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Berlín rinde culto a Turquía

El Gran Altar Pérgamo, esculpido hace 22 siglos, se levanta en una acrópolis de Alemania, lejos de su Bergama natal




ESTAMBUL, Turquía (The New York Times).- Cuando residía en Berlín, mi único consejo para los visitantes era: "No se vayan sin haber visto el Altar de Pérgamo". Berlín posee una pasmosa variedad de tesoros artísticos, mas, para muchos berlineses, ninguno se compara -en escala e impacto emocional- con el Gran Altar de Pérgamo.
Después de la unificación, los fines de semana por la tarde solía tomar un ómnibus hasta Mitte -en la ex Berlín Este-, caminar tranquilamente por Unter den Linden, detenerme en alguno de los cafés que proliferaban allí y visitar el Museo Pérgamo, uno de los 5 agrupados en la isla de los Museos.
Posee piezas espectaculares. Una docena de ellas bien podría servir de centro para cualquier colección, pero el impresionante mosaico del palacio de Adriano, la fachada monumental de la gran puerta romana del Agora Sur de Mileto y hasta la babilónica Puerta de Ishtar con sus 2600 años de antigüedad palidecen junto a la grandeza del Altar de Pérgamo. La admiración reverente que sentí al contemplarlo jamás menguó.
Sin embargo, en esa experiencia había algo que siempre me perturbaba. La magnificencia del altar es indiscutible y su belleza excede toda adjetivación, pero su ubicación inadecuada pone una nota desagradable y discordante. Está en un salón rectangular, blanco y austero, construido especialmente para alojarlo, pero los artistas que lo diseñaron y esculpieron 22 siglos atrás nunca podrían haber imaginado que sería visto en un entorno tan muerto. Lo idearon como parte de un complejo real -una acrópolis-, encaramado en la cima de un promontorio barrido por los vientos que mira hacia el cercano mar Egeo.
Recientemente vi cumplido mi viejo sueño de visitar ese lugar. Había visto el objeto sin su entorno y quería saber cómo se veía el entorno sin el objeto.
Las ruinas de Pérgamo -o Pergamum, se la llama a veces- ocupan un alto risco que domina la moderna ciudad de Bergama, en la Turquía asiática, a aproximadamente 800 kilómetros al sudoeste de Estambul. Un camino asfaltado, sinuoso y traicionero, trepa hasta una playa de estacionamiento con vendedores que ofrecen guías y souvenirs. La acrópolis queda más arriba. Comprende varios palacios, templos, un teatro para 15000 espectadores y una biblioteca. Dicen que la gradería del teatro era la más empinada del mundo antiguo y que la biblioteca atesoraba 200.000 volúmenes, hasta que Marco Antonio los envió a Alejandría como regalo para Cleopatra.
Cerca del teatro hay un amplio basamento de piedra, bordeado en tres de sus lados por los restos de una escalinata de cinco peldaños. En él crecen tres pinos, ya altos; dispersas -a su alrededor- hay toscas piedras oblongas. Aquí se alzó majestuoso, por siglos, el Gran Altar. Es un lugar fresco, apacible, que evidentemente pasa inadvertido para los turistas. Muchos apenas si le echan un vistazo, pues ningún cartel indica qué hubo allí.
El altar se construyó hacia el 190 a.C. en mármol blanco, supuestamente traído de Lesbos u otra isla del Egeo. Dedicado a Zeus, el friso espectacular que ciñe su base representa la gigantomaquia, o sea, el combate épico entre los dioses y los malvados gigantes. Los historiadores creen ver una alegoría en celebración de la gran victoria del rey Eumenes II sobre los invasores gálatas.
Los paneles expuestos en Berlín muestran gigantes de melena y barba, con una musculatura formidable y piernas que se prolongan en serpientes. Libran un reñido combate mano a mano contra una hueste de dioses, mortales y animales sagrados.
En Bergama, varios carteles guían al viajero en su itinerario por la falda del promontorio, pero ninguno nombra a Berlín. Lo mismo sucede en el cercano Museo Arqueológico, donde se expone una sola cornisa y una maqueta en escala del Gran Altar. No hallé la menor información respecto de qué fue de él.

