Areguá, descanso entre casonas coloniales y tereré
A poco más de una hora de Asunción, este antiguo refugio de verano de la élite local espera con sabores típicos, un lago azul y hasta un castillo de inspiración medieval
9 de septiembre de 2012
AREGUÁ.- Hay una cálida quietud en el aire, casi inexplicable, si no fuera porque esa misma tranquilidad se respira en cada rincón de este pequeño pueblo a casi 30 kilómetros de Asunción.
Tibia y aletargada, como el sol de la siesta, pero sin distinción de horarios. Todo acontece a un ritmo pausado, como el andar de doña Úrsula, la señora de sonrisa dulce que dirige su emprendimiento gastronómico allí, en Areguá, capital del departamento Central de Paraguay.
Recibe, radiante, en la puerta de La Palmera de Ñá Úrsula -como reza el cartel en la entrada-, con el pelo impecablemente trenzado y recogido, cubriendo y descubriendo las manos entre la falda amplia. Y en esas manos está el secreto: con ellas hace la magia en sus comidas, y gracias a ellas pudo valerse por sí misma desde chica, porque según cuenta aprendió este arte por necesidad familiar. Pero los años pasaron y la fuente de trabajo se hizo vocación, y la vocación, fama: sus platos son los preferidos de todo el pueblo y no hay quien no guste de sus delicias.
La mesa, larga y bien dispuesta para la merienda, está servida en un patio ameno, a la sombra de un techo de quincho, al aire libre. Si fuera un poco más tarde, además de los hornos de leña donde se cocinan los panes, también se encendería el tatacuá, un horno de barro donde se asa pollo y cerdo, haciendo otras de las especialidades de la casa. Pero ahora es momento de deleitarse con algunos bocados de la cocina tradicional paraguaya. Hay chipá casero a base de mandioca y queso, mbeyú -una sabrosa tortilla de harina de maíz y almidón-, payagüá -albóndigas de mandioca y carne- y torta de miel de caña. Para beber se suman tazones de cocido quemado, una infusión similar al mate cocido, pero más fuerte y bien dulce, y no falta la estrella de la zona, entre agosto y septiembre: la frutilla (ver recuadro). Así es que jarras interminables de jugo fresco de esta fruta y pocillos con ejemplares de tamaños exuberantes ensalzan la mesa y hacen agua la boca.
Entre las palmeras que bautizan al lugar y canteros floridos, cuelgan móviles con figuras de origami, agregando cierto encanto onírico a la escena. Y entre historias y voces que mezclan el castellano con el guaraní, va cayendo la tarde sobre las aguas del lago Ypacaraí, el de las aguas azules y las leyendas.
Postales de pueblo
Cuenta la historia que antes que Areguá se tapizara de calles adoquinadas -muchas que se mantienen desde la fundación de la ciudad, en 1538- no existía su lago, sino que allí estaba asentada Bae Berá Guazú, la ciudad más bella y perfecta, la ciudad de la luz. Uno de sus más sabios habitantes, Tumê Arandú, soñó un día con la llegada de la colonización y con ella, terribles sufrimientos para su pueblo. Desesperado, le imploró a su dios, Tupá, que amenizara ese dolor. Entonces, las aguas del río Paraguay subieron y el pueblo quedó cubierto, dormido para siempre bajo las aguas del lago Ypacaraí.
Hoy, el destello azulado y brilloso de su superficie rememora la leyenda de esa ciudad mitológica de luz y su gente se enorgullece llamándolo el lago azul.
Pero no sólo se trata de leyendas: todo en esta pequeña ciudad con alma de pueblo está atravesado por el Ypacaraí. La avenida del Lago es la calle principal y comienza en una región en altura, donde se erige desde hace casi dos siglos la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria. Desde allí, la vista panorámica hacia la costanera es fascinante.
A lo largo de la avenida, y descendiendo hacia el lago, se despliega el casco histórico -declarado patrimonio por el Parlamento de Paraguay en 1997-. Mansiones coloniales y casonas recicladas dan cuenta del pasado elitista de Areguá: entre fines del siglo XIX y principios del XX, la élite política e intelectual paraguaya vacacionaba allí. Hoy, el centro veraniego es la ciudad vecina, San Bernardino, pero Areguá conserva un encanto impasible, y es el plan perfecto de fin de semana, con posadas poco ostentosas, pero muy pintorescas, de amplios patios y jardines, colmados de floridas Santa Rita y jazmines del país.
En el camino a la orilla del lago es imposible no perderse entre las decenas de centros culturales y galerías de arte que tienen sus puertas siempre abiertas, y ofrecen cuadros de artistas nacionales y otras artesanías, como el tejido de ñandutí. También están las típicas casas de alfarería -la especialidad de la zona- que amontonan en las veredas figuras de barro de todas las formas, tamaños y colores.
Construcción impensada
A pocos metros antes de la costa del Ypacaraí, la antigua estación de trenes cobija una casa de artesanías y, seguramente, a algún perro somnoliento que vagabundea, dándole a la escena cotidiana del pueblo un aire de postal. Justo en frente, aparece una construcción impensada, que le aporta aún más magia al lugar: un fabuloso castillo de tipo medieval, construido a principios de 1900. Era la antigua residencia de una señora de alta alcurnia, doña Carlota Palmerola, muy querida y recordada en Areguá por sus infinitas donaciones y su profunda fe católica. Al morir legó la propiedad a las Hermanas Dominicas, que aún hoy se encargan de su cuidado y abren las puertas del castillo Palmerola y su capilla, siempre con aviso previo.
La avenida del Lago culmina en la costanera que, prolijísima y de infraestructura renovada, invita a refrescarse con un tereré, la bebida emblema paraguaya. Desde allí la cita es ineludible: de espaldas, el pueblo aguarda con su inexplicable mezcla de espíritu guaraní y herencia colonial. Al frente, sólo basta contemplar el horizonte de ese lago de leyenda, y comprobar que la luz de la ciudad mítica sigue brillando, eterna, sobre sus aguas azules.
Frutilla hasta en empanadas
Agosto y septiembre es la época de cosecha de la vedette de Areguá, y se festeja la Expo Frutilla. Turistas de todo el país se trasladan a la zona para degustar todo lo imaginable que pueda incluir esta fruta: mermeladas, licores, jugos, helados, tortas y hasta empanadas, se ofrecen en los más de 50 puestos dispuestos alrededor de la ruta por los productores de la zona (que suman 400 familias aregüeñas). Este año, en su decimotercera edición –que culmina el 16 de este mes– también se pueden recorrer las plantaciones y conocer el procedimiento de cultivo. Los fines de semana se suman festivales folklóricos que agregan color y música.
Herencia franciscana
Areguá se encuentra dentro de un recorrido conocido como Circuito del Oro, que permite conocer la herencia franciscana en Paraguay y su sincretismo con la cultura guaraní. Comienza muy cerca de Asunción, en Yaguarón. Allí se puede visitar el templo San Buenaventura, en pie desde el siglo XVIII y fiel representante del arte barroco franciscano-guaraní. El recorrido sigue por Piribebuy, donde doña Olga abre las puertas de La Quinta ( www.laquinta.com.py ), una bellísima posada de turismo rural que invita a un almuerzo casero, a la sombra de frondosos árboles –este año tuvo entre sus visitantes a la reina de España–. Por la tarde se llega a Areguá, donde espera todo el encanto del pueblo y las delicias de la cocina Ymá (típica) de Ñá Úrsula.
El valor del tour es de US$ 95 e incluye traslados desde Asunción, guía y comidas.