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Bangkok, inabarcable

Tradicional y futurista, provinciana y cosmopolita, lujuriosa y espiritual, algunas de las contradicciones que conviven sin problemas en la capital de Tailandia




BANGKOK (El Mercurio, de Santiago).- En la esquina más futurista de la ciudad, a las 5.40, el tren elevado dibuja un río de luz en la penumbra. Como en una escena de Blade Runner, en la cúspide de los rascacielos resplandecen neones con logotipos de BMW, Coca-Cola y Samsung. Más allá, algunas estrellas aún brillan. Corre una brisa húmeda y salina y lentamente el cielo se vuelve anaranjado, como las túnicas de los monjes que han salido para recolectar comida. Los techos dorados de las estupas brillan con los primeros rayos del sol. Las campanas de los templos cargan de una atmósfera sacra las calles, por donde los automóviles pasan a toda velocidad hacia sitios donde nunca he estado.
Mi primera imagen de Bangkok parece un sueño. Todavía aturdido por los 11 husos horarios de diferencia, supongo, bien podría serlo.
Empiezo a despertar a eso de las 8, después de un café en el Starbucks, junto al popular altar Erawan, donde una imagen de Buda mira al centro comercial World Plaza.
Como quien visita París por primera vez y parte directo a la Torre Eiffel, voy al Palacio Real.
Antes que un sitio para deslumbrarse por su belleza, la mayor atracción turística de la ciudad resulta un gran ejemplo para entender que el cultivo de arroz hace rato dejó de ser el motor económico del país: un ejército de miles de turistas marcha con paraguas, botellas de agua (la temperatura puede subir hasta 45°C) y guías Lonely Planet bajo el brazo. Sonríen para fotografiarse delante de estupas, descalzos en el interior del templo Phra Kaew, donde medita el diminuto Buda Esmeralda, el más venerado del país.
A cinco minutos de ahí corre el Chao Phraya, el río que define la anatomía y la historia de Bangkok: fue fundada en 1782 cuando el sector era conocido como Bang Makok (sitio de los olivos) y, por orden del rey Rama I, reemplazó al puerto comercial de Thonburi, (ubicado justo al otro lado del río) como capital de Tailandia.
A bordo de un ferry navego por el Chao Phraya mirando la evocadora Wat Arun -wat significa templo- y decenas de pagodas que se mezclan con carreteras elevadas y los rascacielos de la ciudad que los tailandeses llaman Krung Thep, una simplificación del irrepetible nombre oficial de Bangkok: Krungthepmahakhon Amornarattanakosin Mahin-tharayutthaya Mahadilokphop Noppharat Ratchathaniburirom Udomratchaniwetmahasathan Amonphiman Awatansathit Sakkathattiyawitsanukamprasit. En español, "Ciudad de ángeles, la gran ciudad, la ciudad de la joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada de nueve gemas preciosas, la ciudad feliz, que abunda en un colosal Palacio Real, que se asemeja al domicilio divino donde reinan los dioses reencarnados, una ciudad brindada por Indra y construida por Vishnukam". El nombre más hermoso que he oído para una ciudad.
Al anochecer, no me quedan dudas de que en Bangkok viven 11 millones de personas, ni que éstas conducen cinco millones de vehículos motorizados: autos, buses, motos y -símbolos del sistema de transporte tailandés- coloridos tuk-tuk.
Camino más rápido que el tránsito atorado de la calle. La humedad se pega a la piel y, peor aún, el aire es intragable a causa de los motores. Después leeré que -según expertos- respirar un día en Bangkok equivale a fumar un atado de cigarrillos.
Medio ahogado, me detengo para estudiar el mapa: he calculado mal la distancia y, después de treinta minutos de paseo, aún estoy lejos de Chinatown. El Skytrain -ecológico y con aire acondicionado- no tiene estación cerca. Me decido por un tuk-tuk.
Con el índice le señalo mi destino al conductor:
-¡Five hundred! –-rama.
Niego con la cabeza y me alejo.
-¡Three hundred! ¡Two hundred! ¡One hundred!
Subo: serpenteando el tráfico compruebo que el tuk-tuk es el mejor transporte para las distancias cortas y, definitivamente, no aconsejable para personas con problemas coronarios.

Masajes thai

Punto medio en la antigua ruta comercial entre China e India, Tailandia supo tomar lo mejor de ambas culturas. La religión, la arquitectura y la comida son buenos ejemplos. Los masajes, los más relajantes. Para comprobar la fama mundial del masaje tailandés, una mañana de sábado camino por Rachadamri Road en busca de locales del rubro.
Por consejo de un folleto del servicio de turismo gubernamental, elijo un local "con vidrios que permitan ver el interior".
Mientras tomo una taza de té, me explican que el objetivo del masaje tailandés es "mejorar el fluido de energía en todo el cuerpo y, así, restaurar el balance entre el cuerpo y la mente".
Después de una hora de tratamiento (que incluye compresas de hierbas hirviendo y a la masajista sentada sobre mi espalda presionando muy fuerte las vértebras), diría que me siento balanceado.
De nuevo en la calle, vago fresco y liviano cuando pienso que los masajes son una buena explicación para entender otra de las claves de la cultura thai: su -también afamada- Jai yen. Buena onda, en español.
La serenidad, como en la mayoría de los países asiáticos, es un atributo esencial para los tailandeses, famosos en Asia por su forma de hablar suave y porque jamás expresan enojo en público.
"Otros atribuyen la serenidad al budismo", explica Payut, de 33 años, fotógrafo, amigo de un amigo, que está dispuesto a mostrarme el barrio de moda a cambio de practicar español.
"La filosofía budista -continúa- se traduce en que un espíritu tranquilo y que elude la confrontación aumenta el crédito para futuras reencarnaciones."
En el Siam Discovery Center, la catedral del consumo chic, evadimos el calor de las 2 de tarde bebiendo Singa -la cerveza más popular- en un sushi bar decorado con decenas de acuarios.
Me despido de Payut, cruzo la calle y me pierdo por galerías oscuras con tiendas de ropa para adolescentes, disquerías, locales de piercing y tatuajes. Me paro frente a la vitrina de un negocio con figuritas de buda, canastos, túnicas anaranjadas y kits para la primera semana en la sangha (hermandad). El dependiente se asoma, saluda y explica que el local se dedica a vender artículos para budistas novicios:
El 99 por ciento de los tailandeses pasa una breve temporada en la sangha. Pero la mayoría se retira, porque llegar a ser monje budista es complicado, más que raparse la cabeza, despojarse de las posesiones materiales y rezar en sánscrito.

