheward.
En realidad no se pisa el Cabo de Hornos propiamente dicho, sino que todo el mundo camina por una pasarela de madera (quebradiza, en algunas partes) hasta otro pequeño cabo, enfrentado al más legendario, donde está el monumento A los hombres de mar que perdieron su vida en el cruce del Cabo de Hornos: una estructura metálica, bien afirmada para soportar vientos de hasta 180 kilómetros por hora, que da forma a un albatros, el alma de quienes descansan en tan temperamentales aguas.
Muy lejos de pasar vicisitudes comparables con las de Cap Horniers de otros siglos, esa noche será la más movida del Vía Australis al rodear el Cabo. El resto de la travesía será sencillamente apacible, en el imponente y a la vez relajante marco del Canal de Beagle y el Estrecho de Magallanes.
Es un barco confortable, pero discreto; turístico, pero sin casino ni spa. A diferencia de otro tipo de cruceros, acá, además de comer muy bien y descansar rodeado de un entorno prácticamente virgen, lo fundamental son las excursiones, como la mencionada visita a la Isla de Hornos. Paseos que si bien no exigen ninguna preparación ni aptitud especial suelen involucrar caminatas, barro y un clima que, aunque veraniego, obviamente no se parece en nada al de las playas del nordeste brasileño.
No hay televisores en los camarotes y cuando se proyecta una película en el salón Yámana, es un documental sobre aborígenes de la Patagonia o sobre el pingüino de Magallanes. No hay diarios, pero sí una biblioteca con títulos como Misión al Cabo de Hornos. La expedición francesa a Tierra del Fuego en la Romanche (julio 1882 a septiembre de 1883), quizás algo intimidantes, pero de lectura ideal superado el temor.

¿Se asustaron anoche?

Antes de bajar a la bahía Wulaia, el termómetro acusa 8°C y el capitán Sheward dice que es un día espectacular. Sólo dos cosas ayudan a entenderlo y estar de acuerdo: un pisco sour en el bar y la noticia de que Buenos Aires soporta en este mismo momento 41°C de fiebre estival.
En el puente, de libre acceso para todos los pasajeros, el oficial Jaime Iturria mantiene una velocidad de diez nudos y responde a las dudas tan atentamente que parece haber hecho su carrera con orientación al turismo. "Navegamos para disfrutar, no para llegar rápido. De noche, sí, vamos un poco más ligero y hacemos los tramos más complicados, como el paso Murray. ¿Se asustaron anoche?", le pregunta a una familia chilena, de Santiago, que observa los flamantes instrumentos y la carta de navegación como obras de una galería de arte. Y sí, admiten que se asustaron un poco cuando se cayeron algunas cosas de la mesa del camarote.
A los que no sólo se asustaron, sino que se marearon los atendió el joven doctor Marko Espinoza Silva, chileno, de Puerto Montt, en la pequeña, pero eficientemente equipada enfermería del Vía Australis. El médico hace el viaje gratis, junto con su hermano menor, a cambio de sus servicios, según un sistema algo difundido en el mercado turístico. "Sólo los acompaño una semana, aunque me gustaría hacerlo toda la temporada", dice Espinoza Silva, que aclara que "no hay soluciones mágicas para el mareo. Lo seguro es que el alcohol o la comida en exceso no ayudan". A los pacientes les entrega pastillas antimareo tipo Dramamine y cuenta que, como se ve en algunos pasajeros canadienses, en otros países ya se venden unos parches del mismo efecto (por 72 horas), similares a los que se usan para dejar de fumar.
Entre lengas, calafates y orquídeas, el trekking cuesta arriba desde la Bahía Wulaia es extenuante, pero a la vuelta, en la playa, el mismo barman del barco espera con Johnny Walker etiqueta roja, hielo de glaciar, y chocolate caliente. Los guías aprovechan para ilustrar la tarde con una analogía fácil, aunque no menos adecuada: los árboles de esta región soportan los fuertes vientos entrelazando sus raíces. "Si uno se cae, se caen todos", concluye Paula con tono solemne.
También se habla de castores. Dicen los guías chilenos que un grupo de argentinos trajo hace años a Tierra del Fuego seis castores canadienses con fines peleteros. Pero la piel de sus crías no resultó de la calidad necesaria y hoy más de 60 mil castores descontrolados destruyen los bosques.
De vuelta en el Vía Australis, sin televisión, Internet ni teléfono, hay tiempo para pensar todo esto en el bar del salón Sky, que es totalmente libre por el costo del viaje, igual que las comidas y las excursiones. Y también, por cierto, hay mucho tiempo para socializar con personajes que se irán definiendo con los días: el empresario de la construcción napolitano, la empleada de la agencia de viajes barilochense, el ingeniero de Colorado Springs, el presidente de un club de polo de Santiago, el silencioso francés que el último día, en una subasta, va a comprar la carta de navegación por 300 dólares.
Después de cinco días, varios glaciares, salidas de madrugada en Zodiac y sobremesas multiculturales, las despedidas son mucho más que una formalidad.

