
Catherine David vive en un nomadismo permanente y eso, dice, no le produce ningún tipo de desequilibrio. Por el contrario, es una forma de vivir que la mantiene en su eje. Rara vez pasa cuatro o cinco días seguidos en París, la ciudad donde tiene algo parecido a un domicilio. Allí, antes de abocarse a la tarea de curadora que ahora la lleva por el mundo, se graduó en historia del arte.
Allí también Catherine D. ha sido curadora del Centro de Arte Pompidou y de la Galería Nacional Jeu de Paume. El año último lo fue, además, de la Documenta X, que se realiza todos los años en Kassel, Alemania, donde propuso una muestra de gran audacia que dio lugar a muchos comentarios y a un importante debate. Ahora, en su cuarto paso por Buenos Aires, dice que rara vez deja de volver a un lugar que le gusta mucho.
"Estoy sumamente acostumbrada a viajar por trabajo, cosa que no atenta contra mi curiosidad. Yo voy siempre alerta y tengo la impresión de que me quedo con algo de cada lugar al que voy, que tengo la capacidad de desarrollar una empatía muy fuerte con el contexto, con lo que veo, con la gente.
"Justamente porque de algún modo mis viajes siempre vienen programados, estoy acostumbrada a no elegir, a tomar todo lo que puedo del lugar al que llego. Pero si tengo la posibilidad de hacer un viaje estrictamente personal, uno de los lugares que siempre elijo es el Medio Oriente. Aunque hoy más que nunca es obvio que no hay muchas razones que lo justifiquen, hay algo allí que me tranquiliza."
Mosaico sirio
"Siria es un país que siempre me interesó porque ahí se nota en qué términos puede darse una convivencia pacífica entre personas de culturas muy complejas, distintas. Se trata de una sociedad conformada como un mosaico, con una franja musulmana, otra católica, otra judía, otra drusa, todo en el contexto de un país laico. Es interesante recordar que Siria es uno de los pocos países árabes en los que no hay religión oficial."
El primer viaje de Catherine D. a Siria fue a mediados de la década del ochenta, y no estuvo capturado por la vida capitalina ni mediatizado por la vida de hotel: estuvo en casas de lugareños, viajó por pueblos y ciudades, y por el desierto en distintos medios que no excluyeron los ómnibus de línea.
En el desierto, cerca de Palmira, tuvo la oportunidad de compartir algunas horas con un grupo de cazadores de halcones que habían viajado desde los Emiratos Arabes para cazar las especies sirias, que son sumamente preciadas. "Era un grupo de viejos y de jóvenes especialmente entrenados para capturar los halcones, que a su vez son usados para cazar otros animales, desde liebres del desierto hasta gacelas.
"Esa gente se instala un mes entero en el desierto sirio en busca de esos halcones, que pueden llegar a igualar a un caballo de competición en precio. Era realmente impresionante estar ahí. A la noche me invitaron a cenar dentro de una carpa inmensa que habían instalado, toda llena de alfombras bellísimas donde nos ubicamos para comer. Cada uno de los halcones tenía su nombre y era capaz de reconocer a su dueño por la voz.
"Es muy interesante ver la relación que se establece entre los halcones y su dueño. De vuelta me hizo pensar en la que suele existir entre algunos hombres y su caballo: un gran entendimiento, respeto, conocimiento. Esa misma noche, cada uno de los pájaros recibió su ración de carne de la mano de su dueño, y alguno de ellos me contó que el tema de la alimentación es muy riguroso. Que incluso los halcones saben, cuando cazan una presa, que tienen derecho a comer las vísceras, pero nada más, con lo cual es normal ver que traen al animal entero con una prolija falta visceral."
Fragmentos de ciudades
Dice Catherine D. que no se trata de escenas con puro color local, que estos cazadores llegan hasta Siria en sus superjeeps climatizados y que a la noche van a tomar sus tragos al Hilton, de Palmira, una ciudad ubicada en el extremo norte del desierto sirio, que ya en el 1000 a.C. tuvo un gran desarrollo por estar ubicada en la ruta de caravanas entre el Golfo Pérsico y Egipto. Sus habitantes eran adoradores del Sol. "El personaje más famoso de Palmira fue Zenobia, esposa del monarca Odenato. Las sospechas que cayeron sobre ella después de la muerte de su marido nunca pudieron ser probadas, con lo cual Zenobia lo sucedió en el trono y declaró a su país independiente del Imperio Romano al que había sido anexado en el 106 de nuestra era. Era una mujer muy hábil y poderosa, y decía descender de Cleopatra. Cuando sus tropas fueron vencidas por las de Aureliano, en el 271, la conquista de Roma ya figuraba entre sus planes. Hoy, Palmira es una ciudad chica y bellísima -creo que no se puede ir a Siria sin visitarla- y está llena de esculturas que recuerdan a su Reina del Desierto."
Otra ciudad que formó parte de ese viaje fue Alepo, Halab para los lugareños. También al norte de Siria, sus orígenes se remontan al 2000 a.C. Estuvo bajo el poder de los árabes musulmanes, de los griegos y de los otomanos, y fue codiciada por los mongoles y los caballeros de las Cruzadas. En el siglo XVI fue un centro de intercambio comercial clave en el Mediterráneo, de ahí, su toque europeo.
"Alepo es como un cuadro de Delacroix, en tonos oscuros porque no hay luz eléctrica. Y esas puertas de madera pesadas, antiguas. La zona de los souks es impresionante. Esos mercados, con olor a especias, donde se vende de todo, cosas terriblemente disímiles. El souk que más me impresionó es el de carnes porque, al igual que en otros lugares de Oriente, los vendedores cuelgan esos cuerpos de animales y las vísceras en las puertas."
Luego estuvo Sweida, donde fue invitada a una casa en la que unas chicas de jeans hablaban español con acento sudamericano. "Ocurre que Sweida es una ciudad que agrupa especialmente a los integrantes de la cultura drusa, que son árabes que han emigrado en gran número hacia Venezuela. Esta chica se había casado allá con un druso que ahora comerciaba entre los dos países, porque son muy buenos comerciantes."
"Y también Damasco, ciudad capital que ya tenía relevancia en el siglo V a.C. Fue también capital persa, centro griego, ciudad romana y luego árabe. A partir de las primeras décadas de este siglo y hasta la independencia siria, que se concretó en 1994, estuvo bajo el poder y el influjo francés.
"En la década del cincuenta era muy fuerte el intercambio cultural entre París y Damasco, y la Escuela Francesa de Damasco siempre ha sido un punto de referencia para todos aquellos que trabajan con culturas sirias o árabes en general.
"De la ciudad recuerdo la mezquita Omayyed, donde se supone que está la tumba de San Juan Bautista, y la parte vieja, donde todavía sobrevive parte de las antiguas murallas.
"Después, en general, me acuerdo de fragmentos, de momentos. El día que entré en un café de atmósfera tenue, donde sólo había hombres que fumaban y escuchaban a uno que recitaba historias; de las formas del respeto que tuve que incorporar para no irrumpir en lugares prohibidos, en gestos molestos para la vida tranquila de Oriente. Me acuerdo también de algunas escenas nocturnas, visiones que pasan como ráfagas. Y de mi llegada a Damasco que fue, como es común en las grandes capitales, arrabalera, periférica. Uno nunca llega a esas ciudades bellísimas de una manera triunfal, y lo prefiero así. Yo nunca viajo en busca de lo espectacular."
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