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Belice se esconde en el Caribe

Sonrisas amplias, rostros morenos y ritmos sensuales reciben a los que se animen a conocer un perfil distinto de esa región; el arte maya da el toque




BELIZE CITY.- A primera vista sorprenden los viejos carteles en inglés y la tranquilidad de la gente caminando o andando en bicicleta bajo el sol fuerte y cristalino. Enseguida se cae en la cuenta de que Belize City es una ciudad caribeña y no centroamericana, atravesada por contrastes culturales y étnicos cuyo resultado, al principio, desorienta.
A lo largo de las calles estrechas y coloridas se suceden pintorescas edificaciones de madera, de una o dos plantas. A ellas muchas veces se accede por una escalera corta que desemboca en una galería en la que, al amparo de la sombra y en alguna hamaca, la gente descansa o conversa en familia.
Siempre llegan visitantes inesperados, tal vez porque allí las convenciones y los horarios fijos no rigen. La vida distendida de la gente también se trasluce en su modo de vestir y expresarse con énfasis y humor. Los hombres, en general, llevan holgadas bermudas, musculosas y sandalias; las mujeres, shorts o polleras que nunca bajan de la altura de la rodilla, y alguna remera o blusa liviana.
Diversos grupos étnicos conviven en la ciudad más poblada de Belice -ochenta mil habitantes-. Dos tercios de los habitantes son creoles, descendientes de esclavos africanos y piratas británicos.
También hay comunidades de menonitas, chinos dedicados a la gastronomía, comerciantes indios y libaneses, e indígenas con sangre maya provenientes de América Central o del norte del país, que buscan mejorar su situación económica.
Todos, con su inglés musical y sonrisas amplias que delatan una incesante curiosidad, están dispuestos a hablar con los visitantes, sentarse a tomar café o cerveza en algún bar al borde del armonioso y modesto río Haulover Creek, que divide la ciudad, o indicarles la dirección donde la rambla se abre a ese mar Caribe que se huele en el aire. Muchos saben algo de castellano y aprovechan la oportunidad para practicarlo; hablan de su familia, el padre pescador -la ocupación más común entre los hombres- y la madre ama de casa o empleada en una tienda.
Mientras uno transita la ciudad sin despegar la mirada de los rostros y las edificaciones de madera, las palmeras irrumpen en cualquier lugar, y desde alguna casa o negocio llegan ritmos de reggae o de percusión africana que congregan a desprevenidos caminantes. Las calles suelen ser otro punto de reunión inevitable. Conversaciones apasionadas en dialecto creole, risas y algunos pasos improvisados de reggae por alguno de los innumerables rastas que transitan la ciudad conforman esa cotidianidad amistosa y despreocupada que comparten los beliceños.
Lo cierto es que en cuanto uno supera la sorpresa de la llegada, empieza a caer en la atmósfera envolvente de un Caribe oculto y sensual. El calor deja de importar y una tarde frente al luminoso mar Caribe pasa a ser inolvidable.

Tierra de corsarios

Durante la época colonial la corona española no vio en Belice más riqueza que la de su selva. Permaneció casi inexplorado hasta que en el siglo XVII fue frecuentado por mercenarios británicos que saqueaban galeones españoles. Años después, estos piratas, ya desocupados, se asentaron en ese territorio que alguna vez había sido parte del Imperio Maya.
En el siglo XVIII, España no tardó en reclamar para sí el territorio beliceño, y en 1798 la soberanía británica quedó reafirmada tras vencer a la armada española. Sólo en 1981, tras treinta años de arduas negociaciones, la República de Belice, hasta entonces denominada British Honduras, obtuvo su independencia. Su destino económico y político siempre estuvo más ligado a Inglaterra que a los países de América Central. A nadie debe sorprenderle ver en la moneda nacional, el dólar belicense, el perfil de Queen Elizabeth.

Ocio y mar

Basta con un par de días para familiarizarse con el ritmo de la gente, el olor dulce del mar Caribe, la sencillez de las casas de madera y la atmósfera atemporal de la ciudad. Es imprescindible probar el pescado típico de los creoles; visitar la zona de Fort George, que reúne atractivas casas victorianas; la zona de Baron Bliss Memorial, desde donde se tiene un buen panorama de la ciudad y el mar, y finalmente el Memorial Park, un lugar acogedor para leer un libro o descansar. Además, es recomendable conocer el cementerio de Yarborough, que data de 1781, y la catedral St. John´s, la iglesia anglicana más importante de América Central, construida en 1847.
Belize City ofrece más alternativas para los amantes de la playa. Desde el embarcadero de Swing Bridge, en pleno centro de la ciudad, parten cada hora lanchas hacia los cayos, pequeñas islas paradisíacas con frondosa vegetación y aguas translúcidas ideales para practicar snorkeling. Caye Caulker es el más cercano -33km, menos de una hora en lancha-, y ofrece una completa infraestructura hotelera para los que deseen extender su estada.
Muchos dicen que Belize City está al borde del paraíso; otros creen que el paraíso era más misterioso y simple de lo que suponían.

Datos útiles

Cómo llegar

  • El pasaje aéreo Buenos Aires-San José de Costa Rica -Belice City, ida y vuelta cuesta- desde 760 dólares.
Alojamiento

  • Una habitación doble en un hotel tres estrellas cuesta entre 40 y 70 dólares; en uno de cuatro, alrededor de 80 y en uno de cinco cerca de 190.
Paseos

  • Belize City es la base ideal para hacer excursiones al resto del país. La mayoría de los hoteles cuatro y cinco estrellas organiza excursiones a las ruinas mayas Altun Ha, Caracol y Xunantunich, al Zoo de Belice, y a las reservas de vida salvaje que hay en las zonas de selva.
Comidas

  • Fort Street Restaurant (4 Fort St.) es el lugar ideal para probar la comida típica de mar belicense. Una cena completa con vino para dos personas cuesta cerca 60 dólares. Macy´s (18 Bishop St.), bastante más económico, también sirve comida típica caribeña.
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Oliverio Coelho

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por Redacción OHLALÁ!


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