

Alguna vez me pidieron que me definiera y se me ocurrió decir que toda mi vida he sido un gran inconsciente que se dejó llevar. Porque ni la mayor imaginación hubiera trazado el recorrido que realicé en mi vida.
Nací en San Telmo, me crié en Liniers, y como digo muchas veces, me nacionalicé boquense. Pero desde muy joven el destino me llevó a viajar. A los 18 años ya pintaba, y como todo complejo argentino, mi deseo era recorrer Europa y llegar a París. Lo cual no sucedió hasta mucho tiempo después, y el tiempo demostró que fue mejor así.
No sé cómo llegué a Bolivia, crucé el lago Titicaca, fui por tierra a Lima, estuve en Cuzco y visité Machu Picchu. Todo muy relacionado con los cambios de esos momentos, cuando transcurrían los años 60 y Mujica Lainez desde La Nación o Rafael Esquirru como director del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires hablaban de un arte americanista.
Después viví en Venezuela y mi pintura volvió a cambiar. Mi obra tenía mucho que ver con el horizonte, que a partir de entonces desapareció para dar lugar a la verticalidad.
Luego de viajar a México, cerré por un tiempo el capítulo latinoamericano y me fui a vivir a París, en un lugar privilegiado que, según Bruno Gelber, tenía la vista más linda de la ciudad. Estuve allí en compañía de Iris, mi esposa fallecida el año último, y alternábamos la estada entre la Argentina y Francia, donde aprendí muchas cosas.
Parte del pasado
Pero llegó un momento en que todo aquello pertenecía al pasado, y sentí que en América, desde la Patagonia hasta Canadá, había una energía más cercana a nuestro tiempo. Si yo hubiera sido un pintor del Renacimiento, seguramente habría querido estar en Florencia, en Venecia o en Roma.
Si hubiera pertenecido al siglo pasado o principios de éste, habría elegido quedarme en París. Pero la energía que buscaba estaba en América y se concentraba de una manera muy especial en la ciudad de Nueva York.
Entonces dejé la comodidad de París y me enfrenté al desafío de ir allá. Fui a vivir al Greenwich Village e instalé mi estudio en el Soho. Y otra vez, mi pintura transformó su dinámica.
También visité Medio Oriente, Egipto, Grecia e Israel. Un día, mientras me bañaba en el Mar Muerto, pensé que el destino me había llevado a nadar en el lago más alto del mundo (el Titicaca) cuando tenía 20 años, y mucho tiempo después, en ese mar que está por debajo del nivel del mar.
Actualmente comparto mi estada entre Buenos Aires y Miami, que si bien no es Nueva York ni París, tiene el espacio y la luz que en este momento me permiten expresar lo que siento.
El autor es artista plástico
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