Carolina Antoniadis en Brasil
14 de mayo de 1999
De alguna manera, los viajes son para Carolina Antoniadis parte indisoluble de su trabajo. Un peregrinaje en el que va encontrando objetos y sacando fotos que después se incorporan a sus cuadros; una oportunidad para el fragmento.
En Círculo simbiótico , por ejemplo, una de las obras que formaron parte de su reciente exposición en el Museo Nacional de Bellas Artes, hay una mano de las que se usan en la India para hacer tatuajes que Carolina A. encontró en el Barrio Chino de París, un pescado de Entre Ríos, unas flores de Misiones, una gallina que antes fue un calco encontrado en una librería de Río de Janeiro.
Brasil también estuvo presente en El hotel de Curitiba , que fue una de sus primeras obras y que tal vez sea también la primera de un proyecto futuro: una serie basada en las estadas de Carolina A. en distintos cuartos de hotel.
La ciudad sumergida
Hay otro viaje a Brasil mucho más reciente. En agosto último fue invitada a Río de Janeiro para participar de una experiencia organizada por la Fundación Progreso y la Fundación Rockefeller, que consistía en juntar a dos artistas de distintos países que trabajaran en una misma línea estética. La propuesta era producir una obra en colaboración, a partir de cuatro días de trabajo intenso; "un método que puede ser relativamente habitual en otras artes, pero rarísimo en la pintura".
La rareza fue, de hecho, parte constitutiva del viaje: era la primera vez que Carolina A. se instalaba a producir en otra ciudad. Además de las diferencias del mundo que encontraba al salir de su internación en el taller, también los materiales imponían su extrañeza. "Todo el tiempo me veía sumergida en descripciones complicadísimas y detalladas, tratando de encontrar las equivalencias entre materiales."
Ese trabajo le dio la oportunidad de encontrarse con una ciudad diferente, con circuitos muy alejados del Río for export . "Con gente, incluso. Me llamó mucho la atención comprobar que los artistas, los intelectuales, se visten de un modo que no es el que uno suele asociar con una ciudad del trópico, un modo más europeo. Un día yo iba caminando con Ana Duráes, la plástica brasileña con la que estaba haciendo este trabajo, y me di cuenta de que era agosto y que mientras ella tenía puesta una polera marrón, permanentemente nos cruzábamos con gente en camisas hawaianas y ojotas.
"El tema es que más allá de ese mundo con el cual se tiende a identificar a Río, hay una intensa actividad artística. Hay muchísima obra pública, edificios en los que es común encontrar esculturas de artistas locales, hay muchas empresas que están comprometidas con el subsidio a las artes, hay una serie de curadores muy creativos.
"Y también hay un submundo de Río en el que se advierte su raigambre africana, un espacio en el que suelen coincidir habitantes de un mundo que podría llamarse marginal con estudiantes universitarios. Un día fuimos a un barrio antiguo que se llama Lapa, lleno de barcitos escondidos, todos pintados de colores, con la pintura descascarada y billares en el fondo.
"Había un ambiente muy vivo, sobre todo en los locales -que ellos llaman gafieiras - donde se baila bolero, samba, chorinhos y otras músicas más tradicionales. Aquel día vi un baile de capoeira impresionante; la gente se iba incorporando y nada era como en los espectáculos para turistas, donde todos tienen buen cuerpo y son jóvenes; acá bailaban todos: hombres gordos, chicos, mujeres viejas.
"Otro día fuimos al barcito donde se cantó la primera bossa nova: un lugar ínfimo de Copacabana que se llama Beco das Garrafas, cerca de la Praça do Lido; era como una vuelta a los setenta, todo estaba intacto. En el barrio Santa Teresa, donde hay muchos talleres de artistas y una atmósfera muy bohemia, asistí un día a la ceremonia de una verdadera feijoada. Todos los restaurantes ahí son de alguna manera una obra de arte, antiguos, llenos de esos cuadritos donde el arte popular vuelve a recordar la cultura africana: me los quería traer todos."
Dos meses después de aquel viaje las cosas volvieron a llevar a Carolina A. a Brasil, esta vez a la Bienal de San Pablo. Dice que lo que vio ahí fue de índole más espectacular: la profusión y la arquitectura de las galerías de arte, el movimiento que tienen, la existencia real de un mercado del arte, la obra increíble que formaba parte de la Bienal, que entonces tuvo como tema Antropofagia y canibalismo . En el medio, logró escabullirse hasta Liberdade, el barrio oriental: traspasó el gran portal rojo y se perdió entre los fragmentos.