Magdalena, una isla muy macanuda

ISLA MAGDALENA.- Para aquellos cuyo contacto con un pingüino se reduce básicamente a la tira Macanudo, de Liniers, en LA NACION, el sonido que este animal produce puede ser sorprendente. Ahora, más inesperada aún es la intensidad del rumor de un coro de... 62 mil parejas de pingüinos.
Y ésa es la cantidad aproximada de ejemplares que habita la isla Magdalena, de Chile, en el estrecho de Magallanes, 30 kilómetros al nordeste de la ciudad de Punta Arenas y última parada del crucero Vía Australis en su primer viaje por Tierra del Fuego.
Hay que estar desayunado a las 6.55 (¡vacaciones!) para desembarcar por medio de Zodiacs en esta porción de tierra repleta de pingüinos de Magallanes, la especie más típica de América del Sur, característica por el pico negro y la guarda circular de plumaje blanco desde la frente hasta la garganta.

Al que madruga

Como en las excursiones anteriores, hay algo llamativo: a diferencia de lo que sucede muchas veces en el sector turístico, el programa es aún mejor de lo que la tripulación lo vende. A pesar del horario y del frío (es verano, pero comparado con otras latitudes...), igual que en las visitas a glaciares y los trekkings fueguinos, no bajar del Vía Australis sería imperdonable.
La recompensa al Turista Sacrificado del Año es caminar por una isla de 85 hectáreas ocupada hasta el último metro cuadrado por los nidos de estas aves. Algunas apenas se asoman de los pozos o cuevas que son su hogar. Otros van y vuelven del agua (pueden sumergirse hasta 90 metros para capturar peces), con ese paso que los hace uno de los animales más simpáticos.
Acá llegan en septiembre y ponen sus huevos en octubre. Tras cuarenta días de incubación, nacen los polluelos, que ya son independientes entre enero y febrero. Los adultos dejan la isla en abril hacia las costas del Atlántico y el Pacífico. Y en septiembre, dicen, un alto porcentaje vuelve al mismo nido. Sin embargo, a pesar de ser monógamos, no necesariamente reinciden con la misma pareja.
Aparte de pingüinos, en Magdalena hay minorías de cormoranes y gaviotas. Y un par de guardaparques, que cuidan el embarcadero (llegan, además de cruceros, lanchas de excursión de Punta Arenas), el único sendero por donde caminar sin molestar, un pequeño museo y un faro (también muy Macanudo), de unos diez metros de altura, adonde se puede subir para contemplar el insólito panorama y disfrutar del concierto.

Datos útiles

Tarifas

El Vía Australis navegará la ruta Ushuaia-Punta Arenas, en cinco días y cuatro noches, hasta mayo, con salidas los sábados. A medida que pasa la temporada alta, las tarifas se reducen. Si en febrero el precio de la cabina más económica es de 1244 dólares, en marzo es de 990 y en abril, de 785. Incluye todas las comidas, bebidas y excursiones. Consultar por tarifas promocionales.

Contacto

Por reservas e informes:
teléfono: 4325-8400

Qué llevar

Ropa de abrigo (gorro, guantes) y calzado, todo adecuado para trekking, e impermeable. Los que conocen estos barcos deben tener en cuenta que ya no se proveen trajes impermeables como hace tiempo. No es mala idea tener a mano pastillas antimareo y protector solar. Por lo demás, llevar cualquier otra cosa que se pueda necesitar ya que en cinco días no se desembarcará en ningún lugar donde comprar nada.

En Ushuaia

Si hay unas horas en Ushuaia antes de abordar, para almorzar una buena opción es Tía Elvira, frente al puerto (promedio, 30 pesos; Maipú 349). Para un café o una cerveza fueguina, la Beagle, los pubs Náutico (Maipú 1210) y Ushuaia Che (San Martín 471).

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por Redacción OHLALÁ!

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