El altar cambia de lugar

La historia del traslado del altar a Berlín está íntimamente ligada con la historia de la Alemania moderna. La unidad alemana se logró en 1871. El nuevo país nació imbuido de un sentido de poderío político, moral y cultural. En su afán de legitimar y consolidar su dominio con símbolos de pasadas grandezas, sus gobernantes se lanzaron en busca de suntuosos tesoros de la antigüedad clásica.
En una carta al káiser, el ministro de Cultura prusiano le explicó así su plan: "Es especialmente importante que las colecciones de nuestros museos, hasta ahora muy pobres en obras griegas originales (...), se enriquezcan mediante la adquisición de un exponente del arte griego de igual magnitud, o casi, que las espléndidas esculturas de Atica y Asia Menor del Museo Británico".
El proyecto gustó y un pedido de ayuda del arqueólogo Carl Humann despertó de inmediato el interés de las autoridades. Humann quería emprender una expedición en busca de una gran estructura que habría existido en la antigua Pérgamo. Le intrigaban los escasos fragmentos recuperados en la zona y una oscura crónica del siglo II -hallada por él- en la que el escritor romano Lucius Ampelius expresaba: "En Pérgamo hay un gran altar de mármol de 12 metros de altura con esculturas maravillosas. También refleja cierta megalomanía".
Cuando Humann llegó al lugar, en 1878, descubrió que los campesinos locales habían retirado y despedazado algunos trozos del altar para utilizarlos como material de construcción. No obstante, la mayor parte de la estructura permanecía enterrada.
Humann completó su excavación en 1882. Para entonces había recuperado 132 magníficos paneles de mármol y más de 2000 fragmentos, junto con numerosas estatuas, bustos, inscripciones y otros elementos arquitectónicos.
Todo se hizo conforme con las leyes de la época y el permiso otorgado por el sultán otomano a cambio de 20.000 marcos alemanes (unos 117.000 dólares al valor actual). No todos los turcos de hoy encuentran equitativo este arreglo.
El alcalde de Bergama, Sefa Taskin, ha escrito un tratado sobre las razones que imponen la devolución del altar. "Quizá debamos estar agradecidos a los alemanes por haberlo excavado y preservado -me dijo-, pero ahora podemos cuidarlo nosotros y queremos recobrarlo."
Un historiador dijo que el friso del Gran Altar de Pérgamo era "el más hermoso exponente de la escultura del período helenístico". Sólo pueden comparársele los mármoles Elgin del Museo Británico, extraídos del Partenón en 1806, pero el tesoro berlinés es un altar completo y no un mero friso.
Se podrá discutir ad náuseam si el reclamo de Taskin es justo o no, pero, en última instancia, estas cuestiones las deciden las duras realidades del poder político. Por lo tanto, es de prever que Alemania estudiará seriamente la devolución del Gran Altar... para las calendas griegas.
Por su parte, Carl Humann se sintió cada vez más atraído por aquel lugar largamente venerado. El plantó los pinos donde se había alzado el altar. A su muerte, por expreso pedido suyo, fue sepultado en una hondonada cercana, bajo un bloque de granito sin desbastar en el que sólo grabaron su nombre. Quiso pasar allí la eternidad, tal vez rindiendo el mismo homenaje al Gran Altar que hoy le ofrendan a diario quienes visitan el museo berlinés.
Stephen Kinzer
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)

Para ir al museo

Aéreo

  • Lufthansa vuela seis veces por semana a Berlín. La tarifa, hasta el 19 del corriente, es de 1412 dólares; después desciende a 1255 dólares.

Alojamiento

  • Alsterhof (Augsburg strasse 5, Berlín. Tel: 4930-212420). Cuatro estrellas; 109 dólares la habitación doble, con desayuno.
  • Hostel JGH Berlín. (Kluckstr 3, Berlín. Tel: 4930-2611098/2623024). La tarifa es de 28 dólares por noche por persona. Se puede reservar desde Buenos Aires.

Visa

  • Por una estada de menos de 90 días no se necesita visa.

Moneda

  • La moneda es el marco alemán. Un dólar equivale a 1,9 marcos.

El museo

  • Lleva el nombre del Altar de Pergamon, encontrado en Turquía a finales del siglo XIX. Está situado en el Unter den Linden, en el centro de Berlín. Tel: 4930-0203550. Se puede visitar de martes a domingo.

Una visita a Pérgamo

Cómo llegar

  • El pasaje aéreo hasta la ciudad de Estambul, a 800 kilómetros de Bergama, cuesta 1272 dólares, hasta el 31 de julio, ida y vuelta, con impuestos y tasas incluidos.
El vuelo es de Aerolíneas Argentinas hasta Madrid, donde combina con Iberia. Desde allí es necesario recurrir al servicio de ómnibus o de tren.

Dónde alojarse

  • En la ciudad de Bergama, la estada en un hotel de tres estrellas tiene un valor estimado en 70 dólares, por una habitación doble.

Comidas

  • La cocina turca se caracteriza por la utilización de verduras, cereales, pescado fresco e infinitas variedades de cordero.
Las carnes suelen servirse asadas o a la parrilla. Los condimentos de mayor aceptación son: ajo, orégano, comino, menta, limón y yogur.
  • El sabor de las comidas está en gran parte determinado por los alimentos anteriormente nombrados y por el aroma que le dan los distintos tipos de condimentación.
La variedad de combinaciones define la esencia de la cocina tradicional del pueblo turco.
  • Miel, nuez, yogur, arroz dulce, son los ingredientes básicos con los que se elaboran los postres.

Propinas

  • En los restaurantes, se añade entre un 10 y 15 por ciento, excepto en los más baratos. No obstante, no llega al mozo; por eso se recomienda dejar un 10 por ciento. Los porteros de los hoteles siempre esperan uno o dos dólares. En los baños turcos, el personal espera entre un 30 y 35 por ciento de la factura.

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por Redacción OHLALÁ!


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