Buscar, partir y volver
Cada vez son más los inmigrantes e hijos de inmigrantes que quieren conocer sus orígenes. Aquí, relatos de quienes lo hicieron y testimonios de los que organizan estos viajes
25 de junio de 2006
Después del viaje, Katitza Soljan murió.
Apenas volvió empezó a cantar melodías ininteligibles, a pintarse la boca de rojo todas las tardecitas, y parecía una loca esperando en la ventana de su casa de Chañar Ladeado, en Santa Fe, a un hombre al que vio por última vez cuando era chica y tenía hambre.
Se fue apagando, Katitza Soljan. Total, ya había vuelto a su tierra, Starigrad, en Huar, Dalmacia. Por eso murió. Era su deuda con la vida. Ya no le importaba nada.
Era croata, Katitza Soljan. Y hablaba raro, en un español tan pobre que daba gracia. A ella la mandaron para acá con su hermano, para que no muriera. La habían casado por poder con otro yugoslavo, Momulo (Gerónimo) Kovacevich, y cuando llegó a la Argentina perdió más que la inocencia y a su gran amor, que se quedó en la isla. Pero nunca se quejó.
Ni pidió nada, Katitza Soljan. Pero su nieta, Lucrecia Tombetta, no necesitaba escucharla. De modo que un día la subió a un avión, la llevó a la entonces Yugoslavia, la condujo de la mano hasta su pueblo y allí se encontró con su hermana Fjura.
Cuenta Lucrecia que primero se tocaron con mucho miedo, se tocaron y se miraron esas dos hermanas tan lejanas, y luego comenzaron a hablar las dos a la vez. E hicieron lo mismo durante el mes que Katitza Soljan estuvo en Croacia.
Una historia. Esta es sólo una historia. Triste, con nostalgias, pero que se repite.
Desde que el suplemento Turismo de LA NACION inauguró la sección Lectores de viaje , en la que invita a contar la mejor travesía, un elevado porcentaje de e-mails y cartas que llega a la redacción es de personas que viajaron a algún lugar del mundo en busca de sus raíces.
Y son miles, porque la Argentina está hecha de retazos de inmigrantes que tuvieron los ojos húmedos demasiados años. Y el común denominador de los lectores es que cuando encontraron el lugar de sus ancestros, los que quedaban los recibieron como al Mesías.
El periodista Rolando Hanglin, que en su programa RH Positivo tiene una columna sobre esto de volver a la tierra de los abuelos, hizo su propio viaje a las raíces, al Peñón de Gibraltar.
"Sólo sabía que mi abuelo, Roberto Hanglin, era un inglés del Peñón de Gibraltar, de origen irlandés. Nada más. Por desavenencias entre él y mi padre perdimos el contacto, y los antepasados para mí se volvieron una obsesión. Tenía la historia de mis otros abuelos, pero Roberto, que había escapado de Buenos Aires para vivir y morir en Añatuya (Santiago del Estero), me lastimaba. ¿Qué hizo allá? ¿Por qué estaba tan solo? ¿Quiénes fueron sus amigos? ¿De dónde venía?", se pregunta Hanglin.
"Viajé a Añatuya, visité su tumba. Viajé a Gibraltar (The Rock) y hoy me escribo con mis primos Marcial y Bobby Hanglin", cuenta
Y finaliza: "Esto fue como tomar un jarabe contra la angustia. Saber que los Hanglin ya estaban en Gibraltar en 1737, con su carnicería (Hanglin & Griffin), y que allí siguen. Me falta visitar la casa de mi abuelo y de sus padres en una callejuela llamada Engineer s Lane. Queda para el próximo viaje".
Organizar la nostalgia
Mónica Dawidowicz, de Arteviajes SRL, es una experta en el alma de los inmigrantes que quieren saber más de su historia. Ella organiza viajes a Polonia y algunas zonas que en el pasado nazi pertenecieron a aquel país y hoy forman parte de otras repúblicas no menos sufridas para aquellos integrantes de la comunidad judía que quieren conocer sus raíces.
"Todo empezó hace unos 10 o 12 años -cuenta-, cuando viajé con un grupo de gente que era de la misma zona de donde venía mi familia. Y fue muy fuerte. Mirá, había pasajeros que recordaban de repente toda su niñez, lo que les habían contado sus padres, los lugares en los bosques donde se habían producido matanzas, esquinas que por ahí no existían, sus propias casas que ya no estaban."
Así se formó la idea de hacer esos viajes de reconocimiento de los orígenes, donde a cada pasajero se le acerca material de su pueblo para que vaya preparado. "Una noche le puse el nombre a la idea: Todo shteitl o dorf (ciudad o aldea) tiene un lugar en el mapa y una historia para contarnos. Los invito a descubrir la vuestra . Y así empecé".
