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Antigua, la capital del dolce far niente

La isla descubierta por Colón tiene para ofrecer playas espectaculares, iglesias del 1700 y la posibilidad de largas caminatas al ritmo del reggae




ANTIGUA.- El sol de la mañana calcina los ojos y juega con los reflejos insoportables de los charcos. Y es tan difícil mirar el horizonte como jugar a la mancha con tiburones. ¡Y nunca ser mancha!
Así es el Caribe. Esa zona del planeta donde todo suena a desmesura, desde el sol hasta Bob Marley; desde las exquisiteces de la cocina creole hasta los recios negros cuyos cuerpos se hartan de ser tan bellos. Y los ojos, de tanto mirarlos.
Estamos en Antigua. Y estamos al sol. Un sol de media mañana algo desganado, pero impiadoso y tenso. Esto es una isla, de las bellas bellas, y es domingo, hora de misa y de vestidos almidonados.
Sí, acá, en Antigua, las familias completas salen de sus simples casas para ir a tributarle a Dios sus cantos más bonitos. Y van orgullosos, con sandalias blancas, trenzas en toda la cabeza y enormes traseros cubiertos con telas floreadas, a cual más.
Esto es el Caribe. Zona de bucaneros, de playas blancas, de arrecifes y tambores de petróleo a los que estos hombres de piel azulada le sacan una música espectacular.
Es domingo y Saint Johns, la capital, está desierta. Acá y allá se ve a algún rastafari con sus dreadlocks (rizos de miedo, en inglés, o mechas raras y con aspecto sucio, en cordobés básico) metidos en gorros tejidos con lana multicolor. Y con ese calor...
Es domingo y el turista parece una mancha entre las callejas bastante destruidas y poceadas, que recuerdan irremediablemente a la gestión de algún jefe de Gobierno de Buenos Aires. ¿Se habrán copiado de Antigua?
Hay una calma especial en este ambiente húmedo. De cada casa simple, muy caribeña, con una pequeña galería en la entrada que coincide con la vereda pública, sale olor a comida muy condimentada. Y sale gente, también, que no es especialmente simpática.

El encanto de pasear

Cerca del puerto, entre el enjambre de mujeres y niños que van a misa y mientras de algunas iglesias salen voces celestiales, hay cuatro negros vendiendo unas chauchas mal pintadas que suenan bien al agitarlas.
Son baratas. Se pagan en dólares caribeños. Y es todo lo que ofrecen, las chauchas. Por lo demás, las artesanías son malas, tirando a berretas, esta vez, dicho en dulce porteño.
En el ambiente hay un lejano e incierto olor a marihuana, pero quizá se trate de una ilusión olfativa por aquellas cosas que se han dicho y tanto se publican sobre sustancias en el Caribe. Sustancias prohibidas. Y ron. Y reggae.
Esta isla de 442 kilómetros cuadrados alberga las vidas de 67.300 habitantes que hoy, domingo, parecen haberse metido debajo de la tierra. El nombre oficial es Antigua y Barbuda, el idioma oficial es el inglés -aunque el creole es la lengua más escuchada-, profesan la religión anglicana y protestante, y se divide políticamente en seis parroquias, nada de provincias.
La historia dice que Antigua fue descubierta por Cristóbal Colón en 1493, cuando estaba habitada por los indios caribes. En 1632 Inglaterra la colonizó y sólo en 1967 fue declarada Estado Autónomo asociado a Gran Bretaña. En 1981, Antigua y Barbuda se independizó dentro de la Comunidad Británica de Naciones y su gobernador general, junto con el Primer Ministro forman el Poder Ejecutivo en representación de la corona británica.
Una breve historia para una breve isla, aunque falte contar las penas sufridas por sus pobladores, todos descendientes de esclavos africanos que ahora viven del turismo, la caña de azúcar, el ron, el refinado de petróleo y las manufacturas textiles.
Ya es mediodía en Antigua y la gente sigue sin salir de debajo de donde está. Lo que no es malo: el turista camina solo en medio de un país (porque eso es Antigua), sin que ningún ruido lo aleje del bello silencio dominguero. Entonces, la calle principal parece apetecible para dar un paseo, para llegar a la muralla de lo que fue un fuerte y hasta esa iglesia abandonada que, seguramente, data del 1700. Siempre al sol, claro, que se vuelve irreverente.
Eso sí, habrá que alejarse un poco del centro para llegar a las playas de arenas blancas y finas, donde los peces de colores se escurren entre los pies. Allí, cerca del mar, un hombre prende fuego en un tambor de combustible y se pierde bajo una ola. Al rato vuelve con una langosta. La pone a cocinar. Piensa venderla. Pero cuesta caro, 40 dólares la más pequeña.
También, cerca del mar, un grupo de jóvenes asiste a un mitin político porque se anuncian elecciones y todo se vuelve muy localista, tanto, que el visitante tendrá problemas si quiere disimular su presencia, como una tarántula en un plato de leche.
Cuando anochece, un buen trago de ron viene bien. Quizás sea la dulzura de la bebida o será que el efecto deseado ya comienza, pero mirando ese mar espectacular, la fantasía siempre presente de vivir en una isla parece posible.

Datos útiles

Cómo llegar

Por American Airlines. El vuelo sale diariamente de Buenos Aires a Miami, a las 21.55.
Allí hay que tomar otro vuelo a San Juan de Puerto Rico y en la isla, luego de una espera de dos horas, otro hasta Antigua, donde se llega a las 13.29 hora local.
El precio del pasaje de ida y vuelta, con impuestos incluidos, es de USD 1305,70.

Dónde alojarse

En general, la isla está invadida por resorts all inclusive, que cuestan desde 130 euros y trepan a 300.
Si bien la moneda oficial es el dólar caribeño, Antigua y Barbuda pertenece al grupo de naciones asociadas a Inglaterra y los precios están en euros.

Para ver

La playa de Hawksbill bay es bien recomendable.

Bettuy s Hope es uno de los museos para visitar (son todos muy pequeños) y la Cathedral of St. Johns the Divine o la St. Peter s Church.

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por Redacción OHLALÁ!

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