
Volví a mi color original, que después de tanto toqueteo de original no tiene nada. Creo que está mejor, al menos no me deprime mirarme al espejo. El cavado y la tira de cola (sí, perdón muchachos, esto es una realidad y un viaje de ida) fueron arreglados profesionalmente a costo razonable (creo que por compasión).
El control remoto (rey de mis noches) fue reemplazado por una clásica imitación de la casa del control remoto. Aprendí que los Phillips cambian los canales de cualquier tele de la misma marca. ¡Oh, si sigo así voy a reventar de tanta cultura! Por la módica suma de $68 tengo uno nuevo. Nos estamos conociendo. Es como un nuevo amante. En mi cama oscura lo busco, reconozco su forma con la mano, le paso los dedos por encima, lo agarro (sin apretar demasiado pero con la fuerza justa como para despertarlo un poco), descubro los detalles que lo cubren, toco con dedos expertos y ahí lo encuentro, su punto G: ¡el botón de ON/OFF. Se enciende, no se resiste a mis manos. ¡Quiero más! Encuentro tecla Channel y dos flechitas celestes que suben y bajan. Ya sé cambiar. ¡El volumen, también encontré el volumen! Flechas a la derecha e izquierda. Lo vuelvo loco y lo hago gritar. Grita. Nos movemos por todos lados, TN, Sony, las películas viejas del 38, subimos hasta el History Channel...llegamos a lugares insospechados. Nos revolcamos por toda la grilla televisiva y cuando nos estamos por quedar dormidos, lo toco suavecito en Off y se apaga.
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