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Bueu, con ricas historias de vida

Sugestivo pueblo de la región de Galicia, a orillas del mar




Esta historia sucedió a mitad de los años 80. Yo vivía en Madrid, y como me habían sugerido conocer Galicia, un verano tomé el auto y fui para allá. Pasé la frontera y entré en un paisaje de montañas que se hacía cada vez más verde, hasta que finalmente me encontré con el mar. Después llegué a Vigo, pero como Vigo es una gran ciudad y yo quería un lugar más aislado, tomé la autopista a la ría de Pontevedra.
Al llegar a una pequeña bahía me encontré con el pueblo de Bueu -que quiere decir refugio en vaya a saber qué idioma antiguo-, en la provincia de Pontevedra, y paré a comer en un lugar que se llamaba A centoleila. Allí me recibió Julio -un hombre muy simpático que después fue mi amigo-, que me dio de comer y me habló de la mayor riqueza del lugar: los mariscos. Primero me llevó a conocer las grandes peceras donde podían verse vivas las langostas (que tenían las pinzas atadas con elástico), los centollos o los cangrejos de mar. Cuando vos elegías uno, te lo ponían en una especie de olla gigantesca, lo hervían y te lo traían desmembrado y caliente a la mesa. Fuera de lo impresionante del aspecto, era un manjar riquísimo recién sacado del agua... La cuestión es que me quedé muchos días en ese lugar.
Así conocí a Manolo, un marinero del lugar, y me hice a la mar en un pequeño barco de madera con una vela, mientras dirigía el timón con el pie y me dejaba llevar a donde me llevara el viento, rodeado de un paisaje de montañas verdes que caían al mar.
Algunas veces salíamos con Julio en su barca -un bote para dos o tres personas- a pescar con sedal, un hilo de que se tira con la mano hasta cierta profundidad, y al notar que el pez se engancha tirás para arriba, y listo, ya teníamos la cena de esa noche.
Más allá de los mariscos, mi gran descubrimiento fue la hospitalidad de la gente de ese pueblo marinero, y por supuesto, las leyendas del mar. Un día, Manolo me dijo: "Ves ese chico que va tirado en la proa con el brazo acariciando el agua. Bueno, el muchacho perdió a su padre hace una semana, pero ésa es la ley de mar: del mar tomamos, y el mar también toma de nosotros". Una filosofía de vida muy especial.
Esa noche y las siguientes a mi llegada a Bueu, Julio preparó queimada: un conjuro que se hace a las meigas para que nos salven de los maleficios, compuesto por aguardiente y hierbas calentadas al fuego, al que se agregan café y otras especias. Después nos quedábamos hablando dos semanas, pero eso sí, todo el mundo se moría de risa. En definitiva, un lugar mágico de gente encantadora, que sabe vivir la vida; que sabe poblarla de fantasía, de historias y consejos, no sólo para no morir ahogados, sino para no morir mal.
El autor es cantautor. El sábado 7 de agosto, a las 23, presentará en La Trastienda su último disco, Palabra por palabra
Por Roque Narvaja
Para LA NACION

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por Redacción OHLALÁ!


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