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Cerveza alemana y ritmo brasileño, en Blumenau

Esta ciudad del estado de Santa Catarina se caracteriza por la influencia germana y su Oktoberfest




BLUMENAU (El Mercurio, de Santiago de Chile).- David Martins camina con el pecho inflado. Cada uno de sus pasos es ovacionado por la multitud, que se agolpa en las veredas de la Rua 15 de Novembro. El, adoptando un aire de gran señor, saluda y levanta los brazos en son de triunfo. Hoy, David es rey en su ciudad natal, Blumenau. Acaba de coronarse campeón entre los mejores bebedores de cerveza de Brasil durante la Oktoberfest de esta ciudad del estado de Santa Catarina. Y para que no haya dudas sobre su triunfo, el brasileño de origen alemán se detiene unos instantes ante su público y empina al seco y sin derramar ni una gota 700 centímetros cúbicos del dorado brebaje en 12 segundos y 97 centésimas.
Para lograr esta victoria y caminar delante del grupo de tomadores durante el desfile de clausura de la vigésima primera versión de la Oktoberfest de Blumenau, David pasó las últimas dos semanas demostrando sus dotes de buen bebedor, junto a varios adversarios provenientes de Florianópolis, São Paulo, Río de Janeiro y Salvador de Bahía. Cada noche subía al escenario del pabellón B de la Proeb -el parque de exposiciones de la ciudad y donde se celebra cada año la Fiesta de la Cerveza- ataviado con un gigantesco babero rojo y provisto de su metro de cerveza. Plantaba bien las piernas, echaba la espalda atrás, se equilibraba y tomaba el contenido de esa especie de tubo de ensayo antes que el resto, siempre azuzado por los entusiastas alaridos de la audiencia, que gritaba por cualquiera que lograra empinar la probeta tamaño familiar.

¿La más grande del mundo?

No es casual que David Martins ganara esta alcohólica contienda. David es blumenauense y lleva la pasión por la cerveza en sus genes. Así como David, un alto porcentaje de los 250 mil habitantes de Blumenau siente esa misma pasión, heredada de sus ancestros alemanes que llegaron a Brasil en 1850. En un intento por rescatar las tradiciones de los colonos venidos de Europa, la descendencia brasileña decretó emular la mayor fiesta dedicada a la cerveza en el mundo, la Oktoberfest de Munich, y en 1984 se largó a festejar durante diez días la primera Oktoberfest en la historia de la ciudad.
Hoy, los brasileños proclaman la fiesta de la cerveza de Blumenau como la más grande después de Munich, con un promedio de 700 mil visitantes, que han tomado unos 400 mil litros de cerveza cada año. Durante dos semanas y media -este año la fiesta comenzó el 7 de octubre y terminó el 24- la ciudad se viste de negro, rojo y amarillo, las bandas musicales se multiplican por las calles con canciones alemanas añejas interpretadas medio en portugués medio en dialecto bávaro, los hombres circulan cerveza en mano ataviados con pantalones cortos y tiradores, y las mujeres visten sus trajes de campesina del siglo XIX, coronadas con un cintillo de flores multicolor.

