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Bangkok está protegida por un dios en cada esquina

El aroma de los sahumerios y el olor a pescado frito se suman a los templos que imponen más de un momento de meditación en la capital tailandesa




BANGKOK, Tailandia.- Krungthep es el nombre en tailandés de Bangkok. Significa Ciudad de Angeles. El antiguo reino de Siam es una cálida lengua de tierra que limita con Malasia por el Sur y con la Unión de Myanmar (ex Burma, o Birmania), Laos y Camboya por el Norte, y con el mar en sus costas este y oeste. Los tailandeses son personas de contextura pequeña que sonríen permanentemente y desgranan amabilidad ni bien comprueban que el recién llegado sabe decir kop kunká (muchas gracias). El medio de transporte típico -y el más utilizado por los turistas- se llama tuc tuc, una suerte de triciclos de motor.
El precio de cada viaje debe ser convenido de antemano papel y lápiz mediante, porque los nombres tailandeses de los números son muy semejantes entre sí, y no conviene terminar pagando 40 un tramo que costaba tres.
Por lo demás, su capital, Bangkok, no presenta riesgos ni problemas. Como decía One night in Bangkok, la famosa canción de Andrew Lloyd Weber: "En Bangkok hay un dios en cada esquina /Puedo sentir el diablo cerca mío". Aquí, los templos abundan y los diablos son terroríficos dragones que custodian la entrada.
Tailandia tiene una fuerte tradición budista y todo su pueblo realiza ofrendas en templetes que aparecen en cada calle. El aroma a sahumerios se mezcla con el del pescado frito y componen el perfume único.

Una aldea pantanosa

Aquí todos dependen del agua. Hace dos siglos el primer rey de la dinastía Chakri convirtió lo que era una aldea pantanosa e inundada en un impresionante conjunto de templos separados por canales de irrigación.
Ahora, la ciudad se extiende en ambas márgenes del río Chao Phraya, un caudaloso curso de aguas marrones oscuras que representa la bañera, la piscina, el lavatorio, la avenida principal, la fuente y un recurso alimentario (gracias a la pesca) de los 10 millones de habitantes de la ciudad, que son un sexto de la población total de Tailandia.
Una de las atracciones principales de Bangkok es el mercado flotante de Damnoen Saduak, a media hora de la ciudad, donde un enjambre de agricultores vende sus productos de canoa en canoa, y uno puede presenciar la actividad en otra canoa mezclada en esa especie de Bolsa de valores flotante. Todo pasa por el río. Hasta las casas, que hacen equilibrio sobre pilares de madera, luchando cada una por su espacio de muelle.

Destellos multicolores

Se hace difícil definir qué conviene visitar primero al llegar a Bangkok. El tráfico es tan infernal que siempre conviene, mapa en mano, recorrer la ciudad caminando. Las distancias no son largas, el clima siempre es cálido y se venden bebidas frescas por todas partes.
Cerca de la avenida Charoen Krung y por entre medio de una muralla blanca, se divisan torres con techos como agujas que lanzan destellos multicolores bajo la luz del sol. Esto que parece una alucinación es el fastuoso conjunto arquitectónico del Palacio Real y el Templo Real, que ocupan un gran espacio en la calle Na Phra Lan. Torres cónicas doradas, columnas de estilo camboyano y templos con cuernos mirando al cielo, al estilo de las pagodas chinas, brillan con pintura de oro, cubiertas de porcelana y espejos coloridos.
El conjunto erigido en 1782 incluye el Wat Phra Keo, o templo del Buda de Esmeralda, el más sagrado de todos, que guarda una estatua de Buda esculpida en la India en el siglo XV y descubierta dentro de un Buda de arcilla gracias a la acción reveladora de un rayo certero. Se comenta, acaso para disuadir a los ladrones, que el Buda no es de esmeralda, sino de jade de máxima pureza. Dragones y demonios bañados en oro custodian paredes con arabescos de mosaicos increíbles en un despliegue de lujo al aire libre que es la delicia de los fotógrafos. El Palacio y el Salón de Audiencias Marin Vinichaite sólo se abren para ceremonias oficiales.
Muy cerca de este templo está el Wat Po, el más antiguo y grande, con 17 pagodas en su interior. Adentro hay una imagen de un joven y plácido Buda Reclinado, con intrustaciones de madreperla que cuentan pasajes de su vida hasta su paso al Nirvana, hace 2500 años. La imagen que descansa sus 46 metros de largo y 15 de alto fue construida en el siglo XVI por encargo del rey Rama.
En el templo, expertas manos tailandesas ofrecen un masaje reconfortante por sólo cinco pesos la hora.
Las imágenes sagradas muestran a Buda, gordo o delgado según el momento de la vida del maestro que representen. En el Wat Traimitr hay un Buda gordo de cinco toneladas y media.
El Templo del Amanecer o Wat Arun es tal vez el más deslumbrante. Es una referencia obligada del otro lado del río, con su complicada torre de estilo camboyano de 79 metros de altura y su superficie cubierta por placas de fina porcelana. Con todo el respeto que impone el lugar, las parejas de enamorados prefieren sus escalinatas para sentarse, porque de aquí se obtiene la mejor vista del centro de Bangkok. Y las golondrinas la eligen para hacer sus nidos. Hay que recordar que no está permitido entrar en estos templos con zapatos, y es ofensivo apuntar los pies hacia Buda o el altar.
La presencia de los monjes budistas en todas partes pinta el paisaje con manchones del tono azafrán de sus hábitos. Con su cabeza rapada, recorren las calles con una cacerola en la mano. La fe religiosa indica que algún vecino les dará algo de arroz. Darle de comer a un monje es ganarse un pedacito de cielo.
Ana Von Rebeur

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por Redacción OHLALÁ!

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