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Berlín, el monstruo que enseña a viajar

Por Alejandro Tantanian




Los viajes perdieron hace tiempo su motivo primero: caminar hacia aquello que se oculta. Podemos acercarnos a una tierra desconocida, pero lo más probable es que vayamos hacia ella pertrechados con guías de turismo, reservas para el tren, el hotel y todo aquello que nos posibilite la aventura dominada, el manejo del presente, la certeza del futuro.
Claro que hay otro tipo de viaje. Yo era uno de aquellos valientes temerosos, un viajero dispuesto a vivir aventuras bajo control, a ver los espectáculos previamente decididos, a dejarse sorprender por la novedad agendada. Y partí, en 1995, rumbo a Europa. Tenía 28 años y me encaminaba hacia el viaje iniciático de todo argentino medio: la cultura europea. Llegué a Berlín una noche de invierno. Llevaba un diario de aquel viaje, a sabiendas de que aquellos días serían recordados por este que soy ahora o por el que seré en unos años. Allí anotaba los puntos visitados y las emociones.

Con vida propia

Pero Berlín arrasó con todo. Pudo más que las previsiones a distancia que ciertos viajeros ponen antes de dejar la seguridad del hogar. Bajé en una estación de tren equivocada. Era noche cerrada. El frío apretaba. Las calles que tenía apuntadas en mi diario (con cada una de las direcciones para dormir, comer y pasear) y que, se suponía, albergaban el hotel, no existían. Estaba solo y el terror se apoderó de mí. Así tomé plena conciencia de la distancia que me separaba de mi casa, de lo solo que estaba, de lo oscuro que era todo y de la locura que todo viaje conlleva... Berlín fue la escuela para transformarme en el viajero que soy: los teatros cambiaban de programación sin aviso; el hotel al que llegué (un día después) había dejado caer mi reserva y no tenía más lugar; los museos cerraban por refacciones; las calles cambiaban de nombre antes que pudiera confirmarlas en el mapa; la comida se servía en horarios improbables; lo programado se escurría entre las páginas de mi diario.
Odié aquella geografía por tres días y tres noches. Al cuarto día decidí aceptar aquel destino y la ciudad se transformó en paraíso. Berlín es una ciudad imaginaria: está pintarrajeada en el mapa, pero cambia en cada visita; no es terra incognita, pero puede serlo. Berlín me transformó en otro. Rara vez pensamos en una ciudad como si se tratara de un ser inteligente. Para mí Berlín está animada, y nos engaña haciéndose pasar por una ciudad; pero si de algo estoy seguro es que el ser (monstruo, orco o lo que fuere) que se hace llamar Berlín espera al viajero, lo toma de las solapas, lo eleva hasta la altura de sus ojos y lo arroja varios miles de metros más allá, haciéndole perder en ese vuelo todos los pasajes, reservas, agendas y notas para brindarle aquello que jamás debería haber perdido: el descubrimiento. Berlín te espera para que la descubras y jamás puedas confirmar la información de tu mapa.
Alejandro Tantanian es cantante, autor, director y actor.

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