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Bungee jumping, negocio de la locura o riesgo cero




El video fue uno de los más vistos de esta semana en YouTube. Sin quedarse atrás, noticieros de todo el mundo transmitieron una y otra vez la secuencia de imágenes: la chica salta en bungee desde un puente de 111 metros de altura, se rompe la soga elástica, cae al río, se la traga la corriente, sobreviene el horror.
Erin Langworthy, de ella se trata, es una turista de 22 años australiana que sobrevivió milagrosamente a la caída libre en el río Zambeze, en la frontera entre Zambia y Zimbabwe. En los días siguientes al accidente, la chica brindó decenas de entrevistas para contar cómo logró arrastrarse hasta una orilla, con los pies atados y la clavícula rota, después de desplomarse en las turbulentas aguas africanas.
Y en los días siguientes a los siguientes, prácticamente todo el mundo se olvidó de la chica, del salto, del tema. Al menos, claro, que uno se decida -se anime- a hacer bungee jumping. Entonces seguramente vuelvan a la memoria todas las historias catástrofe asociadas a esta práctica, sumadas al miedo natural que produce la sola idea de lanzarse a la nada, patas para arriba para peor. Aún así, son -somos- millones las personas que queremos ver de qué trata esto de zambullirse al vacío, de experimentar el vértigo más absoluto, de coquetear con el peligro pero, eso sí, desde un lugar supuestamente seguro.
¿Qué nos lleva a practicar deportes de riesgo, a jugar con lo extremo sólo por diversión? ¿La necesidad descargar adrenalina, de romper con la rutina y el sedentarismo? No lo sé. Pero los que sí supieron aprovechar esta avidez del ser humano por las emociones fuertes, sin hacerse demasiadas preguntas ni detenerse en cuestionamientos pseudo filosóficos, fueron los neozelandeses A.J. Hackett y Henry van Asch.
Inspirados en un rito tribal que se practica en las islas Vanuatu (Pacífico Sur), en el que los hombres se lanzan desde altísmas plataformas de madera, atados sólo por lianas en un tobillo, esta dupla de amigos y socios fundaron A.J. Hackett Bungy en 1988.
Años antes, Hackett se había lanzado desde todo tipo de puentes y estructuras, incluida la torre Eiffel, entre otros espectaculares y mediáticos saltos. Más de una vez terminó tras las rejas por aquellas intrépidas incursiones, pero sus hazañas dieron que hablar y el público comenzó a fijarse en aquella práctica de locos.
Así, el primer día de actividad, Hackett y Van Asch convocaron a 28 personas para hacer bungee desde el puente Kawarau de Queenstown, donde se instaló la primera plataforma del mundo para practicar este deporte. Hoy, la empresa cuenta con cuatro plataformas y 100.000 personas al año lanzándose desde ellas.
El índice de accidentes: 0. La garantía de un frenado progresivo se logra a través de una cuerda elástica, que a su vez se fabrica con los máximos parámetros de seguridad. Esto es lo que uno escucha y ve en un video que intenta ser tranquilizador, además de explicativo, cuando espera su turno para saltar desde el puente Kawarau.
Pero una vez que a uno le atan los pies como animal de faena, que le colocan el arnés y que le dicen ya está , a la orden de tres saltás , toda explicación lógica y racional se desvanece. Ni qué hablar cuando se comete el pecado de mirar hacia abajo, directo a las aguas verde esmeralda del río, que a esa altura es un hilo finito y lejano (ah, como si fuera poco, está la opción de sumergir la cabeza en el agua, cuando se cae en picada boca abajo). Lo que corre por la sangre es miedo, miedo en su estado más primigenio.
Ya era tarde para echarse atrás. Todavía no recuerdo cómo lo hice. Respiré hondo, extendí los brazos y salté.
Publicado por Teresa Bausili
15 de enero de 2012 | 1.28 A.M.

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