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 • HISTORICO

BUDAPEST Bisagra de dos mundos

La exquisita historia de Buda, la modernidad de Pest, sólo separadas por el Danubio; aúna el estilo de vida occidental con las antiguas tradiciones de Oriente




BUDAPEST.- ¿Dónde encontrar el espíritu de un pueblo, si no en su historia? Los húngaros son un pueblo invadido desde el comienzo de su memoria histórica, y en su capacidad de resistencia al tiempo más que de absorción de culturas ajenas, pueden ser descriptos en pocas pinceladas a través del relato de dos observadores de diferente época y condición. Miradas distintas, en muchos aspectos opuestas, encontraron huellas de la épica de Hungría.
Gabriel García Márquez estuvo en Budapest en 1957, menos de un año después de que las tropas soviéticas reprimieron el levantamiento de octubre de 1956.
"Al atardecer -después de haber recorrido toda la ciudad- me encontré en el Danubio, frente a las ruinas del puente Elizabeth dinamitado por los alemanes. Allí estaba la estatua del poeta Petöfi, separada de la Universidad por una plazoleta llena de flores. Diez meses antes -el 28 de octubre-, un grupo de estudiantes atravesó la plaza pidiendo a gritos la expulsión de las tropas soviéticas. Uno de ellos se encaramó en la estatua con la bandera húngara y pronunció un discurso de dos horas. Cuando descendió, la avenida estaba colmada por hombres y mujeres del pueblo de Budapest que cantaban el himno del poeta Petöfi bajo los árboles pelados por el otoño. Así empezó la sublevación", escribió el colombiano, en 1958, en artículos publicados por las revistas Cromos, de Colombia, y Momento, de Venezuela.
Eran los días en que las estrofas de En pie, magiares, del soldado y poeta nacionalista Sándor Petöfi, que murió en combate en 1849, resonaban por todo el país. En sus recorridos por la capital, García Márquez vio los barrios obreros a un kilómetro de la isla Margarita, en el bajo Danubio: "La tarde del 28 de octubre esa gente estaba allí cuando llegó la voz de que los estudiantes había iniciado la sublevación. Entonces, abandonaron los vasos de cerveza, subieron por la ribera del Danubio hasta la plazoleta del poeta Petöfi y se incorporaron al movimiento. Yo hice el recorrido de esos bares al anochecer y comprobé que, a pesar del régimen de fuerza, de la intervención soviética y de la aparente tranquilidad que reina en el país, el germen de la sublevación continúa vivo".
Sería bueno saber por qué el autor de los artículos coloca el comienzo del levantamiento el día 28 si en realidad la rebelión comenzó el 23. Sólo García Márquez podría contestar eso, aunque probablemente no le interese abordar el tema.

Saltar al cuello


La mirada del escritor, sin embargo, no concede un milímetro ante las apariencias fugaces, porque también escribió: "El pueblo no estaba definitivamente contra el socialismo, sino contra el régimen de opresión. (...) En ese instante, la reacción -más fuerte, más identificada en sus intereses, con más experiencia política que el Partido Comunista- había capitalizado el movimiento. Budapest era un caos. (...) Solapados, al acecho, los viejos terratenientes en sus residencias otoñales, el cardenal Miszensky en la cárcel, la poderosa reacción húngara infiltrada por todas partes esperó el momento de saltar al cuello de sus enemigos".
En las calles, los tanques soviéticos bombardearon las fachadas tras las que se refugiaban los resistentes. "El alba del 5 de noviembre se levantó sobre una ciudad destrozada", contó García Márquez.

