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Apuntes evocativos para pasear por el Delta

Hace ochenta años fue lanzada la Guía Tigre, un mensuario con datos para el asombro




En el puerto de Tigre, los servicios de transportación y turismo de las diversas líneas de lanchas colectivo, los de excursiones fluviales programadas o de circuitos de catamaranes y hasta de lanchas-taxi parten desde la Estación Fluvial y sus adyacencias o de los amarraderos que dan a la ribereña calle Lavalle, sobre el río Tigre. También hay servicios de navegación que sueltan amarras desde el cercano Puerto de Frutos, un emporio artesanal mimbrero, de muebles rústicos y tiendas-vivero.
La mejor información sobre los paseos se puede obtener por el servicio de información turística municipal: 512-4486 y 4497, que entre otras precisiones brinda los teléfonos de empresas navieras, recreos, restaurantes, hotelería isleña y hasta de los museos Naval y De la Reconquista.
Proveerse de información del pasado -tarea menos fácil y casi autodidacta- suele resultarle útil a todo viajero. En este caso, a los fanáticos del remo y a los habitués que recorren los riachos en sus propias lanchas y cruceros, si luego disponen de tiempo para la lectura, embarcados o en apacible descanso en las casonas y recreos. Lo ideal: las investigaciones de Enrique Udaondo publicadas hace tiempo.
A Tigre se llega en tren desde Retiro, en ómnibus y en automóvil por el Acceso Norte ramal Tigre con peaje (1,50 peso). Si por la calle Lavalle se accede al muelle del Club Regatas La Marina, sobre el río Tigre, casi en su desembocadura en el Luján, una lancha transporta hasta la cercana e imponente sede del viejo club fundado en 1876.
Los no socios pueden embarcarse con el propósito de almorzar en el club con un menú económico y sencillo, servido en el salón señorial que recupera la memoria de una época de esplendor del remo.

La zarpa del Tigre

Cuando en 1918 apareció la Guía Tigre se acababa de editar el primer libro-guía de Bariloche, escrito por Eduardo Morales, que ya había suscripto otra pequeña guía sobre las todavía poco visitadas cataratas del Iguazú, es decir: el turismo en la Argentina estaba en pañales. No así el miniturismo cercano a Buenos Aires, según lo que sucedía cada fin de semana en la ciudad de Tigre y su Delta aledaño.
Apenas iniciada la década del veinte, el ferrocarril Central Argentino ponía cada domingo 65 servicios de trenes a tracción eléctrica entre Retiro y Tigre e igual número en sentido inverso, de los cuales 24 eran servicios rápidos. La tarifa de ida y vuelta totalizaba 2,35 pesos en primera y 1,30 en segunda. El gerente Howard Williams las publicaba junto con un ruego dirigido a los señores organizadores de regatas, reuniones sociales y picnics para que en caso de viajar en tren y ser muchos excursionistas se sirvan dar aviso al gerente de tráfico .
Esa disposición no sólo respondía a un concepto empresario destinado a brindar confort para el viaje, sino a no descuidar el fenómeno que provocaba el remo y las regatas.
Tanta precaución no era exagerada: los remeros asociados a clubes del Tigre sumaban 14.872, de los cuales sólo 2031 pertenecían al Buenos Aires Rowing Club, el pionero, cuyos adherentes bogaron deportivamente desde 1873.
Para 1922, desde el muelle del ferrocarril sobre el río Tigre, partían las 40 lanchas de Navegación Recreativa del Delta, servicios ininterrumpidos desde las 7 hasta las 19.30. Se distinguían por una bandera roja y blanca con la inscripción Recreo . Dos pesos eran la tarifa única de ida y vuelta hasta los campings, recreos y restaurantes más distantes.

Almuerzo a tres bocas

Muchos solían almorzar en la confitería y restaurante del ferrocarril frente a las aguas: el Tigre Rosario, con terraza, mesas al aire libre y orquesta (domingos y feriados).
Los viajeros más encumbrados y sibaritas navegaban hasta el entonces prestigioso recreo Tres Bocas, del Emporio Gastronómico Ligure de Ferrando Hermanos, también dueños de un concurrido restaurante en la capitalina calle Carlos Pellegrini 575 y de una conocida tienda de óptica y fotografía.
En el recreo próximo al río Capitán tendían las mesas de su cocina a la genovesa, que habían impuesto en Buenos Aires con sus ponderadas especialidades: ranas, caracoles, torta pascualina y pastas caseras.
Los comensales se podían retratar con un fotógrafo de Lutz Ferrando, que también armaba su trípode en el vecino recreo Sarmiento.
Algunos excursionistas preferían viajar sólo hasta San Fernando para gozar de su balneario y de la buena comida del restaurante playero de Francisco Demichelis.
Entre esta zona, Dique Luján y la segunda sección del Delta, se sumaban entonces 47 muelles de restaurantes y recreos.
Los aficionados al camping se aprovisionaban en La Destiladora del Norte en San Fernando: producía hielo y la refrescante Deltina, una bebida sin alcohol. En cualquier almacén completaban las compras y se agenciaban la bandejita Daisy, invento destinado a matar moscas y mosquitos. En el Puerto de Frutos, finalmente, cargaban jugosas ciruelas y carnosos duraznos, que desbordaban de las cestas llegadas esa madrugada desde las islas.
Aquella Guía Tigre, editada por Pedro J. Varesini promocionaba la excursión dominical para familias de Navegación Isleña SA en su vapor Bernardino Rivadavia. Salía todos los domingos desde el Canal San Fernando, a las 9.30, y la navegación, a 7 pesos, incluía almuerzo y té amenizado por una orquesta.
Algunos de los pioneros que esperaban a los turistas -Francisco Sarthou, en El Universal del Abra Nueva; Juan Pagliettini, en el Sarmiento del Tres Bocas, y Angel Plagiettini en La Estrella del Norte, del arroyo Espera- prolongarían su notoriedad en la actividad náutica.
Francisco N. Juárez

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