Al trote en la arena
Después de la playa las cabalgatas invitan a apreciar un atardecer diferente
18 de enero de 2008
CARILO.- Maito espera, acomoda las monturas. Los caballos descansan, no se mueven. Tampoco relinchan. El grupo que reservó el lugar todavía no llegó. De a poco la tarde se apaga.
La cita estaba pautada para las 20. Pero todavía faltan 15 minutos para la hora señalada. Entonces Maito, que es todo un campechano, aprovecha y cuenta su historia en Cariló, que comenzó hace 31 años cuando recibió la autorización para instalar su parada de alquiler de caballos. Empezó con dos animales y ahora tiene más de veinte.
Todo el año. Verano o invierno Maito organiza cabalgatas o alquila caballos, una alternativa más para poder disfrutar Cariló. No es el único. Aquí varios son los puestos que ofrecen actividades hípicas. Además de Maito están, entre otros, La Reserva y El Relincho. "La gente viene a cabalgar porque en Buenos Aires no lo puede hacer tan seguido. Los turistas se sienten atraídos por el lugar. Galopar con los caballos por la playa o el bosque gusta mucho", asegura Maito, que afirma no hace falta decir su nombre y apellido porque en Cariló todos lo conocen por su apodo. Tampoco quiere decir su edad. "Eso me lo reservo", sostiene.
Se acerca la hora de la partida, pero la gente no llega. Aparece Pedro. El ayudante de Maito. Tiene 16 años y trabaja en un haras de caballos criollos. "Todo lo que sea relativo a los caballos me gusta", dice Pedro, pero se niega a revelar los secretos para realizar una cabalgata especial.
Llega la primera avanzada, son niños y adolescentes con muchas ganas de cabalgar. Algunos ya tienen experiencia en andar a caballos otros dan sus primeros pasos en el tema de las cabalgatas.
Bruno tiene 13 años. Primero monta en Mateo, pero prefiere a otro caballo. "El otro día cabalgué con tordillo y me fue muy bien. Es una experiencia excitante. Galopar está muy bueno", explica el adolescente.
Bruno consigue su objetivo y Maito le concede una nueva salida con tordillo. Se sube y espera que los demás compañeros de salida monten sus caballos asignados.
Inti, de 16 años; Isidoro, de 14; Emilio, de 12, son hermanos y viven en Ushuaia. Están de vacaciones, los acompaña una amiga, Diana, de 16 años. Se los nota ansiosos por comenzar la travesía. "Nos gusta cabalgar. Las vacaciones pasadas ya lo hicimos", dice tímidamente Isidoro.
Faltan sólo las hermanas Florencia y Azul, de 10 y 13 años, respectivamente. Sin duda son las que tienen más experiencia. "Esta es la tercera cabalgata consecutiva", afirma la más pequeña.
Todo listo. Maito se quedará en su puesto, en Tero y Paraíso. La cabalgata será liderada por su ayudante, Pedro. Son las 20.25 y el grupo está dispuesto a recorrer la tranquila y armoniosa geografía.
Los primeros pasos son lentos. Pedro indica que hay que ir por Paraíso, en dirección al mar. Son casi dos kilómetros hasta la playa.
La tarde es tranquila. La temperatura agradable. Los turistas vuelven de la playa. Los niños que pasan con sus padres saludan. Algunos, los más pequeños, se asombran ante la fina estampa de los animales. A caballo, Cariló se disfruta de otra manera, pero se ve como siempre: natural, campestre y verde.
Los mejores jinetes están ansiosos por llegar a la playa y galopar a más velocidad.
Al llegar al cruce de Paraíso y Dividisadero hay que hacer una parada. El tránsito es más fluido. Los turistas se dirigen al centro comercial. Pedro espera y controla que todos los caballos pasen del otro lado. Falta poco para llegar a destino. Como si lo presintieran, los caballos comienzan a tomar velocidad. Parecería que ellos también quisieran llegar y ver el atardecer en el mar.
Ahora sólo resta subir un médano. Detrás, el mar, la arena y los turistas que aprovechan hasta el último instante de playa. Los caballos y los jinetes ganan terreno. De pronto la cabalgata se topa con una travesía de cuatriciclos. Cada grupo sigue su camino.
Los caballos llegan a metros de la orilla. Florencia, la niña de 10 años, galopa y muestra su destreza arriba del caballo. Parece tomar vuelo. Bruno disfruta de su salido con Tordo. Andrés, otro de los integrantes del grupo, también corre.
De a poco aparece la noche. Después de varias vueltas, Pedro ordena el regreso. Algunos no están de acuerdo. "¿Ya termina?", preguntan varios.
Sí, la aventura terminó. Ahora hay que volver y dejarle los caballos a Maito. Los casi dos kilómetros hasta la parada se hacen cuesta arriba. Pero todos llegan sin problema. "Los que vuelven siempre piden cabalgar con el mismo caballo", afirma Maito, que mientras se despide se niega a revelar su nombre.