
Hay canales en el Delta y una lancha que los recorre despacito con una luna por momentos un poco cubierta por las nubes del viernes a la noche. Mariano me busca por casa, vamos hacia el bajo de San Fernando a una guardería y nos bajan su lancha. Nos subimos y arrancamos despacio mientras nos movemos entre los barcos. Me siento a su izquierda, arrodillada como para estar más alta y poder ver hacia delante. La lancha hace ruido así que casi no hablamos durante el trayecto que es igual es corto. Yo le miro disimuladamente los brazos que agarran el volante. Maneja seguro, me gusta. Llegamos a un bolichito todo de madera con mesitas al aire libre y velas. Elegimos una bien cerca del muellecito como para estar cerca del agua y ver los barcos amarrados en el canal. La comida es sencilla y nos tomamos unas cervezas pero el lugar y la noche están increíbles.
Hablamos de todo, esta vez (por suerte) sin caminar tanto. Durante la comida me agarra la mano distraída y no me la suelta hasta que saluda al dueño del lugar cuando nos vamos. En la lancha de vuelta cada tanto me mira y me sonríe. Ya por Lugones me pregunta si quiere que pasemos un rato por su casa a tomar un café. Yo me debato internamente. Pienso que la noche estuvo perfecta así, que a veces hay que saber cortar algo que está saliendo bien sólo para que tenga continuidad.
-Feliz paso otro día a conocer tu casa. En serio. Pero hoy no...
Y ahí me acerqué yo y le dí un buen beso como para que no quedaran dudas de lo que decía. Mejor, pensé. El domingo me llamó y desayunamos juntos antes de que se fuera a un almuerzo en lo de sus padres. Así estamos, haciendo camino al andar.
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