Arequipa, ciudad blanca
Arquitectura colonial, gastronomía para valientes, una momia llamada Juanita y un pueblo orgulloso hasta de su cielo eternamente azul, entre otras razones para volver a Perú
1 de agosto de 2010
AREQUIPA.- "¿Usted nació aquí?", le pregunté, un poco para hacer conversación, al conductor del remise.
"Gracias a Dios sí", fue la respuesta, sincera, y 100% arequipeña a la vez.
Porque así son ellos, los characatos, orgullosos como pocos de su tierra, hasta tal punto que se han ganado fama de regionalistas y exagerados. Hasta pasaporte de la República Independiente de Arequipa tienen, aunque es un documento más en broma que otra cosa, que puede comprarse en cualquier tienda de suvenires (junto con la moneda local, que no es el sol, sino el characato de oro, o remeras con leyendas como ¿Yo peruano? ¡Arequipeño carajo! ).
Pero basta con pasearse un par de horas por el centro histórico de esta ciudad señorial -Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 2000- y admirar sus construcciones coloniales, con probar un chupe de camarones en una de las muchas picanterías, con detenerse en la Plaza de Armas a observar a las cholas con sus vestidos abultados y coloridos, escuchar los músicos callejeros o maravillarse ante aquellos mecanógrafos sentados en un banquito junto a sus añosas máquinas de escribir -listos para redactar documentos comerciales a cambio de un puñado de soles- para enamorarse, en fin, de Arequipa.
Es cierto que, siendo la segunda ciudad de Perú (tiene poco más de un millón de habitantes), hay que armarse un poco de paciencia para cruzar las calles, y que las horas punta pueden ser un verdadero caos de autos, taxis y mototaxis. Pero nada en comparación con los atascos infernales de Lima. Ni siquiera llegan hasta aquí las hordas de turistas, mochileros o vendedores ambulantes que desbordan Cuzco y Machu Picchu.
Arequipa, más bien, aún conserva los aires de pueblo y el color local de sus tradiciones. Como los desfiles de escuelas y bandas los domingos, o las peleas de toros que suelen disputarse los fines de semana o en fechas especiales (la más importante es el 15 de agosto, aniversario de la fundación de Arequipa y día en que se celebran las verdaderas fiestas; las de la independencia pasan desapercibidas en comparación). Los arequipeños siguen con pasión estas peleas, en las que además apuestan fuertes sumas de dinero. A diferencia de las corridas españolas, aquí no se sacrifica ningún toro -impresionantes bestias con nombres como Negro Asesino, Van Dam, Agente 506, Amor Prohibido o Pelusa-, sino que el perdedor simplemente termina huyendo de su adversario.
Los mil y un apodos
Pocas ciudades han recibido tantos apodos como Arequipa. Las numerosas insurrecciones o revoluciones que protagonizó a lo largo de su historia, junto con el carácter bravío de su gente, le valieron el título de Ciudad Caudillo. El último levantamiento importante fue en 2002, cuando el entonces presidente Alejandro Toledo quiso privatizar el agua y la electricidad locales. Las protestas fueron tan masivas y tan virulentas que Toledo tuvo que dar marcha atrás.
También se conoce a Arequipa como la Ciudad del Eterno Cielo Azul, porque el sol brilla todo el año y el cielo, de tan celeste, realza con claridad los majestuosos volcanes que flanquean la ciudad: el Misti, el Pichu Pichu y el Chachani. La contraparte de semejante maravilla climática es que Arequipa, que a todo esto está a 2400 metros de altura, tiene una de las radiaciones solares más altas del mundo. Así que lo aconsejable es usar gorro y mucho protector, si no quiere que la cara se le caiga a pedazos.
Tierra de Líderes es otro de sus apelativos, de tanto personaje ilustre que ha nacido en estos pagos: varios ex presidentes de Perú (como Luis Bustamante y Rivero o Fernando Belaúnde Terry), un secretario general de la ONU, el escritor Mario Vargas Llosa o el creador del motor a reacción. También, algunos mucho menos ilustres, pero no por eso menos famosos, como el oscuro Vladimiro Montesinos o el líder de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán.
Pero entre la larga lista de apodos de Arequipa, tal vez el más popular sea el de Ciudad Blanca. Esto se debe al color claro de sus antiguas iglesias y casonas, obtenido por una piedra volcánica blanca, el sillar, muy utilizada en las construcciones desde el siglo XVII. Aunque también existe otra versión que apunta a la composición étnica de sus habitantes, en su mayoría conquistadores que establecieron aquí su feudo. Arequipa, de hecho, es más una ciudad colonial y española que una indígena (además de la arquitectura, los recién llegados plantaron olivares y palmeras que les hacían recordar a su España natal).
