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Catamarca, entre valles y quebradas

Tierra de altas cumbres, vestigios coloniales y paisajes imponentes, como el de la Puna, esta provincia norteña sorprende a los viajeros. La Ruta del Adobe, desde Tinogasta hasta Fiambalá, recorre pueblos donde los sueños aún se tejen a mano; el camino al Paso de San Francisco regala escenarios inolvidables




SAN FERNANDO DEL VALLE DE CATAMARCA.-- Esta provincia es una caja de sorpresas y una permanente invitación a la aventura diseñada para un viajero curioso y amante de la naturaleza en todo su esplendor. Las altas cumbres desafían al Aconcagua y tiene una misteriosa Puna plena de volcanes. Estos son sólo algunos de los paisajes de la provincia, que ofrece además de vestigios de su rica historia, minas donde todo lo que reluce es oro, un panorama permanente de olivares y viñedos, y sus famosas tejedoras que siguen dibujando historias.
A Catamarca uno se la puede imaginar con mil tonos de verde, pero el que se aventure a transitar en auto largos caminos podrá adentrarse en escenarios de insospechadas formas y coloridos, como el que lleva hasta el Paso de San Francisco, en el límite con Chile.
El viaje desde la capital de la provincia se inicia en la ruta nacional 38, un trayecto que rápidamente sumerge en un paisaje de olivares hasta Tinogasta, que ofrece lugares imperdibles, como una entrada a Huillapima (km 48), donde desde una colina reluce la iglesia de San Pablo. De 1886 su brillante cúpula azulada y el importante pórtico remite más a la gran arquitectura de Roma, que a su agreste entorno. Muy cerca está Concepción, villa turística con balneario y hostería ideal para un corto refrigerio o pasar el día.
En Chumbicha (km 63) sale el desvío a la ruta nacional 60, que lleva al destino final del recorrido. Un paisaje árido y seco con pequeños poblados que pasa por Aimogasta (La Rioja), famosa zona olivícola, donde se puede visitar el olivo de más de 400 años que ordenó talar el rey Carlos III en 1770. Con gran vigor, el histórico ejemplar sigue en plena producción. La ciudad cuenta con un moderno y confortable hotel, en cuyo restaurante se puede disfrutar de una buena cocina con excelentes vinos y aceites de oliva de la región.
En los próximos 120 kilómetros una serie de pintorescos poblados acompañan al viajero que se interna en los anchos valles de Abaucán y Chaschuil. Alpasinche es un caserío teñido --como todos los del lugar-- por la arcilla roja del río Colorado y en Cerro Negro está su iglesia que es Monumento Nacional. A la vera del camino le siguen pueblos agrícolas como Cordobita y Carrizal, plenos de ranchos tradicionales de adobe con galerías y pilares frente a las estribaciones serranas de Zapata y Copacabana. En el pueblo de Copacabana se puede ver la vieja estación de trenes recostada sobre los cerros y enfrente, al otro lado de la ruta, una pulpería abandonada que permite imaginar la importancia del establecimiento en la época en que el lugar era parada obligada del ferrocarril. La Puntilla es la última escala antes de llegar a Tinogasta, ciudad cabecera de la zona viñatera del río Abaucán, y sus fértiles valles fueron por mucho tiempo el Camino del Oeste que unía Cuyo con el Alto Perú. El cultivo de la vid se remonta al siglo XVIII, y esa tradición se conserva en bodegas como Vittorio Longo, Cuello Roca y Saleme. Se pueden visitar y hasta lograr una cata personalizada de los buenos vinos de la región.
La plaza 25 de Mayo es el eje central de la ciudad, donde está la iglesia de San Juan Bautista y un muy bien surtido centro municipal de artesanías. Se sabe que la zona es tierra de telares, y visitar alguno es un programa imperdible. Como doña Aldacira, que recibe a los visitantes en su casa donde es posible ver las mantas bordadas, un colorido tesoro artesanal de pura lana virgen, que ya anda recorriendo el mundo.
A poco más de 50 km está Fiambalá, tras recorrer la Ruta del Adobe, donde puede maravillarse con los sitios recuperados, muchos de ellos monumentos históricos. El tramo se va acercando lentamente a un peculiar paisaje, una lengua de 7 km de largo de viñedos, tendidos casi sobre la falda de los cerros, donde los arenales crean tonos apastelados. Pequeño y atractivo, el pueblo cuenta con sitios históricos, un Museo del Hombre --con momias y su ajuar bien conservados-- y una serie de tejedoras a las que se ve trabajando. Para los cultores de la salud, en una quebrada están las famosas termas, y los amantes del vino podrán catar variedades. Las dos modernas bodegas del lugar, Finca Don Diego y Cabernet de los Andes, ambas con excelentes vinos de altura, ofrecen degustaciones a los visitantes.

Camino a Chile por las altas cumbres

Son 197 km hasta el límite con Chile, por una ruta perfecta, con paisajes que no dan respiro al viajero. A 50 km de Fiambalá comienza la fiesta para los ojos, en los rojos intensos del cañón rocoso conocido como Las Angosturas, para abrirse luego al largo valle de Chaschuil, desde donde el camino comienza a subir.
En Cortadera, un destacamento de Gendarmería cercano a laguna con flamencos, el panorama se extiende a ambos lados del camino y aparecen las nevadas cumbres contrastando con las aterciopeladas gamas de colores de los cerros, y a sus pies el fulgurante amarillo de las vegas de coirón, que acompañan permanente la ruta. En el ascenso, cada uno de los parajes obliga a detener la marcha para captarlos en una fotografía. Allí surgen de pronto manadas de elegantes y huidizas vicuñas o guanacos, y la deslumbrante belleza parece crecer a medida que, en suave subida, se llega a la mitad del recorrido, donde asoma el potente paredón transversal de la cordillera de San Buenaventura, límite austral de la Puna.
Ya a más de 3000 metros de altura aparecen las altas cumbres del cerro Incahuasi (6683 m) y el San Francisco (6016 m), y muy cerca La Gruta con el último puesto de Gendarmería, antes de llegar al confín con Chile. El lugar, con un refugio para montañistas, concentra grupos provenientes de diferentes lugares del mundo, listos para emprender una escalada a los diferentes cerros, junto con los guías y baquianos, conocedores de la región.
Catorce kilómetros más adelante está la frontera, a 4830 m, el punto más alto del recorrido.
Merece la pena un último esfuerzo y hacer 17 km extras para llegar a la Laguna Verde, desde donde se obtienen increíbles vistas del volcán Ojos del Salado (6864 m), preciado destino junto al Pissis (6882 m) de los fanáticos andinistas que recorren la zona, plena además de lagunas de colores y descomunales panoramas.
Por Marta Salinas
Para LA NACION

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