

RECIFE.- Esta es una de las ciudades más extrañas de Brasil. No faltan los lugares comunes del país (lindas playas, vegetación frondosa, fútbol, aroma a pescado frito), pero se encuentran mezclados con otros menos identificables. Por momentos se siente que estas calles con adoquines de tiempos inmemoriales podrían pertenecer a una ciudad europea, o incluso a un pueblo caribeño de la época de la Colonia.
Sus habitantes la llaman la Venecia de Brasil: dos ríos dividen la ciudad en tres islas (Recife, Santo Antônio y Boa Vista), que se comunican entre sí por la modesta suma de 123 puentes. Lo particular del trazado urbano y la arquitectura son los vestigios del pasado holandés.
En 1630, los holandeses ocuparon Olinda, la antigua capital del estado de Pernambuco, pero decidieron edificar su propia capital a sólo seis kilómetros de allí, en Recife, ya que los arrecifes que bordean toda la costa proporcionaban mayor protección frente a un posible ataque por parte de los portugueses. De todos modos no se produjo ninguna represalia lusitana: en esa época, Portugal había sido absorbido por la corona española y España estaba demasiado ocupada en otras guerras como para dedicarles tiempo a estos problemas. Fue la población nativa la que se organizó, finalmente, creando un ejército que expulsó a los holandeses de Recife en 1654.
Un rincón histórico
Internarse por el barrio histórico de Recife es aparecer en un rincón anacrónico del mundo, donde el tiempo parece no haber dejado huella.
El recorrido comienza inevitablemente en el Convento Franciscano de Santo Antônio, construido en 1606, que deslumbra con sus ornamentos de cedro y jacarandá enchapados en oro. Cerca de allí se encuentran otros monumentos de la arquitectura religiosa: la Catedral de Sâo Pedro dos Clérigos, de 1782, la Basílica de Nossa Senhora de Carmo, de 1675, y la Igreja do Rosário dos Homems Pretos, construida en 1662.
Hay en la ciudad dos fuertes, que hoy funcionan como museos: el Forte do Brum, construido por los portugueses en 1629, y el Forte das Cinco Pontas, edificado por los holandeses en 1630. Hay también otros museos que ameritan una visita.
Se destacan el Museu do Homem do Nordeste, que resume la historia y los hábitos del habitante de esta zona, el Museu Franciscano de Arte Sacra, el Museu do Açucar y el Museu de Antropologia, que atesora valiosísimas colecciones de objetos pertenecientes a las culturas afro-brasileñas y a los primeros tiempos de la Colonia.
Alejo Schatzky
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