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Amsterdam, nueva cuna de la libertad

La ciudad enamora a cada paso




Mi llegada a Amsterdam surgió a partir de un viaje que realicé por Europa en febrero de 2000. Yo había terminado un año muy intenso de trabajo y decidí tomarme tres meses de vacaciones para descansar y conocer destinos soñados.
El viaje había empezado en Madrid, donde tengo dos tíos que viven allá hace muchísimos años, y enseguida me dirigí a Amsterdam, invitada por una amiga que estaba tomando clases en la escuela de música, trabajaba como bailarina y siempre me contaba cosas maravillosas de aquella ciudad, que afortunadamente, apenas llegué, pude constatar con todos mis sentidos.

Ciudad mágica

A primera vista recuerdo a Amsterdam como una ciudad especialmente mágica, no solamente por su arquitectura o su estética, sino por la mentalidad de su gente, que indudablemente fue lo que más me movilizó durante mi estada en esa ciudad.
El pensamiento y la educación de una sociedad tanto más avanzada que la nuestra me hizo pensar que Buenos Aires atrasa unos 400 años.
Me maravilló Amsterdam, en principio, por su arquitectura simple, con casitas como salidas de un cuento, de no más de tres pisos, construidas sobre los canales.
No existen las rejas, y si uno pasea por la calle puede asomarse a un ventanal enorme, con un señor viendo la televisión en su departamentito -en general son muy pequeños-, sin más protección que un frágil cristal. Algo imposible de ver por estos días en una gran urbe de nuestro país.
Al segundo día de estar allá me conseguí una bicicleta, y a partir de entonces empecé a manejarme con ella por todos lados, algo que se facilitaba porque toda la ciudad está preparada y la gente educada para circular de esa manera. En ese sentido, a cada paso se advierte un profundo cuidado por la ciudad, por la limpieza y el medio ambiente en general.
Hasta podría hablarse de cierta confianza entre sus habitantes, esto de no tenerle miedo al vecino, o de mirar de reojo al otro por temor a que te pueda hacer mal.
Me acuerdo que, a mitad de mi estada, viajé a París a visitar a una tía: dejé la bicicleta en la estación Victoria (una semana sin candado), y al regresar a Amterdam, la bicicleta estaba ahí, intacta, lista para trasladarme a mi departamento.

Tango argentino

Por otra parte, algo que es muy pintoresco e imposible de ignorar cuando se habla de esta maravillosa ciudad es el tratamiento de la sexualidad, tan presente en sus calles, más precisamente en el Barrio Rojo de las prostitutas, donde de repente ves a un señor de 60 años que está con la bolsita del Museo Van Gogh -al cual fui tres veces por lo menos-, que sale de un sex shop y después se va a un bar a tomar una cerveza. Algo realmente muy raro para nuestra cultura, que a mí me gustó.
En esa época, curiosamente, cada vez que decía que era argentina sus habitantes demostraban una debilidad y una fascinación muy grande por nuestra cultura, especialmente por el tango argentino, y eso me hizo sentir orgullosa.
Son muchos los destinos alrededor del mundo que se pueden transitar como turista, pero son pocos los lugares donde uno se quedaría a vivir.
Después de aquella experiencia, Amsterdam se ha convertido en una ciudad donde yo sé que podría vivir y pasarla muy bien. Al menos seis meses, tal vez un año y, quién sabe, mucho tiempo más.
Se pueden visitar muchos destinos como turista, pero son pocos los lugares que uno elegiría para vivir
La autora es actriz
Por Victoria Onetto
Para LA NACION

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