

BOIPEBA, Bahía.- La llegada parece algo accidentada, pero luego uno estará seguro de que no hay forma mejor de entrar en este paraíso. Mochila en la cabeza, chancletas enganchadas en los dedos y un poco de equilibrio para terminar buceando antes de hora. La lancha que lo lleva en media hora desde Morro de San Pablo no puede acercarse completamente hasta la arena, a riesgo de encallar. Así que el desembarque es estilo náufrago: por la playa, frente a los coqueros y mojándose el ombligo hasta poder decir "llegamos".
Primero, la ubicación de este lugar en el mundo. Se sale de Buenos Aires rumbo a Salvador, la capital de Bahía. En poco más de cuatro horas se aterriza en esa ciudad donde, dicen los locales, todo el año es Carnaval. Boipeba queda unos 200 kilómetros al sur de Salvador, vecina a Morro de San Pablo, una vieja conocida de los argentinos, que llegaban de a miles por temporada. Boipeba, Tinharé (donde está Morro de San Pablo) y Cairú forman lo que a la distancia parece ser una gran isla, pero que son tres, separadas por ríos. Y Boipeba es la más linda de las tres.
Destino en sí mismo
En una época, cuando Morro de San Pablo no se había desarrollado tanto como hoy, Boipeba era un destino para excursiones por el día. Casi no tenía posadas, y muchos salían en paseos en lancha para conocer sus piscinas naturales, comer y volver a Morro.
Hoy, con 30 posadas funcionando, Boipeba ya es un destino en sí mismo. Al menos un destino para quien busca playas de aguas transparentes, una tranquilidad de isla, contacto con cultura local y un ecoturismo suave. Los grandes operadores turísticos, por ejemplo, no lo incluyen en sus destinos porque la infraestructura del lugar no está preparada para recibir a miles de personas al mismo tiempo. Por eso en Brasil este destino es vendido por operadoras dedicadas al ecoturismo o a un turismo que intenta integrar la visita al lugar y el respeto a ese ambiente.
Los 4000 habitantes de Boipeba viven de lo que pescan, del turismo y del trabajo en las estancias de coco. La mitad de la isla es propiedad de un italiano millonario, Fabio Perini, que la visita dos o tres veces al año. Su mansión está en la isla de Tinharé -nombre formal de la isla en que está Morro-, frente a Boipeba. Dueño de las estancias de coco, dicen quienes lo conocen que Perini es favorable a preservar la belleza natural de la isla sin hacer en ella especulación inmobiliaria o convertirla en un "point" turístico.
Una de las cosas más lindas de Boipeba es su tamaño: en tres o cuatro días es posible sentirse un conocedor. Al final, el lugar es chico, y tiene apenas cuatro pobladitos: Velha Boipeba, Sao Sebastiao, Moreré y Monte Alegre.
Cuando uno llega en lancha desembarca en Boca da Barra, playa en la que desemboca el río do Inferno, que rodea una parte de la isla. Al lado, en dirección al Sur, aparecen Tassimirim, Coeira, Moreré y Bainema, hasta llegar a Castelhanos.
Para que se tenga una idea del tamaño "de bolsillo" del lugar: en dos horas es posible hacer una caminata a ritmo firme, pero sin estrés, y conocer todas las playas, de punta a punta.
Area de Protección Ambiental
Y es posible hacerlo sin encontrar a casi nadie en el camino, más que algún pescador llegando o algún turista con la misma idea. Nada de parlantes con música estridente, gente vendiendo cosas a los gritos, ni señoras clamando a los alaridos para que Juancito venga a comer su sándwich de pollo.
El lugar es un ejemplo de preservación y nadie hace de la playa basurero. Comerciantes y guías turísticos dedican un rato a juntar plásticos traídos por la marea o cualquier desecho que no sea orgánico.
Como Boipeba es un Area de Protección Ambiental (APA), hay también un control rígido para construir. Recientemente los pobladores de la isla hicieron una protesta insólita: a alguien se le ocurrió importar un auto, artículo que aquí no hay. ¿Resultado? El coche tuvo que volver al continente. ¿Qué significa Boipeba? En tupí guaraní, la lengua hablada por los aborígenes en 1565 cuando llegaron los portugueses, significa víbora chata (mboi pewa). No, no hay víboras. Es así como los indios llamaban a las tortugas marinas que siempre andan de visita por la isla.
¡Ahhh, las piscinas!
Boipeba fue bendecida con las piscinas naturales que se forman en los arrecifes que la rodean, un kilómetro dentro del mar. El guía Marquinhos, nacido en Boipeba, sabe el movimiento de las mareas para estar al tanto del momento exacto en que vale la pena ir a visitar las piscinas. Cuando la marea baja, las piletas aparecen en el medio del mar. Agua cristalina y verde como en el Caribe, con profundidad de uno a dos metros, y fondo de arena blanca.
La temporada alta de Boipeba es enero y febrero, con lleno total entre Navidad y fin de año, y la semana de Carnaval, cuando los precios se duplican. En esa época, las piscinas suelen llenarse de más con losbarcos que llegan desde Morro y hasta de Salvador, por lo que es conveniente evitar esas fechas.
Para llegar a las piscinas hay algunas opciones. Se puede salir desde la playa de Boca da Barra. Allí se puede preguntar por Mestre B.A. El hombre, llamado así porque es profesor de capoeira, conduce un barcotípico del lugar, con capacidad para unas 10 personas. En 20 minutos se llega a las piscinas.
Los peces rayados negros y amarillos son los primeros que aparecen. El barquero presta máscaras de snorkel y es posible distraerse horas flotando viendo esponjas marinas, pulpos y varios tipos de peces.
Lugares para bucear sobran y en la punta de Castelhanos, al sur de la isla, hay hasta un barco español hundido algunos cientos de años atrás. Ahí mismo, en medio de las piscinas naturales, hay un bar flotante donde se puede tomar y comer sentado en el agua, en medio del mar.
Posadas ecológicas
Lo mejor de las posadas de Boipeba es que la mayoría está integrada a la naturaleza en espíritu “ecoturismo”. La posada Horizonte Azul estátan integrada que para llegar a los cuartos es fácil perderse en el laberinto de plantas y árboles.
En Boipeba, la gente del lugar mira al turista con una mezcla de simpatía y curiosidad, y no como una fuente de dinero.
La plaza central de Boipeba es un caso aparte. Logra ser al mismo tiempo la plaza –desde donde se ve la iglesia de casi 400 años–, campo de fútbol y el lugar donde de noche uno de los mejores restaurantes delpoblado pone sus mesitas con velas.
La Igreja do Divino Espiritu Santo, de 1610, fue construida por los jesuitas. En el fondo tenía hasta un pasadizo secreto para esconderse de los indios. La iglesia pasó por algunas reformas, pagadas por elitaliano Perini y a causa de una promesa.
Quien disfruta la comida de mar puede pasarla muy bien en Boipeba. Mientras se está en las piscinas naturales llegan las lanchitas trayendo pescado fresco, langostas y camarón pistola. Por diez reales–unos 12 pesos– es posible comprar un kilo de langostas, y pedirles a los pescadores que la hiervan para comerlas allí mismo acompañadas poruna cerveza o un coco helado.
El recuerdo más inolvidable que los visitantes se llevan de Boipeba es el silencio. El único ruido es el de los pájaros carpinteros, que es como si tocaran un tambor en un árbol hueco. Una isla para darse elgusto de estar, por un tiempo, bien lejos de todo.
Por Luis Esnal
Corresponsal en Brasil
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