

ATLANTA.- Nueva Orleáns tiene un Tranvía llamado Deseo, mientras Atlanta llama Marta a su formidable sistema de transporte público. Sería lindo que fuera por el recuerdo de una mujer, pero corresponde a la sigla Metropolitan Atlanta Rapid Transit Authority.
En realidad, la ciudad, que había prosperado junto con el auge inicial de los ferrocarriles, se llamó primero Terminus, luego Marthasville, en 1843, y Atlanta en 1845.
Pocos visitantes saben los cambiantes nombres, pero no hay mejor manera de manejarse en ella que a través del Marta y su red de ómnibus y trenes subterráneos que llegan a todas partes, incluso hasta el aeropuerto, que es el más ocupado del mundo, con 1470 vuelos diarios.
De esa manera se reduce el gran problema del congestionamiento del tránsito, que fue la razón de su creación cuando se puso en marcha el primer tren, en 1979, y sus conexiones con los ómnibus hace sólo 26 años.
Actualmente, medio millón de personas por día sigue sus señales (azul cobalto, amarillo, naranja) para ubicar las estaciones y las paradas. Cada viaje, combinación incluida, cuesta US$ 1,75, y en mi caso, compré el Visitor Pass de US$ 12, que me permitió viajes ilimitados durante el día. Una simple comparación, un taxi cobra 25 dólares desde el aeropuerto hasta el centro (downtown), que son 10 kilómetros, la mitad que entre Ezeiza y Plaza de Mayo.
Viajé en ómnibus con aire acondicionado, asientos con suspensión, ventanales amplios y pisos antideslizantes, lo mismo que en los subtes bien iluminados y donde siempre me pude sentar. Los horarios respetan la frecuencia de 8 a 10 minutos como máximo, que se puede consultar en Internet.
¿Qué ver?
Con ese pase llegué a las principales atracciones y me salvé del error común que es buscar la dirección Peachtree (Duraznero) porque hay más de cien calles con ese mismo nombre. Entre ellas, varias en puntos principales. Siempre hay una Peachtree en su futuro al largarse a callejear.
En una lista incompleta, porque hay más para ver y disfrutar, estuve en la Biblioteca Presidencial de Jimmy Carter, la casa natal y la iglesia en la que predicó Martin Luther King, el Centro Woodruff con su museo de arte que tiene un convenio con el Louvre para traer muestras desde París y el sorprendente Center de Puppetry, con todo lo que puede soñarse en marionetas.
Además, el flamante acuario, porque se inauguró el año último, que es el más grande del mundo aunque esté a 300 kilómetros del mar. Y por supuesto vi la casa de Margaret Mitchel, donde escribió Lo que el viento se llevó, recorrí el Museo de la Coca Cola y estuve en la CNN paseando por sus entretelones. Lo que más impresiona en Atlanta, además de sus atracciones turísticas, es la continuidad de sus ideas básicas para aprovechar con suma inteligencia a través de tiempos y situaciones diferentes su ubicación para interconectarse.
Desde los comienzos fue un enclave de comunicaciones por tierra (diligencias, trenes, autos) y lo sigue siendo ahora con la televisión global vía satélite y con la aviación, porque su aeropuerto permite volar directamente a 170 destinos en Estados Unidos y 59 en el exterior.
Antes de la Guerra de Secesión (1861-1865), con los ferrocarriles era el centro de abastecimientos de Norte a Sur. Ese era el mundo de Scarlet O’Hara, que interpretó Vivien Leigh con tanto éxito en 1939 y que sigue alquilándose en los videoclubes. Precisamente, el fundamental papel de Atlanta para el transporte de soldados y suministros fue la causa de su destrucción. El general William Sherman la convirtió en cenizas para aislar a la Confederación Sureña y contribuir al triunfo de la Unión del Norte. Y como el ave fénix, renació de sus cenizas recuperando en la posguerra el rol de sus vías, por donde pasan hoy cien trenes de carga por día. Al llegar el auto, apostó por los caminos y autopistas, privilegiando su ubicación geográfica.
En 1928, cuando comenzó a volar Aeropostale desde Buenos Aires hasta la Patagonia con Saint-Exupéry y Jean Mermoz, se creó la Delta Air Service, que inició sus vuelos desde Atlanta en 1930. En el museo vi aparatos de ese tiempo y los legendarios DC3 posteriores.
El aeropuerto lleva el nombre de Hartsfield-Jackson por dos intendentes muy respetados. Está a menos de dos horas del 80% de cualquier ciudad de Estados Unidos, lo que lo fue convirtiendo en un enlace preferido, con un movimiento de 170 millones de pasajeros internos por año y cinco millones internacionales.
Hace pocos días se habilitó la quinta pista del aeropuerto, que será ampliado hasta 2010, aunque ya tiene el tamaño de 45 canchas de fútbol.
La nueva tecnología jugó siempre en su favor. Cuando en los años 70 eran necesarias grandes estaciones terrenas para bajar la señal desdelos satélites (por ejemplo, la de Balcarce), surgió la innovación de Ted Turner.
Apoyado en una red de emisoras por cable comenzó a transmitir noticias y deportes durante las 24 horas, usando las pequeñas antenas portátiles que recién aparecían. Todavía no estaba legislado su uso cuando montó la suya en una camioneta y llegó a todo Estados Unidos. Fue un hecho consumado para crear la CNN, que después de la Guerra del Golfo en 1990 se convirtió en cadena para todo el mundo, incluyendo los países enfrentados. Siempre desde Atlanta.Esta actitud, que tiene tanto qu ver con el Marta y sus premios porservicio, es la confirmación del éxito de pensar en grande. En algo de eso meditaba cuando me comía un bife de bisonte, un búfalo. Más grande sólo es una ballena como las que tienen en su acuario. Con la diferencia de que estaba muy rico y se respetaba el desarrollo sustentable, porque una de las declaraciones del restaurante es proteger el medio ambiente. Falta agregar que el dueño preocupado por la ecología es Ted Turner, que también posee el equipo de béisbol los Bravos de Atlanta. Genio y figura, salvo Jane Fonda que no está más a su lado.
Por Horacio de Dios
Para LA NACION
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