
Bienvenidos al freak show
A sólo una hora de tren desde Manhattan, Coney Island es una playa quedada en el tiempo y reúne una increíble fauna de personajes: latinos, rusos, asiáticos y locales hacen guerras de cinchadas sobre la arena, compiten por quién tiene más tatuajes y juegan a quién come más panchos
13 de junio de 2010

NUEVA YORK.- Parado a la sombra de una palmera de plástico, un hombre vestido de traje y con sombrero blanco toma el micrófono y anuncia que comienza la guerra de cinchadas sobre la arena.
De un lado de la soga, los muchachos forzudos del Departamento de Bomberos de Nueva York; del otro, los regular guys (gente común), rejunte de nacionalidades difícil de encontrar en otro rincón del mundo. Obviamente ganan los primeros. De fondo, la playa gastada de Coney Island, un balneario quedado en el tiempo, que muchos todavía identifican como la cara más vulgar del veraneante neoyorquino.
A mediados de junio, cuando el calor empieza a golpear el cemento de la Gran Manzana, miles de personas buscan un destino soleado donde mojar los pies. Algunos prefieren quedarse jugando al frisbee en el pasto esponjoso del Central Park; otros pocos eligen desplazarse a los Hamptons, playa exclusiva a la que acuden millonarios del calibre de Paris Hilton, Steven Spielberg, Tiger Woods y Sarah Jessica Parker.
Quedan los que se cargan la sombrilla al hombro, arman la heladerita y toman el subte N, B, D o F hasta el último stop: Stillwell Avenue-Coney Island. El tren se desplaza primero bajo tierra y, a medida que pasan las paradas, sale a la superficie y atraviesa Brooklyn hasta el Sur, donde se topa con el océano. Cuando llega a su destino final, sólo queda en los vagones la gente en bermudas, con chicos, baldes y palitas. Latinos, afroamericanos, judíos ortodoxos, musulmanas con velo, dominicanos y puertorriqueños son ahora dueños del tren. El inglés se disipa y muta en español, ruso y árabe.
Mala fama
La historia cuenta que Coney Island fue durante la guerra civil de este país un balneario que frecuentaban políticos y comerciantes. No tardó demasiado en convertirse en un sitio de mala fama, donde florecieron los juegos de azar y la prostitución. En ese corazón arenoso y turbio empezaron a construirse hoteles como el Windsor, el Sea View o el Tivoli. Cuando después de la Primera Guerra Mundial el ferrocarril tocó finalmente Coney Island y se instauró el boleto único de 5 centavos, el lugar fue bautizado Nickel Empire, en alusión a la moneda de ese valor (de níquel). La clase obrera neoyorquina encontró así, por sólo 5 centavos, su lugar frente al océano. La llamaron la playa del pueblo.
A principios del siglo XX se construyó un parque de diversiones que sigue vivo hasta hoy, aunque no por mucho tiempo. Sucede que un inversor compró por 100 millones de dólares los terrenos cercanos a la costa, donde está el Astroland Amusement Park, y tiene proyectado levantar un gigantesco hotel de lujo y un complejo de restaurantes. "Dicen que es nuestro último verano aquí", comenta Horacio, empleado en la barra de Ruby’s, uno de los locales de comida más conocidos del lugar, y cuenta que va a ser duro para él porque trabaja en el balneario desde mediados de los años 70, cuando la zona era "un nido de pandilleros y traficantes de droga".
Sólo por ahora, Coney Island luce como siempre: con su vieja montaña rusa (la Cyclone) y la gigantesca rueda del Astroland girando muy despacio (la Wonder Wheel), vigilando el mar desde lo alto. Dicen que en 1940, cuando el mandatario francés Charles de Gaulle fue invitado a conocer el rascacielos Empire State, lo primero que preguntó, mirando hacia el horizonte, fue: ¿Où est Coney Island? (¿Dónde está Coney Island?) Quería saber la ubicación exacta del parque de diversiones más famoso del mundo.
