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Al rescate del espíritu de Carlos Gesell

La nieta del fundador de la villa impulsa la restauración de la que fue su segunda casa




VILLA GESELL.- Le decían el loco de los médanos. Tardó diez años en arrancar un yuyo a ese desierto de dunas infinitas y estériles, donde el viento se empeñaba en arrasar con cada semilla, árbol y especie que plantaba.
Fue a mediados de los años 40 cuando el bosque con el que había soñado Carlos Idaho Gesell comenzó a tomar forma. A veces tenía que atarse con sogas para que el viento no lo tumbara, pero este alemán terco y arremetedor logró forestar nada menos que 1648 hectáreas sobre el mar, las mismas que había comprado en 1931 por consejo de su amigo Héctor Guerrero, fundador de Cariló.
La que cuenta todo esto es Marta Soria Gesell, la mayor de los 16 nietos del patriarca y la que pasó más tiempo con él, incluso haciendo de dama de compañía en inauguraciones y actos públicos.
Marta es toda una atracción en la casa de don Carlos, aquella donde vivió el fundador de Villa Gesell desde 1952 hasta 1979, el año de su muerte. Esta ex modelo y actual concejal, además de dueña de un vivero, impulsa la restauración de la vivienda, que de 1982 a 1994 estuvo usurpada y quedó prácticamente en ruinas. "La saquearon, la quemaron y hasta practicaron vudú acá dentro", se lamenta.
De todos modos, si uno tiene suerte, Marta estará allí para guiar a los turistas a través de las salas y compartir anécdotas sobre su abuelo.
"Ayer guié a 500 personas en cerca de seis horas. La gente quiere saber cómo vivía este pionero, dónde dormía, qué escribía... ", comenta, no sin una cuota de orgullo.
Y así cuenta cómo don Carlos se bañaba todos los días del año en el mar (siempre a las 7 de la mañana), cómo supervisaba él mismo las calles de la villa, o les hacía tomar vinagre de manzana con miel a los nietos para curar, o prevenir, la artritis, o recibía en su escritorio al desfile de personajes que venía a estrecharle la mano.
"Un día se presentó el embajador de Kenya con unos habanos de regalo. Y mi abuelo, que era enemigo acérrimo del cáncer, se los rompió en la cara", recuerda Marta, mitad horrorizada, mitad divertida.

Los primeros turistas

En la casa de dos plantas todavía hay poco mobiliario y mucho trabajo pendiente. Pero echar un vistazo a las fotos que cuelgan de las paredes vale de por sí la visita: las hay de Gesell con Frondizi, de los seis hijos que tuvo con la alemana Marta Tomys, de los primeros colectivos Antón que llegaron al balneario (1956), y hasta del chalecito que Don Carlos mandó a construir para turistas. "Casita solitaria frente al mar se alquila por 15 días", rezaba el anuncio que publicó en La Prensa, y gracias al cual recalaron aquí los primeros visitantes: un matrimonio alemán de apellido Stark, que terminaría enamorándose del lugar y recomendándolo a los amigos.
Por supuesto, tampoco falta alguna que otra foto de los inventos de Gesell, que además de loco de los médanos era un loco incansable de los experimentos e invenciones. Desde una plancha anticorrosiva para barcos hasta un mecanismo para aprovechar la energía producida por las mareas, el hombre lo probó todo. Incluso diseñó cochecitos para bebes y cucharitas especiales para papillas. Su padre, don Silvio, vale aclarar, había fundado en Buenos Aires la Casa Gesell, que vendía artículos para bebes. De hecho, Gesell hijo originalmente compró el páramo de dunas con la idea de forestarlo y obtener madera para los productos de Casa Gesell.
En 1931, poco después de adquirir el terreno, don Carlos construyó la célebre casa de las cuatro puertas, una en cada punto cardinal, porque nunca se sabía cuál estaría bloqueada por la arena, acumulada a su vez por el viento. Actualmente funciona allí el Museo y Archivo Histórico Municipal, con fotos, documentos y objetos que pertenecieron a familias pioneras de la villa.
Después, la casa pasó a ser una suerte de oficina y el fundador de la villa se mudó a una segunda vivienda, la misma que su nieta ahora intenta rescatar. La visita a las casas y el parque en que se alzan, siete hectáreas de pinos, eucaliptos, cipreses, olivos y hasta sequoias gigantes que Gesell hizo traer de California, es de apenas un peso. Marta dice que con tres pesos por entrada se podría hacer mucho más. Pero no se desanima y sigue desgranando historias de su abuelo. Son tantas, que acaba de publicar un libro, Mi abuelo...Carlos Gesell , que presentará el próximo jueves en Pinamar.

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por Redacción OHLALÁ!


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