El poder que llegó a tener aquí la Iglesia Católica es otra muestra de la influencia española, evidente en las numerosas iglesias y conventos que pueblan la ciudad. Entre los más visitados se cuentan los conventos de Santa Teresa y Santa Catalina, las iglesias de San Francisco y de la Compañía de Jesús, y la catedral, que ocupa todo un lateral de la Plaza de Armas ("La única en el país", destacan los arequipeños), y cuyas dos torres fueron reconstruidas luego de venirse abajo en el último terremoto, en 2001 (dicen que en Arequipa hay entre seis y ocho temblores diarios, imperceptibles en la mayor parte de los casos).
Aunque los turistas que visitan esta ciudad sureña, que dejó de ser lugar de paso -generalmente en camino hacia Cuzco- para convertirse en destino en sí, también se toman unos días para recorrer los alrededores, desde los cercanos pueblitos de la campiña (Quequeña o Sogay, con sus casitas de adobe y terrazas de cultivo preincaicas, bien valen una mañana) hasta Toro Muerto, el mayor yacimiento de arte rupestre de América. El ascenso al Misti, cuya cumbre está a 5800 metros, está reservado para escaladores, aunque últimamente también se ha puesto de moda celebrar bodas en su cima.
El valle de Colca, sin embargo, es el paseo por excelencia de los turistas, un escenario agreste encajonado entre las cumbres nevadas de los Andes, a 3600 metros. Hay que soportar los rigores de altura para apreciar la belleza silenciosa de uno de los cañones más profundos del mundo, que en realidad es una falla geológica abierta por un terremoto. Entre el vuelo rasante de los cóndores y las manadas de vicuñas se desparraman 14 poblados que disponen de luz y agua corriente desde hace muy poco, y que mantienen intactas sus costumbres ancestrales.
Los hombres y las mujeres chamanes que leen las hojas de coca, y que hoy consultan con afán los turistas, existen desde hace siglos. Cuentan que es necesario sobrevivir a la descarga de un rayo para obtener poderes sobrenaturales o chamánicos, y convertirse así en una persona sumamente virtuosa. Casi casi como cualquier arequipeño.
DATOS UTILES
Cómo llegar
- LAN, Taca, Tam, vuelan a Arequipa (Aerolíneas Argentinas hasta Lima, de allí se puede tomar un vuelo local), a partir de US$ 1002 ida y vuelta, con impuestos
Dónde dormir
- Hotel Libertador Arequipa, cinco estrellas.
www.libertador.com.pe
En Internet
Santa Catalina, una ciudad dentro de otra
En cierto modo, la de ellas es una historia de sumisión y sacrificio femenino también, aunque muy distinta a la de Juanita.
Las reglas eran claras en aquellos tiempos coloniales: la primera hija mujer estaba destinada a casarse, la segunda a ser religiosa, la tercera a quedarse en la casa cuidando a los padres. Por lo cual ellas, las del medio, entraban derechito al convento de Santa Catalina con apenas 12 años y no salían nunca más.
Hoy se puede visitar el mencionado convento en pleno corazón de Arequipa, pero donde reina un silencio abrumador. Se lo conoce como "una ciudad dentro de una ciudad", y no es para menos: son 20.426 m2 en total, un verdadero complejo con seis calles, 80 casitas, tres claustros, lavandería, enfermería, cementerio, canales en el piso para que corra el agua, plaza, iglesia, capillas, y seguramente está quedando algo afuera.
Fue fundado en 1579 y hasta la reforma de 1871, cuando el convento abrió sus puertas para otros estratos sociales, las niñas que ingresaban eran ricas. Sus familias pagaban 100 monedas de plata y equipaban las casitas donde vivirían las futuras monjas con muebles, alfombras o juegos de té de Francia e Inglaterra. Además de las sirvientas, que también vivían con las jóvenes (en casas de una, dos o a lo sumo tres religiosas).
De todos modos era una vida solitaria. En los ocho primeros años de novicias, las recién llegadas se pasaban recluidas en sus cuartos fríos y austeros, bordando, y sólo podían salir dos veces al día: una hora para ir a misa (que era en latín, por lo cual no entendían nada, ya que ni siquiera sabían leer y escribir) y otra hora para ir al patio, a conversar con otras niñas (se les dejaba el alimento en las ventanas).
