Estando en Venecia, decidimos ir a conocer las islas de Murano, Burano y Torcello. De las tres, la que más nos cautivó fue Burano. Pequeña y encantadora, nos deparó gratas sorpresas. Está surcada por canales, con casas pintadas de colores fuertes, con pasajes y calles estrechísimas. La ropa tendida en los frentes o entre las callejuelas es otra de sus características.
Las vidrieras de los numerosos negocios atraen con sus delicadas artesanías, especialmente los bordados y encajes hecho con hilos finísimos.
Al ver a una anciana bordadora trabajando entré en el negocio para observarla. Yo llevaba mi cámara a la vista, pero ante los grandes carteles que prohibían sacarle fotos ni lo intenté. Le elogié el hermoso trabajo que hacía y la buena vista que tenía. Ella me pidió que le tomara una foto. Sorprendida por su pedido, se la saqué y se la mostré. Con una sonrisa, me extendió una hermosa bolsita blanca bordada. Como yo no entendí que quería decirme, sacó de ella unas monedas. Había sido pícara la señora; la foto no era gratis...
A la vera de uno de los canales nos encontramos con un pescador arreglando sus redes.
La pesca y los encajes de hilo, además del turismo, son las principales actividades de esta pequeña isla habitada por unas 6000 personas.
Seguimos caminando, y mientras mi esposo descubría una sorprendente torre inclinada, otra de las características de Burano, me detuve en un pequeño negocio en el que se exhibían hermosas artesanías en vidrio y cristal. Adentro estaba trabajando su dueño, Massimo M. Memo, con quien entablé una entretenida conversación mientras hacía pequeños corazones de vidrio, sin dejar de trabajar. Me preguntó cuál era mi animal preferido. Sorprendida, le respondí que me encantaban los gatos. "Le voy a hacer uno", dijo, y mientras seguía conversando, de sus manos maravillosas apareció un pequeño gato en vidrio con todos los detalles. ¡Una obra de arte! Me lo obsequió y es el recuerdo más preciado de este viaje.