Noches alocadas

Las noches de Bangkok tienen fama de ser las más alocadas de Asia y están marcadas por el lema Anything goes in Bangkok (todo vale en Bangkok). El turismo sexual -25 por ciento del total, según estudios- es el gran responsable de esa reputación y se hace evidente en sectores como el Bazar Nocturno Suan Lum. De cualquier forma, se trata de un panorama evitable y, según cuentan, sin comparación con lo que sucedía hace sólo cinco años, "cuando en la mayoría de los hoteles se podía pedir cocaína por servicio a la habitación". Hoy, en cambio, la diversión parece más sana y se concentra en karaokes y discotecas donde manda la música pop tailandesa (imposible de digerir).
Mañana de domingo. Rumbo al mercado de Chatuchak, por la ventana del Skytrain veo cometas volando sobre los parques. Bajo en la estación Mo Chit y dejo que la multitud me arrastre hasta "el mercado más grande del mundo".
Abierto sábados y domingos, Chatuchak es un laberinto de 150 mil metros cuadrados (unas 20 canchas de fútbol), donde funcionan 15.000 locales que –entre otros miles de productos– ofrecen ropa, calzado, sombreros, comidas, antigüedades, juguetes, uniformes militares, videojuegos, vinilos, libros, DVD, electrodomésticos, perros, pájaros, reptiles, gallos y peces de pelea.
Después de cinco horas, a las 3 de la tarde, mis pies laten mientras calculo que no he visto ni la mitad de Chatuchak. Tengo hambre, pero eso no será problema.
Día y noche, en cualquier esquina siempre hay un wok caliente para mezclar arroz, fideos, pescados y vegetales frescos.
Después de varios días adaptando mi estómago, espero estar preparado para comer en un puesto callejero. Que todos huelan bien significa un problema. Veo platos con curry verde, tom yam goong (sopa de camarones), pla prien wan (pescado agridulce) y pad thai (tallarines tailandeses). Balbuceo algo que suena a bamii, para pedir un plato de origen chino a base de fideos de arroz, vegetales y camarones, acompañado por un caldo de chancho.
En las mesas nunca hay sal y sazono el plato como mis vecinos: un poco de azúcar, jengibre, ají rojo molido y nam prik, un líquido hecho con ajíes y pescado (el condimento más común de la cocina tailandesa). A la primera cucharada sé que quiero comer esto el resto de la vida y que está fuera de discusión: sólo en Bangkok se puede comer tan sabroso -¡y picante!- por medio dólar.
Más tarde me reencuentro con Payut para ir a ver boxeo tailandés. El paladar aún me arde y, camino hacia el estadio de Ratchadamnoen Nok Avenue, me cuenta que el ají fue traído a Tailandia desde América del Sur en el siglo XVI y que antes los sabores picantes eran preparados con jengibre y pimienta.
El thai boxing es, lejos, el deporte más popular de Tailandia. Aquí, en Bangkok, hay dos estadios -con capacidad para 10.000 personas- exclusivos para esta disciplina y cada día hay dos programas de combates (a las 17 y a las 20 ).
En resumen, se trata de tipos, con alias como Codo Mortal o Asesino sin Piedad, golpeándose sin tregua con puños, pies, rodillas y codos, mientras el público aúlla enfervorizado.
El espectáculo termina cerca de la medianoche. Antes de despedirnos, Payut me recomienda un Red Bull (invento tailandés) como dosis extra de energía para recorrer el barrio Patpong, icono del pecado de la ciudad.
Antigua plantación de bananas, antes de la Segunda Guerra Mundial el sector se convirtió en el barrio rojo de Bangkok. Hasta hoy el terreno pertenece a la familia Patpongphanit, que recauda millones de dólares gracias al alquiler de locales a cabarets con nombres irreproducibles.
Por 15 dólares, con cerveza, entro en el que luce más normal de todos, Supergirls, para contemplar con ojos propios el mito.
El público parece más inquieto que estimulado. A los 15 minutos ya he visto demasiado.
En la esquina del altar Erawan, justo donde comenzó esta historia, un par de woks sigue ardiendo a las 3 de la madrugada. Vuelvo a pedir un bamii, que resulta delicioso, pero muy picante. Esencia thai, pienso.
El efecto del Red Bull se ha diluido y estoy lejos del hotel. Bangkok ya no parece un sueño. Me gustaría estar soñando.
Rodrigo Cea

Datos útiles

Cómo llegar

  • En avión, a Bangkok, desde 2100 dólares, vía Europa

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por Redacción OHLALÁ!

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