
24 de diciembre con la familia unita y sin sobresaltos. Las primas sorprendentemente poco inquisidoras y todo fluyó como si fuésemos casi normales sin las escenas propias de los Adams de otras temporadas.
Mis planes de salir el mismo 25 a la mañana se cayeron. Nunca se puede ser tan precavida como para prever una falla mecánica de último minuto y ni hablar de encontrar un mecánico disponible el día de Navidad. Hubo que esperar al sábado y recién ahí agarrar la Ruta 2 al alba, antes de que salga el sol (que para información de los dormilones sale tempranísimo, antes de las 6 de la mañana). Unas 6 horas más tarde y 200 mates después llegamos.
Domingo fue día de playa por la mañana y de mate y bizcochitos por la tarde. Tuve que compensar con larga caminata (tampoco se trata de volver hecha un globo aerostático después de tanto relax). Cuando volví se largó una tormenta increíble que se veía avanzar desde el mar. Nada más lindo para ver.
Son las 7 de la tarde del domingo, estoy en una casita rodeada de árboles cerca del mar y alcanzo a ver un pedacito de cielo celeste por allá lejos que de repente anuncia que mañana pueda llegar a ser un lindo día. Me quedé con ganas de más mar, más barrenadas de olas y un poco más de libro boca abajo bajo el sol (corriendo las tiritas de la bikini para que no quede marca).
Hay que admitirlo, el aire de mar me refrescó. Tengo la cabeza limpia y ni ganas de volver sobre viejos temas (saben a lo que me refiero).
Espero que hayan tenido una Navidad en paz como la mía. Un beso para todos.
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