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Berna, exquisita y medieval

La pequeña gran capital del país helvético invita a recorrer sus mercados, admirar su casco histórico y apreciar su gastronomía regional




Para conocer Berna es imprescindible tener preparadas dos listas: una con los sitios representativos que indudablemente se deben visitar y otra con las especialidades gastronómicas que hay que degustar.
La capital de uno de los países que aún se mantiene fuera de la Unión Europea nos espera con una ciudad medieval digna de cuento, además de exquisiteces que oscilan entre lo salado de sus quesos y el dulce de sus famosos chocolates.
En la lista de los países más desarrollados, la estabilidad de Suiza contrasta con la diversidad de su población y los idiomas que se hablan en su apretada geografía. El 22% de sus más de 7700 millones de habitantes son extranjeros, en un territorio que abarca 41.285 km2 y resulta punto de encuentro de tres grandes culturas europeas: la alemana, la francesa y la italiana. Por lo que no resulta casual que el alemán, francés, italiano y romanche sean sus cuatro idiomas oficiales.
Los Alpes constituyen el horizonte mismo de Berna, una línea lejana de montañas nevadas que componen un paisaje de ensueño. Y al posar la mirada sobre sus picos blancos es fácil perder la noción de la realidad y abandonarse a las imágenes para embarcarnos en un viaje onírico, donde el oleri oleri del canto yodel es la banda sonora que acompaña esta serie de diapositivas que se agitan por los vientos solitarios y representan la cultura suiza por excelencia: relojes de lujo, deliciosos chocolates, quesos, el raclette y la fondue, perros San Bernardo, junto al famoso oso pardo que es el emblema de su capital.
Que empiece el recorrido
La Torre del Reloj puede considerarse el comienzo, punto de partida de una expansión urbana que sirvió como primera entrada a la ciudad. Construida en 1191, a su alrededor comenzaron a extenderse calles y construcciones medievales que hoy forman parte de un testimonio urbanístico reconocido por la Unesco. Su reloj astronómico del siglo XVI es, junto al de Praga, uno de los más famosos del mundo y es la principal atracción turística de la capital suiza.
A cada hora, con varios minutos de anticipación, la gente se amontona para ver el espectáculo gratuito que da esta torre en el viejo centro de Berna. Cámaras preparadas y la atención inalterable, porque la mínima distracción puede llevarnos a una hora más de espera. Una vez finalizada la corta coreografía de sus figuras, el recorrido puede continuar por el interior de la torre que está abierta al público. Con una entrada de 12 euros, que incluye una guía para recorrer el funcionamiento de esta construcción que alguna vez sirvió de cárcel para mujeres, también se puede subir hasta su parte más alta, donde una vista panorámica da fin al paseo.
Marktgasse es la calle comercial del casco antiguo, que se abre desde la torre en dirección a la fuente del Ogro, para llevarnos por un área iluminada de tiendas, veredas techadas y calles empedradas. Construcciones de los siglos XVI y XVII entremezclan negocios, viviendas y una zona de 6 km de arcadas que la convierte en una de las sendas comerciales cubierta más largas de Europa. Cada martes y sábado, diferentes puestos ofrecen desde alimentos frescos hasta accesorios de moda, pero el mercado más atractivo y popular del año es el navideño, que comienza a fines de noviembre.
Si tomamos como referencia la Torre del Reloj y en dirección contraria a Marktgasse comienza Kramgasse. A lo largo de estas calles de piedra son once las fuentes históricas que interrumpen el tránsito y se rodean de visitantes. Ahí, donde la concentración de turistas se hace mayor, entre las fuentes de los Zähringen y la de Sansón está la casa que fue hogar de Albert Einstein, entre 1903 y 1905. Se cuenta que en este sitio elaboró el primer escrito sobre la teoría de la relatividad, en el segundo piso de Kramgasse 49. Para entrar a ver cómo vivía y dónde trabajaba sus ideas el físico Nobel, la entrada tiene un valor de 5 euros, que equivalen a 6 francos suizos.
