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Auto, montaña y carpa

El joven actor tiene claros sus gustos al viajar




"Me encanta viajar en auto porque me gusta manejar, escuchar la música que quiero. En una época de mi vida viajaba así todo el tiempo. Definitivamente lo disfruto mucho. Me gusta agarrar las cosas y salir a la ruta sin pensarlo. Me gustan los hoteles, me encanta conocer lugares nuevos y también regresar a aquellos que alguna vez visité", confiesa el actor Felipe Colombo, que en los últimos días se lo vio en los cines con Matar a Videla, película de Nicolás Capelli.
-¿El mejor viaje de tu vida?
-Cuando me vine en 1998 desde México a trabajar a la Argentina.
-¿Avión, barco, auto o tren?
-Auto.
-¿Playa o montaña?
-Montaña.
-¿Una escapada favorita de fin de semana?
-Agarrar el auto, tomar alguna ruta al azar y ver adónde llegamos.
-¿Un destino soñado?
-En una época yo escalaba, y desde entonces un destino soñado es el Parque Nacional de Yosemite, en California, Estados Unidos, donde se encuentran las mejores paredes de piedra para escalada.
-¿Algo que nunca dejás de llevar en un viaje?
-Música y libros.
-¿El viaje más caro que hiciste?
-Una vez se me ocurrió ir a México y pagarme un pasaje en primera clase. Creo que fue el viaje más caro y más ridículo que hice. ¡Me cobraron una fortuna!
-Carpa: ¿sí o no?
-Carpa sí.
-¿Solo o acompañado?
-Depende. Me gusta mucho viajar de las dos formas.

Por las rutas sanjuaninas

En 2008 fuimos con mi novia, Cecilia, en auto a San Juan. La salida de Buenos Aires fue un poco complicada porque no encontrábamos la ruta correcta, y una vez que la tomamos se nos pinchó una goma. Pero el resto del viaje fue precioso. Pasamos por Córdoba, atravesamos unos paisajes increíbles, disfrutamos mucho del camino.
Mi papá es sanjuanino, aunque hace años vive en México. Así que en San Juan nos recibió su mejor amigo, Carlos Sánchez, con un asado exquisito de un corte al que llaman punta espalda, y se extrae entre la costilla y el lomo. Después pasamos unos días en una casa de fin de semana de Carlos a la orilla de un dique, donde no había absolutamente nada que hacer. En medio de esos terrenos áridos que te transportan a otro planeta, el espíritu de la estada consistió en estar tirados en la hamaca todo el tiempo. Un placer. Y por supuesto, también degustamos algunos vinos.
Al cuarto día emprendimos el regreso. En el camino comenzó a llover, Ceci se empezó a sentir un poco mal y me pidió que parara un momento. Me tiré a la banquina, pero había mucho barro y como ya estábamos metidos se me ocurrió que lo mejor sería bajar por el badén y tomar envión para regresar al asfalto, así que apreté el acelerador. Pero caímos a la zanja y nos quedamos completamente atascados, con el auto enterrado hasta la mitad.
En medio de un paisaje desértico llamé al auxilio para que nos viniera a buscar. Hasta que en el horizonte apareció un auxilio que de casualidad pasaba por ahí. Si bien no era el que había llamado, nos enganchó con un cable y nos sacó del barro para seguir tranquilamente de regreso a Buenos Aires.

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por Redacción OHLALÁ!


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