Foto: Andrea Bazar
Andrea Bazar se dio cuenta que, en su mama derecha, le habían aparecido unos nódulos y -frente a esto- decidió ir a hacerse un control. En ese momento su ginecólogo le propuso extraerlos y así no correr riesgos. Tenía solo 25 años y su caso fue bastante particular porque las chances de que se tratara de una patología maligna de la mama eran solo del 2% pero “cuando el médico abrió tenía un carcinoma bastante importante”, nos contó Andrea. Tras confirmarse el diagnóstico, volvió al quirófano para hacerse una mastectomía unilateral. Perdió el seno, incluyendo el pezón y la areola.
Octubre es el mes de la lucha contra el cáncer de mama, una enfermedad curable en un 95% si se detecta a tiempo. 1 de cada 8 mujeres podría ser diagnosticada con esta enfermedad en algún momento de su vida. El riesgo existe y es elevado.
Esto fue en diciembre de 2002. En ese momento su hija tenía 5 años y su familia estaba en pleno duelo por la muerte de su papá, un cáncer de páncreas arrasó con él en solo tres meses. “Sentí que tenía que atravesarlo de la mejor forma posible por mi hija y porque ya habíamos sufrido la muerte de mi papá. Eso me dio más fuerza. Le puse mucha energía y mucha onda por mí y por los demás. Desdramatizar fue la clave. Las quimios las viví bastante positiva y también cuando me tuve que pelar después de que se me cayó el primer mechón de pelo Mi hija participó, el papá de ella también y lo vivimos como un momento divertido y no triste o terrible”, resumió Andrea sobre sus dos años de tratamiento.
Foto: Andrea Bazar
Sentirse incompleta
Tras la mastectomía Andrea estuvo 6 años con una mama sí y otra no. “Es una mutilación. Después de la intervención yo no me había visto todavía y en ese momento el médico me dijo ‘tenés un tajo desde el centro del pecho hacia la axila y tenés una especie de hueco’. Fue súper traumático”, nos explicó Bazar quien con tiempo, ayuda, trabajo, fuerza y coraje pudo volver a mirarse al espejo y tocar la cicatriz.
Sobre el proceso de aceptación Andrea nos explicó: “Es un trabajo con una misma. No deja de ser una mutilación que a cada rato te recuerda que tuviste cáncer y eso es peor todavía. Claro que impidió que continuara con mi vida cotidiana, tenía complejos: qué me ponía, cómo, quién me veía. En mi entorno siempre lo hacía desde el humor y la desdramatización –ser actriz la ayudó– pero por dentro se jugaba otra cosa. Mi intimidad con mi compañero, el papá de mi hija, no funcionó. Había cosas muy extrañas que pasaban. Yo ya no era la misma”.
Después volvió al quirófano para hacerse la reconstrucción de la mama pero, si bien tenía prótesis, le faltaba la areola y el pezón para sentirse completa.
Los especialistas aconsejan una mamografía de base a los 35 años y, si todo está bien, controles anuales a partir de los 40 años. Antes el cáncer de mama era infrecuente, pero no imposible
El club de las tetas felices
“Una de las cosas que yo había dicho siempre, desde muy pequeña, era que jamás me iba a poner prótesis mamarias y jamás me iba a tatuar. Súper anticuada, pero me parecía algo terrible. Y bueno, el universo se rió de mí. Ya tenía prótesis y me había enterado que con un tatuaje se podía solucionar la falta de areola y pezón sin necesidad de una intervención quirúrgica”, nos explicó.
“Algunos no se animaban a hacérmelo, otros me pedían una suma increíble de dinero. Mi hermana me mostró una página de Facebook, ‘Mandinga Tattoo’, llamé, me dieron turno y fui sin pensarlo demasiado. Me acompañó una amiga”, continuó Bazar. Allí la recibió Diego Staropoli, tatuador y dueño de la fundación que hace tatuajes gratis a mujeres que padecieron cáncer de mama.
“Fui la segunda en tatuarme, el 28 de octubre de 2015 y ahora somos casi 1700 mujeres las que pertenecemos al ‘club de las tetas felices’. Terminamos siendo una familia. Encontré un montón de compañeras con las cuales pude empatizar. Hemos tenido pérdidas en el grupo y nos hemos apoyado entre todas. Es increíble el trabajo que hace Diego y es hermoso pertenecer porque nos enseña cada día que el amor te salva”, siguió Andrea.
“Fueron 10 minutos, o menos. ‘Listo, ya está’ me dijo y yo pensé ‘este me hizo cualquier cosa’ y cuando me miré al espejo me vi completa. En ese momento lo abracé a Diego así, en tetas, porque no podía creer lo que me había devuelto con un gesto tan hermoso que es hacer un tatuaje gratis. Me di cuenta que por más que yo me había dicho que la cicatriz no importaba porque significaba que estaba viva en realidad, era una mentira que me decía para sentirme mejor. Me faltaba verme completa y en ese momento me vi completa y fue un cierre hermoso. El final de esa etapa de enfermedad en mi vida y un nuevo comienzo”, completó.
“Hoy en día me siento muy feliz con mi cuerpo. Pude volver a ponerme en tetas en los encuentros de mujeres y a disfrutar de mi cuerpo. Pude dejar de criticarme frente al espejo que es algo que todas deberíamos dejar de hacer. Siento que tenemos que empezar a amarnos un poquito más a nosotras y a nuestros cuerpos. Mirarnos y vernos bien, estemos como estemos”, cerró.
Visibilidad al cáncer de mama
Andrea tenía 25 años cuando le diagnosticaron cáncer y en ese momento ella se sentía con falta de información al igual que su círculo cercano. “Lo que me di cuenta entre mis allegados es que además de haber mucho desconocimiento en el tema, todos se creen que nunca les va a pasar. Muchísimas amigas se empezaron a hacer chequeos después de lo que me pasó a mí y algunas no sabían cómo era una mastectomía”, aseguró Bazar.
Dos años después, en diciembre de 2018 recibió el alta oncológica. Siguió haciéndose controles primero una vez por mes, después cada tres meses, después cada seis y ahora anuales. “Es bastante traumático porque vuelven las inseguridades. Es como si nunca se fuese ese miedo a la sorpresa de que algún día te digan que algo anda mal”, concluyó la protagonista quien no permite que eso la paralice y sigue de pie, moviéndose, solicitando los turnos para sus chequeos, haciendo ruido y repitiendo que la detección temprana y un tratamiento oportuno salva vidas.