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Banda de sonido y lecturas complementarias

Acordar qué radios o discos escuchar es toda una aventura, al igual que elegir los libros para las vacaciones




Estoy enamorado de la chica de la pizza , trina la voz gemebunda del anglohablante cantarín. Mientras tanto, por la ventana, la llanura pampeana se despliega imponente en su vastedad, coloreada, viva y completamente ajena a las vicisitudes del adolescente que suena en la radio.
La combinación de sonido y paisaje es tan inconveniente que resulta chocante, pero un rápido repaso por la breve discoteca en el auto me confirma que no tengo alternativas mejores que vagar por otros diales hasta dar con una radio regional que les lleve un poco de sabor local a los oídos en la ruta, aunque sólo sea en los informativos.
De los cinco vástagos que viajan, las dos mayores esperarán con el cambio de propuesta radiofónica un par de temas musicales reconocibles y, si no aparecen, se calzarán los auriculares para adentrarse en el ecléctico compendio que cargaron en sus adminículos digitales donde hay variedad, pero donde ni por equivocación se filtró un tema folklórico, que se complementaría de maravillas con la geografía.
De los tres niños restantes, el más pequeño está en un mundo donde luchan unos muñecos que no son ni humanos ni animales ni máquinas, al que le pone como banda sonora el ruido de motores y explosiones que salen de sus cachetes inflados.
Los otros dos leen. ¿Qué leen? No lo sé, no sólo desatendí -comprendo- los ricos matices que se dan en la combinación de viaje y música, sino que dejé librado al azar ese misterioso maridaje que se da entre el libro y un viaje.

Del autor al lector

Como las relaciones humanas, uno elige un libro o la música para viajar con los datos existentes, pero sólo al andar se revela lo que significarán realmente durante una travesía.
Unos meses atrás, el escritor Gabriel Pasquini nos contaba a un grupo de adláteres hasta adónde había llevado la lectura de Herodoto a Ryszard Kapuscinski. Infinitamente más modestas, repasé mis propias experiencias de esa sensación de cuando un buen libro tiñe la mirada de un lugar, como si nos usaran como mero nexo para hablarse uno al otro.
Encontrar un libro para el viaje merece su tiempo, como el que uno reseva para preparar la valija u organizar las excursiones. Si uno no cuenta con una recomendación personal o aunque sea la intuición, siempre podrá acudir a alguno de los sitios que se han creado para eso, como www.stanfords.co.uk/go/travel-writing-other-literature , que vende libros para cada lugar y tipo de viaje, o los libros leídos para ir escuchando en el viaje, como los que venden en www.roadtripamerica.com/read/goodbooks.htm
Pero no siempre tienen que ser específicamente del lugar que se visitará, como si uno esperara una versión literaria de la guía de viajes, sino que pueden explorarse lecturas que se relacionan con el lugar por la nacionalidad del autor, el relato de un hecho específico sucedido allí o lazos aún más sutiles.
De cualquier manera, en ese viaje a través de la provincia de Buenos Aires, todas las posibilidades de iluminar a los menores con una lectura enriquecedora habían fracasado, tal como lo comprendería después. Al llegar encontraría entre los asientos algunos Condorito y Paturuzito deshojados. Hasta un preciado Mafalda algo maltrecho.

Cuaderno en blanco

Ya en el camino me habría propuesto indagar sobre literatura infantil adecuada para las próximas vacaciones, pero sin encontrar solución para el asunto de la música. ¿Dónde habrán quedado María Elena Walsh y Pipo Pescador, a quienes escuchábamos con las mayores, hoy de 15 y 17 años? ¿Tal vez eran casetes y están apilados en una caja de zapatos en algún rincón poco visitado? Blanco total en la memoria y una sana envidia a esas personas que son capaces de musicalizar cualquier momento con una precisión cinematográfica. Mi límite es el cliché de imitar mal la voz de Silvina Garré cuando vuelvo a Buenos Aires, de la que, a pesar de todo, no se puede ir lejos sin llorar .
Asignaturas pendientes en música y lectura, es cierto, pero salva nuestra reputación como padres una genial idea que hemos mantenido más de una década: la costumbre de llevar un cuaderno liso para que cualquiera de la familia dibuje o escriba algo que le llama la atención o lo que más le gustara del viaje. En estos ejemplares han quedado registros gloriosos ejemplos de aventuras o paisajes, un momento o un relato de color. También está allí la obra de mi hijo Miguel cuando tenía 3 o 4 años, donde plasmó lo que más le había gustado de una estada en una estancia cordobesa en la que cabalgó, trabajó en la huerta, dibujó en una casita en un árbol, cocinó pizza en horno de barro y salió de excursión con linterna por la noche. Su dibujo, básico pero de trazo firme, lo muestra sonriente tirado en la cama viendo televisión.
Por Encarnación Ezcurra

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