No había baños, sólo bacinicas, y las jóvenes se bañaban siete veces al año. No podían mirarse jamás en un espejo, lo que era considerado pecado de vanidad. Sólo eran retratadas cuando morían, generalmente con los ojos cerrados.
En el siglo XVIII, el convento llegó a contar con 500 monjas. Hoy tiene 20 y cuatro novicias, aunque en 1985 dejó de ser de clausura. De todos modos, si se llega a cruzar con alguna religiosa verá que ésta apura el paso para evitar la gente. Hábitos son hábitos.
Un plato para valientes
No es inusual que los arequipeños críen cuyes en sus casas para darse un festín de cuando en cuando. El cuy, ese roedor de la región andina, es de hecho una de las delicias de la cocina arequipeña. Se sirve en las picanterías (suerte de bolichones de comida local) como cuy chactado o frito, con salsa criolla y papas doradas. Otros platos típicos son el rocoto relleno (ají picantísimo), los chupes (caldos de todo tipo), el pastel de papa, la alpaca, el adobo de chancho, la ocopa -a base de papas- o el soltero de queso (porque no lleva carne). De beber, la chicha morada y, por supuesto, la cerveza arequipeña. Los que buscan comida regional con un toque gourmet pueden ir a Chicha, restaurante del famoso chef Gastón Arcurio.
Personalidad ilustre
AREQUIPA.- Mario Vargas Llosa dijo de ella alguna vez que "tiene la edad de Julieta, de Shakespeare -14 años-, y como ésta, una historia romántica y trágica".
Su nombre es la Dama de Ampato, aunque todos la conocen como Juanita, porque quien la descubrió fue el antropólogo estadounidense Johan Reinhard (Johan=Juan).
Estuvo más de 500 años enterrada en la cima del volcán Ampato, a 6380 metros y a 80 km de Arequipa, hasta que en 1995 Reinhard y su equipo divisaron entre las rocas, sobresaliendo de la nieve (por el accidental calentamiento del hielo de la cumbre), el fardo funerario de Juanita, y más abajo su cuerpo, escalofriantemente intacto.
Hoy es uno de los grandes orgullos de esta ciudad, que le dedicó un museo -Museo Santuarios Andinos- para exhibirla en su urna de cristal, a -25°C y 98% de humedad, en las mismas condiciones en las que se la encontró.
A diferencia de otros cuerpos momificados -como los Niños de Llullaillaco, hallados en Salta- Juanita no es una momia, sino un cuerpo congelado: sus órganos están intactos, helados, pero no secos.
Del análisis de su ADN se conoció, por ejemplo, que esta adolescente de 1,35 metros tenía ancestros asiáticos y panameños. Su estómago reveló que ocho horas antes de morir comió un guiso de verduras, y que después ingirió chicha y hojas de coca para que la muerte fuera más placentera.
De todos modos fue una muerte brutal: la niña recibió un certero golpe en la cabeza (tenía una fisura de 5 cm en el cráneo), producido probablemente con una macana.
Con este sacrificio al Apu (dios) Ampato, ejecutado tras una larga procesión a pie desde Cuzco, los incas esperaban apaciguar la furia del volcán y poner fin a los desastres naturales que estaban afectando los cultivos y la ganadería.
Junto al ajuar con el que se encontró a Juanita -llamas de oro en miniatura, carteritas tejidas con hojas de coca en su interior, cerámicas, sandalias, finísimos tejidos de alpaca-, también se halló su cordón umbilical disecado (los incas solían guardarlos para molerlos, mezclarlos con chicha y beberlos para curar enfermedades).
La joven fue sacrificada también junto a otros dos niños, aunque se sabe que éstos no pertenecían a la nobleza, a diferencia de Juanita. Los chicos fueron enterrados a menor altura, por lo que su estado de conservación no es tan bueno como el de la Dama de Ampato.
Esta última hasta conserva una dentadura perfecta. En una gira por Estados Unidos (donde la visitó el mismo Bill Clinton), un célebre odontólogo parece que escribió: "Ojalá las muchachas norteamericanas tuvieran dentaduras tan blancas, sanas y completas como la de esta jovencita peruana".
El museo está abierto todos los días, de 9 a 18, la entrada es de 15 soles (unos 5 dólares) e incluye la proyección de un video de National Geographic sobre la expedición en el Ampato. www.ucsm.edu.pe
Atención porque Juanita no está en exhibición de diciembre a abril, cuando pasa al laboratorio. En su lugar se coloca a Sarita, otra doncella hallada en el volcán Sara Sara.