

LIMA (The New York Times).- El itinerario ya estaba establecido: de los Andes al Amazonas, comenzando la caminata a través de ruinas preincaicas en el bosque Nuboso, descendiendo a un paraíso sensual, pasando el fin de semana en un romántico refugio en medio de la selva.
Pero existen varias razones por las que la región de Chachapoyas, en el norte de Perú -donde las orquídeas parecen brotar de cada grieta y las tumbas en las laderas rocosas de los cerros reinan sobre los valles verdes-, es una de las menos visitadas. Para empezar, llegar allí es todo una odisea.
Hay sólo un vuelo semanal que sale de Lima con destino a la ciudad de Chachapoyas, que es el mismo nombre que tienen la provincia y el territorio más extenso del antiguo pueblo chachapoya. Los vuelos a menudo se cancelan por las fuertes lluvias, aun en plena estación seca, que va de abril a octubre.
Poco es lo que se conoce del pueblo chachapoya, que dominó casi 65.000 km2 desde alrededor del año 800 hasta ser conquistados en la década de 1470 por los incas, que a su vez fueron expulsados por los españoles en la década de 1530. Sus fortalezas de piedra en lo alto de las colinas y los mausoleos en las laderas rocosas, ocultos durante siglos por la selva, despiertan un interés creciente por parte de los arqueólogos, que compiten con los saqueadores (y entre ellos mismos) para hallar sitios donde aún no llegó el pillaje.
Largo camino
Es difícil imaginar cómo estos sujetos accedieron a los mausoleos de Karajía, donde llegamos después de un viaje por tierra de dos horas en dirección noroeste en un taxi desde Chachapoyas y una caminata de una hora por campos de maíz .
Al observar desde un acantilado, divisamos una hilera de sarcófagos de 2,4 m de altura, hechos de caña y barro con formas humanas estilizadas: caras ovaladas, mentones salientes, narices prominentes, con adornos de pluma pintados sobre el pecho. Cerca de allí hay figuras similares con rostros a la altura del abdomen; evidentemente, nos comentó nuestro guía, Jesús, se trataba de tumbas pertenecientes a personas menos importantes. Originariamente, guardaban momias y ofrendas, ahora son armazones vacíos.
A la mañana siguiente, fuimos hacia el Sur. Dejamos el equipaje en El Chillo, una estancia cubierta de buganvillas sobre el río Utchubamba, casi a una hora de Chachapoyas, y comenzamos a escalar nuevamente. Dos horas después, llegamos a La Jalca Grande, un pueblo de piedra de lo más pintoresco, a 2590 m de altura, que fue fundado por los españoles en 1538, y en el que casi todas las mujeres que vimos llevaban agujas de tejer.
¿Dónde podíamos encontrar un lugar para comprar tejidos? Los habitantes del pueblo, muy amables, nos condujeron hasta un puesto dentro de un patio. Había un poncho naranja rojizo, como los que usan los lugareños, muy bonito, pero elegí una manta suave de lana a rayas rojas y blancas para mirar televisión en invierno, por alrededor de 40 dólares.
El próximo destino fue Leymebamba, otro pueblo colorido, a dos horas al sur de La Jalca, donde desde hace tres años se encuentra el Museo Leymebamba, una vitrina de la cultura chachapoya.
Una cámara climatizada, visible a través de una pared de vidrio, exhibe las momias, envueltas en telas bordadas, con rostros infantiles. Mientras que los cuerpos que halló Keith Muscutt fueron momificados en forma natural; a los de Laguna de los Cóndores les habían quitado las vísceras, los orificios taponados y la piel tratada. Si fueron los incas los que introdujeron este método de momificación en la zona sigue siendo un misterio, dijo la bioarqueóloga Sonia Guillén, que anduvo 10 horas en mula para retirar el contenido de las tumbas, incluyendo 210 momias, antes de que se perdieran para siempre.
Traducción: Andrea Arko
Robin Cembalest
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