Al ir caminando por las antiguas calles del centro, otro sentido se despierta al percibir aromas que se contradicen. Entre los olores fuertes de los quesos y el dulce de las chocolaterías vale hacer el recorrido cruzando de una vereda a otra para que el olfato nos guíe a todos los negocios que nos tientan, degustar un poco de cada cosa y llevarnos un recuerdo del lugar.
A Sarah Stalder, una suiza que vive en esta ciudad, le gusta tomarse su tiempo para conversar con turistas y guiarlos para que conozcan su tierra. Aparte de recomendar paseos a orillas del río Aar, con zambullidas incluidas en épocas de buen tiempo, nos dio la idea de dar una vuelta para relajarnos por el Botanischer Garten, subir hasta el Rosengarten o jardín de las rosas y visitar sin falta el Palacio Federal a la hora del sol y a la luz de la luna. "La plaza donde se ubica la sede del gobierno suizo y del Parlamento es un buen paseo para hacer de día y volver a visitar de noche. Es un espectáculo ver los 26 chorros de agua iluminados que emergen desde el suelo y simbolizan cada uno de los cantones que componen mi país", nos cuenta.
Sin dejar de pasar antes por la catedral, la construcción gótica religiosa más grande de Suiza, dejamos atrás el casco antiguo para cruzar el puente Nydeggbrücke que nos separa del famoso y renovado Bärenpark. Desde octubre de 2009, los osos tienen un nuevo espacio en la ciudad más grande que su antigua fosa, que conforma un nuevo paseo para los visitantes a través de un camino entre los plantígrados y el río. A orillas del Aar, una superficie de 6000 m2 funciona como el nuevo hogar de los osos, con árboles, vegetación y una pileta para que puedan bañarse dentro de un área exclusiva, a los pies de una pasarela sobre el agua que nos permite recorrer toda la instalación.
Aunque queda en las afueras de la ciudad, Sarah nos dice que conocer el Centro Paul Klee debería estar apuntado en la lista de los lugares que debemos visitar en Berna. Obra del arquitecto italiano Renzo Piano, esta estructura de acero que en su movimiento ascendente y descendente se funde con los campos verdes, alberga obras del arte moderno, al tiempo que ofrece visitas guiadas, conciertos y talleres abiertos todos los días, con excepción de los lunes.
La mesa está servida
Los platos típicos de Suiza tienen como base el queso y las carnes. De su herencia alemana, también las salchichas (wurst) forman parte de sus comidas más tradicionales como el berner platte, un surtido de carnes y embutidos que se sirven con papas y es la especialidad de Berna. Pasar por Suiza y no degustar la fondue o el raclette, distintas variantes de quesos fundidos que se combinan con papas, pan o embutidos, sería imperdonable. Knöpfli, a base de harina, sémola y leche, o el rösti, una papa rallada servida con carnes, son también característicos de esta región.
Al estar fuera de la Unión Europea, la economía de este país no se maneja con el euro y mantiene su moneda propia: 1 franco suizo equivale aproximadamente a 5 pesos. Los precios para comer en un restaurante van de 10 euros, si se elige una deliciosa sopa suiza, a 25 euros para arriba si se ordena un plato principal. Las cervezas también son muy ricas. Tomar una local bien fría en las calles empedradas del centro es una buena parada para desplegar el mapa y descansar los pies por un rato.
Para degustar una buena comida regional, las opciones recomendadas son Le Lötschberg o Ratskeller en el centro de la antigua ciudad, o Granero. Le preguntamos a Sarah qué nos sugiere y nos apunta en una hoja: Zunft Zu Webern, donde preparan buena comida típica. También Drei Eidgenossen, un lindo bar en la ciudad para ir en busca de tragos, o Café Cairo, un sitio más pequeño donde se puede sentar afuera y disfrutar música en vivo.

Cebollas y jazz

Entre las actividades que se organizan durante el año, el cuarto domingo de noviembre se realiza el Mercado de la Cebolla, una tradicional fiesta popular donde los agricultores trasladan más de 50 toneladas de cebollas a la capital suiza. Y si de música se trata, de marzo a mayo y durante diez semanas se realiza el Festival Internacional de Jazz, mientras que el rock y el pop llegan en julio con un festival de música que tiene lugar, durante cuatro días, en la montaña Gurten a 864 metros.

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por Redacción OHLALÁ!


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