

Hace ya unos años, estaba de paseo por Salta con un grupo de amigos, visitando esa ciudad tan bella, sobre todo por las viejas casas con patios señoriales que aún se conservan. Nos pasábamos el tiempo recorriendo una y otra vez las calles y las plazas tan hermosas.
Así, hasta que en un momento vimos la catedral. Y recordé que un tiempo atrás alguien me había recomendado visitarla especialmente ya que, más allá de las creencias religiosas, tenía muchas cosas interesantes para ver, como las tallas artesanales, los vitraux y otros detalles.
Como mis amigos preferían seguir caminando, quedamos en encontrarnos una hora después en un barcito que había por allí cerca. Y se fueron.
Me quedé solo y, cuando giré para dirigirme hacia la catedral, me di cuenta de que estaba cerrada. Los demás seguían caminando, todavía no estaban muy lejos de ahí, y pensé en llamarlos para volver con el grupo. Sin embargo, en ese instante advertí la presencia de una señora mayor que abría una de las puertas laterales. Si bien no llevaba los atuendos de una religiosa, supuse que pertenecía a algún servicio de la catedral, así que me acerqué y le pregunté si no me dejaría pasar a conocerla.
El tiempo justo
Al principio, la mujer se negó rotundamente. Pero como le conté que me iba al día siguiente y le insistí mucho, finalmente accedió a dejarme entrar "por un rato nomás", el tiempo justo que ella tardaría en ir hasta la sacristía y regresar a la puerta.
Antes que nada me dijo: "La Virgen del Milagro está a la derecha, y a la izquierda está el Cristo Redentor". Al principio recibí esa información sin darle mayor importancia, ya que mi interés al visitar la catedral no tenía una motivación religiosa; simplemente iba a mirar la estructura.
Sin embargo, estar solo en un espacio tan bello y de las dimensiones de una catedral me produjo una sensación extraña. Enseguida empecé a caminar por la derecha, hasta que en un momento vi una Virgen que me llamó la atención, ya que a diferencia de otras no parecía tan divina como las demás. "Qué raro -pensé-, esta Virgen no tiene la cara excesivamente dulce ni tan bella como otras, sino que es muy humana, y parece preguntarme qué me pasa."
Como un diálogo
En ese momento tenía una abuela muy enferma. Y como me pareció que la Virgen seguía preguntándome qué me pasaba, le conté acerca del problema de salud de mi abuela y que me gustaría que estuviera bien.
No me puse de rodillas ni nada, ya que hasta ese momento no estaba en mí ir a la iglesia ni pedir. Eso realmente no tenía nada que ver con mis costumbres. Así que terminé de hablar, fui un segundo a ver al Cristo, vino la señora y me fui.
Resultó que mi abuela pronto se puso bien y tuve la sensación de que me había pasado algo distinto, en una dimensión que no era la cotidiana. No sentí la luz del milagro, ni que Dios me escuchó, ni le di al asunto gran importancia, pero una vez que mi abuela se puso bien, empecé a encontrar nuevos significados en ese momento, en esa mujer que me dijo dónde estaba la Virgen sin que yo le preguntara nada.
Ese momento... tal vez fue sólo algo casual, pero no lo sé. De pronto me gusta creer que había un caminito ahí que había que recorrer. Y desde entonces he viajado en más de una oportunidad a Salta especialmente para pedir a esa Virgen por la salud de alguna amiga enferma.
Actualmente, Alfredo Alcón interpreta Enrique IV, de Luigi Pirandello, de miércoles a domingos, a las 20, en la Sala Casacuberta del TGSM.
Por Alfredo Alcón
Para LA NACION
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