Dawidowicz tiene anécdotas desgarradoras y otras más felices. Y cuenta: "Me pasó en Varsovia con un señor de 70 años, nacido acá, que durante el viaje fue contando todo lo que la madre le relataba del lugar donde ella había nacido. Yo no me hacía muchas ilusiones porque se sabe que Polonia fue arrasada, sin embargo, cuando llegamos al lugar estaba todo como lo había relatado aquella mujer".
A estos grupos de corajudos que vuelven a la arrasada Polonia y que saben que tal vez de lo propio ya no queda ni el aroma, la agencia ( www.arteviajes.com.ar ) les prepara una suerte de itinerario que contempla fiestas, agasajos, alegrías, por llamarlo de alguna manera, que contrastan con tanta pérdida. Se recorren también algunos campos de concentración y, si los viajeros quieren ir a visitar otros lugares, se les facilitan las cosas.
Pero, ¿por qué volver? ¿Qué busca uno cuando retorna? El médico psiquiatra Oscar Taber, que tiene varios pacientes extranjeros que volvieron a sus lugares de origen, dice: "Quizá sea una pregunta para hacérsela a los poetas más que a un terapeuta... El hombre es el hombre y sus circunstancias, pero lo es también en un lugar, en un escenario y en un tiempo dados. Historia, relato y lugar hacen a la comprensión de la vida. Esa historia, ese relato singular y ese lugar vivido hacen a la identidad de las personas y de ahí la necesidad de revivir o vivenciar lo añorado.
-¿Pero no es repetir?
-Repetir, recordar y elaborar la presencia de la ausencia a través del retorno hacen al hecho de recuperar la memoria afectiva que nos nutre y nos organiza emocionalmente. Satisfactoria o dolorosamente la realidad actual será la que se imponga. Hay que recordar entonces que todo tiempo pasado será siempre pasado. Y a lo mejor así, finalmente, quedar en paz. Y por qué no, también poder olvidar.
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Mi abuela tenía 16 años cuando la pusieron en un barco junto a su hermano Jure -cuenta Lucrecia-. Cuando fuimos a Yugoslavia visitó la tumba de sus padres, la casa donde había nacido y se reencontró con algunos conocidos y con todos sus sobrinos. Nadó en el Adriático como lo hacía de niña, cantó canciones y durmió con su hermana en la misma habitación. Al poco tiempo de volver le diagnosticaron demencia senil.
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Pero los judíos no son los únicos que quieren volver. Los españoles afincados en la Argentina, por ejemplo, tienen también la posibilidad de hacerlo poniéndose en contacto con la Xunta de Galicia. Susana, que atendió a LA NACION, especificó que hay tres tipos de programas para inmigrantes e hijos y nietos de inmigrantes que quieren volver a España.
"Se llaman Volver a casa y Volver a la tierra, y para los más chicos hay campamentos ( www.centrogalicia-bsas.org ). Se hace una vez al año y llevamos un promedio de 350 personas cada vez. El gobierno de Galicia subvenciona los pasajes hasta en un 80%, siempre y cuando el interesado pueda demostrar que tiene bajos recursos. Son vivencias muy, pero muy fuertes, y en general es gente que tiene parientes todavía en las ciudades, aldeas y pueblos de Galicia."
Esa es la gran diferencia que a veces hay entre los viajes de los polacos, lituanos o bielorrusos judíos y los italianos o españoles: los primeros saben que la tierra que pisan fue devastada por la guerra, las hambrunas y las invasiones, y que todo fue regado de sangre inocente; a los otros los corrió el hambre y la guerra, es verdad, pero han podido seguir, en general, en contacto con sus parientes porque los tienen vivos. No lo perdieron todo en lo que dura una bala en destrozar un cuerpo.
Ceremonia secreta
Si bien hay agencias que se ocupan de ayudar a los que quieren volver a buscar sus raíces, la verdad es que la gente suele hacerlo en soledad. Lo primero es recordar qué decía el abuelo; lo segundo, buscar en el mapa, y después, volver, caminar las calles de otros tiempos, pensar a los padres en esas baldosas y, como si la vida se hubiera convertido en un misterio donde uno es el investigador privado, arañar los testimonios de quienes vivieron.
Y esos parientes reciben y festejan al recién llegado. Les dan pistas. Los miman. Los italianos son ejemplos de ello: llenan las panzas de los visitantes y les cuentan añoranzas. Nostalgias que aún perduran. El pasado. El olvido. Volver.