Acordeón con batucada

En las calles de Blumenau uno se siente en algún pueblo de la Selva Negra. La perfumería se llama Fräulein, el centro comercial es el Neumarkt, y los proveedores comerciales tienen apellidos como Weber, Hermann o Hering. En las casas de música abundan los conjuntos folklóricos alemanes; en las tiendas de souvenirs sólo hay jarrones de cerveza y plumas para los sombreros de fieltro.
Esto podría ser Alemania. Sólo que en Alemania la música de las bandas sería monótona, mientras que en Blumenau combinan el acordeón con las batucadas. En Alemania, los bailarines se asemejarían a un robot marcando el paso, mientras que en Blumenau agitan las caderas con gracia. En Alemania son los reyes de la cerveza y toman desde temprano, pero se van a sus casas recién caída la noche. En Blumenau, en cambio, la noche sólo aviva las ganas de festejar. Y si de festejar se trata, los brasileños dictan cátedra.
Al principio, las marchas y la música alemanas parecen pintorescas. Uno asume su rol de turista deslumbrado con tanto despliegue escénico y, a la hora de almuerzo, se siente en una verdadera taberna bávara. Hay cerveza de todos los sabores -se puede catar antes de pedir la variedad que uno quiere beber-; las salchichas son sabrosas; las costillas de cerdo están jugosas, y uno descubre al menos siete formas de preparar el repollo.
La arquitectura del barrio antiguo de Blumenau y lo gris del día contribuyen a la ilusión. Ahí están la iglesia luterana con su fachada de estilo gótico; el museo de la cerveza, y el mausoleo de Hermann Bruno Otto Blumenau, el fundador de la ciudad. La reina y sus dos princesas lucen cansadas el último sábado de la
Oktoberfest. Caminan por un pasillo de servicio detrás del animador del encuentro –versión teñida y tirolesa de Juan Gabriel– abrazadas para no ser devoradas por el tumulto que asiste a la Proeb. Llevan dos semanas con la sonrisa dibujada, prisioneras de un traje espantoso que las hace aparecer como novia de torta, asistiendo a todas las actividades de la fiesta. Ellas abren el desfile, presentan las competencias y alientan a la concurrencia a tomar más cerveza.

Se acerca el fin

Hoy ya no quieren más guerra. Son las 12 de la noche, en Blumenau diluvia y la humedad se ha encargado de correrles la pintura y desarmarles los bucles dorados que adornaban las cabezas. Sólo queda el último desfile por la Rua 15 de Novembro y su labor, que comenzó en marzo, habrá terminado. Cada chica que pasa a su lado las mira con una mezcla de envidia y pena. Envidia, porque ser reina de la Oktoberfest aquí reviste casi la misma importancia que ser Miss Universo en Venezuela y cualquiera de las chicas de Blumenau pudo ser la reina este año; todas son modelos en potencia. Pena, simplemente porque el aspecto abatido de la reina y su séquito no inspira otra cosa.
Aunque llueve a cántaros, la última noche de la Oktoberfest de Blumenau es una locura. Los más viejos siguen sentados en los largos mesones del pabellón B, con el jarrón de cerveza siempre lleno. Otros sacan a sus mujeres a bailar una polca al ritmo del grupo folklórico que suena entre el barullo. Y algunos entusiastas juegan bochas y lanzan dardos en un rincón, como si estuvieran en un tranquilo bar y no en la vorágine de una fiesta que atrae a toda la juventud de la región en son de juerga.
Mientras tanto, en el pabellón A –un galpón más grande que una cancha de fútbol–, la banda XV Show enciende el ambiente con tambores, sones eléctricos, música popular y repetidos ein Prosit, ein Prosit, que la turba contesta haciendo chocar los vasos y acudiendo con más ganas a las largas filas que hay en los expendedores de cerveza. Todos cantan como si se tratara del recital del grupo de moda y bailan en perfecta coreografía, con la soltura de cuerpo propia del trópico.
Aquí lo único que importa es pasarlo bien. Sin embargo, la Oktoberfest no pierde su esencia de fiesta familiar. Pese al tumulto, el recinto de la Proeb se siente seguro y parece una gran kermés, en la que pasean padres con sus hijos pequeños.
Soledad Holley

Datos útiles

Cómo llegar

Se puede llegar a Blumenau vía Florianópolis (a 131 kilómetros) o Navegantes (a 59 kilómetros). El taxi de Navegantes a Blumenau cuesta 114 reales, mientras que el pasaje en micro desde Florianópolis con la empresa Reunidas, 21,95 reales.

Alojamiento

Hotel Ibis: habitación doble, desde 59 reales. Desayuno, 8 reales por persona. Rua Paul Hering 67, www.ibishotel.com .
Hotel Steinhausen: en época de Oktoberfest tiene la mejor ubicación, a tres cuadras de la Proeb. Habitación doble, desde 120 reales. Rua Minas Gerais 53; (55-47) 329 2437, www.hotelsteinhausen.com.br .
Hotel Himmelblau: uno de los mejores hoteles de Blumenau, en pleno centro. Habitación doble, desde 198 reales. Rua 7 de Setembro 1415; (55-47) 326 5800, www.himmelblau.com.br

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por Redacción OHLALÁ!

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