La decisión de Teleki

La otra mirada es británica y conservadora: es la del primer ministro inglés Winston Churchill, en su libro La gran alianza, en el que se describen con detalles precisos los entretelones de la Segunda Guerra Mundial.
Al contar lo que denomina "la traición del general Werth", jefe del Estado Mayor general del ejército húngaro, que posibilitó mediante un acuerdo secreto con los alemanes el ingreso de las tropas nazis en territorio de Hungría para comenzar la invasión a Yugoslavia, Churchill relató que "el conde y primer ministro húngaro Teleki denunció la acción de Werth como un acto de traición. En la noche del 2 de abril de 1941, recibió un telegrama del embajador húngaro en Londres, en el que éste manifestaba que el Ministerio de Relaciones Exteriores británico le había declarado formalmente que si Hungría tomaba parte en cualquier movimiento alemán contra Yugoslavia, Gran Bretaña le declararía la guerra. De esta suerte, Hungría tenía que escoger entre resistir vanamente el paso de las tropas alemanas, o ponerse abiertamente frente a los aliados y traicionar a Yugoslavia. En esta cruel situación, el conde Teleki sólo vio un medio para salvar su honor personal. Poco después de las 9, abandonó el Ministerio de Relaciones Exteriores húngaro y se retiró a su departamento en el Palacio Sandor. Allí, recibió un mensaje telefónico. Se cree que era un mensaje en el que se le informaba que las tropas alemanas habían cruzado ya la frontera húngara. Poco después se disparó un tiro. Su suicidio fue el sacrificio destinado a absolverse y absolver a su pueblo de toda culpa en el ataque alemán contra Yugoslavia. Limpió su nombre ante la historia".
Dos historias cortas y cruentas. Dos miradas sobre un espíritu libertario que se ve hoy en las calles de Budapest. Porque las mujeres aquí parecen más frescas que en el resto de Europa central, se maquillan más, se visten con audacia, y los hombres transmiten una alegría mezclada con nostalgia que contrasta con cierta parquedad de sus pares de naciones vecinas.
La vida nocturna local está más excitada que en otras capitales de la región. Hay una enorme cantidad de cabarets frecuentados por húngaros y por turistas comunes. La música y la alegría siempre termina por unirlos.
Contradictorios, abiertos, influidos en ciertas costumbres por las culturas de sus invasores o bien por aquellos que, como los gitanos, decidieron asentarse en el país hace siglos, los húngaros parecen ser una especie de bisagra entre dos mundos europeos que cada día se mezclan más. A pesar de esto último, los húngaros saben que por más globalización o influencias que haya, los castillos de Buda y la modernidad de Pest seguirán siendo, ambos, necesarios para que haya una ciudad como su capital.
Leonardo Freidenberg
Un sentir, varios violines
La música de Sándor Déki Lakatos sonó con fuerza en el salón ricamente decorado del hotel y restaurante Taverna, en Budapest. Lakatos viste pantalones negros como el resto de su banda gitana, pero su chaleco labrado es azul y el de los demás músicos rojo. Eso y su evidente autoridad para manejar los violines y demás instrumentos de viento y de percusión dejan ver los años de ensayo y, más que eso, la música que el hombre lleva en la sangre.
Es que su padre fue músico y el padre de su padre también, y así hasta completar seis generaciones de músicos que terminan con su hijo de quince años, que toca como aprendiz en la propia orquesta. En Taverna, los mosaicos del piso tienen dibujos con cierta influencia oriental y las lámparas son unas bolas de cristal opaco sostenidas por lámparas negras de hierro forjado.
En la pared hay pinturas y textos decorativos, mientras que la comida es una larga lista de especialidades húngaras.
La banda gitana de Lakatos existe desde 1964 y ha tenido celebridades de todo el mundo para aplaudir su arte, especialmente las czardas, danzas de Hungría en las que se inspiró Franz Liszt para componer sus célebres Rapsodias húngaras.
Los expertos dudan acerca del origen de las czardas: algunos afirman que se trata de un simple baile de parejas antiguo, el Magyar kör, mientras otros aseguran que proviene de una danza militar, el verbunkos. Como fuere, se trata hoy de un baile de salón que forma parte del folklore local.
En realidad, la música húngara está integrada por diversas ramas que confluyeron en la región. Los cristianos, en el siglo X, aportaron la música sacra europea occidental con el canto gregoriano y con los coros protestantes, mientras que los gitanos, que según se cree llegaron en sucesivas migraciones desde la India, trajeron consigo estilos distintos que se incorporaron a la tradición musical húngara. La dominación turca también dejó su huella en materia musical. Con el tiempo, nombres como Franz Liszt, Béla Bartók, Zoltán Kodály, sumaron innovaciones a los acordes típicos, que incluían una notoria influencia alemana.
Sin embargo, por diversas razones, entre ellas algunas vinculadas con el marketing turístico, la música gitana se incorporó a los sonidos cotidianos de Hungría. En los buenos restaurantes, lobbies de los hoteles, bares y en las calles, los músicos de origen gitano regalan sus sones a los viajeros, los que construyen en su imaginario una estrecha relación entre lo húngaro y lo gitano aunque, obviamente, no se trate exactamente de lo mismo.

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