Los dos lados de la cuerda
Recorrer la pasarela de madera que escolta la línea del mar es una experiencia en sí misma. Se escuchan siempre más de tres idiomas y la gente se instala en los bancos frente a la arena para devorar los bocadillos de Nathan´s, el puesto más famoso de Coney Island, que todos los 4 de julio organiza el concurso de quién come más panchos en menos tiempo. Para orgullo de los locales, el último campeón fue el californiano Joey Chesnut, que logró tragar 59 panchos en menos de diez minutos.
Chesnut quebró así el reinado del séxtuple campeón japonés Takeru Kobayashi, el mayor deglutidor de salchichas de los últimos años en Coney Island.
En las arenas de este balneario puede uno encontrarse con toda clase de personajes: musculosos tatuados y de mirada peligrosa al estilo Robert De Niro en Taxi Driver , enanos de smoking haciendo comedia stand up a lo Jerry Seinfeld, faquires con serpientes de cotillón, raperos bailando con el doble casetera al hombro, rubias bellas y altísimas con gélido aire soviético (la comunidad rusa es enorme en Coney Island).
En algunos puestos hay juegos dignos de una película clase B, como un tiro al blanco llamado Shoot the freak (Dispárele al monstruo), en el que hay que dispararle escopetazos con balas de pintura a un tipo disfrazado. Predominan el reggaeton, el rap de Tupac Shakur y se entrevera la música anacrónica del parque; el vaho a mostaza y humo grasiento lo invade todo.
Frente al mar, el hombre de traje y sombrero blanco insiste con las cinchadas. El juego es ganarles a los bomberos, aunque nadie lo logre. Hasta que el anfitrión anuncia la llegada de los Wall Street Boys, supuesto "grupo de ejecutivos de las empresas más poderosas del planeta". En teoría, esos empresarios top llegaron a Coney Island para tirar de la soga y llevarse el trofeo. "Son los hombres que van a salvar nuestra nación de esta terrible crisis", grita el presentador, pero nadie le cree realmente. El juego termina mal: los bomberos ganan la batalla por robo y uno de los Wall Street Boys se dobla el tobillo y es retirado en camilla entre gritos de dolor.
Para muchos, éste será el último verano del balneario como hoy se lo conoce. Quizá por eso la melancolía se respira más fuerte en la larga pasarela que acompaña esta parte del océano. Tal vez en unos años nadie entienda de qué hablaba Lou Reed cuando le cantaba a su "chica de Coney Island", en el tema Coney Island Baby. Lo que seguramente permanecerá en el aire es el olor a salchicha asada, el ruido tosco del herrumbroso parque de diversiones y el recuerdo de que ésa fue, alguna vez y para muchos, una gloriosa salida al mar.
Por José Totah
Para LA NACION
Para LA NACION
Verano en la Gran Manzana
De mayo a agosto, la ciudad de Nueva York es una gran fiesta de eventos musicales, deportivos, gastronómicos o culturales, muchísimos gratuitos o a precios de oferta. Para agendar.
-Del 13 al 16 de julio, a las 20, la Filarmónica de Nueva York dará conciertos gratuitos en Central Park, Cunningham Park y Prospect Park ( nyphil.org ). Entre otros recitales abiertos, Public Enemy se presentará, por ejemplo, el 15 de agosto en Central Park, y hasta Al Pacino actuará en el clásico El Mercader de Venecia en Central Park ( www.publictheater.org ).
-Amantes del buen comer, del 12 al 25 de julio, la Restaurant Week ofrece, como todos los años, almuerzos y cenas en los mejores restaurantes, a precios increíbles (como US$ 24 por un menú de tres pasos).
-Todos los fines de semana de verano, el muelle 40 sobre el río Hudson (a la altura de Houston street) ofrece la posibilidad de hacer kayak en forma gratuita.
-El nuevo Jardín Botánico de Nueva York es gratis los miércoles. Ideal para recorrer más de 100 hectáreas que incluyen una parte del río Bronx, una catarata y más de 600 variedades de rosas.
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