

CHARTRES, Francia.- Sobre una colina y circundada por las casas, la catedral de Chartres se destaca visualmente desde casi cualquier punto del pueblo y de la gran planicie triguera, a su alrededor. Los pasos del visitante se encaminan solos hacia la monumental construcción.
Las grandes catedrales góticas de Europa, si bien comparten notorias características comunes, distan de ser todas iguales. Al llegar desde la capital francesa, lo primero que salta a la vista aquí es que, a diferencia de Notre Dame de París, a la Notre Dame de Chartres (como es sabido, obviamente, ambas fueron denominadas con la misma advocación a la Virgen) le construyeron las torres hasta las cimas, en lugar de dejarlas truncas. Lo segundo que sorprende es que, además, las torres son diferentes entre sí.
En la Edad Media no se experimentaba esa tendencia a la simetría que se impuso a partir del Renacimiento, con el afianzamiento del poder central de los reyes y su correlato visual en lo arquitectónico, urbanístico y paisajístico. Así, desde el centro se procura dominar hasta el horizonte, y todo tiende a ser parejo.
Las catedrales góticas, en general, ni siquiera fueron construidas sobre la base de un plano general de la obra, sino que se fueron diseñando sobre la marcha. Se empezaba y luego se iba viendo cómo cerraba todo. Esto hace aun más pasmosa la pericia de la gente que, aun viviendo en covachas, tenía la habilidad de construir estas enormes, complejas y tan duraderas maravillas.
Agujas que llegan al cielo
Con respecto a Notre Dame de Chartres, en particular, fue una de las que se edificó más rápidamente. En su mayor parte, en la primera mitad del siglo XIII. Además, fue una de las que menos cambios sufrió, por eso goza de una unidad estilística poco común entre las catedrales góticas.
Pero, como se mencionó antes, esto no es lo que se advierte a primera vista. La referencia a la unidad se apunta al cuerpo central de la iglesia y no a su impactante frente, que está en el lado oeste, y ostenta el gran Portal Real que sos tiene torres disímiles. Data principalmente del siglo XII y contiene elementos del estilo románico (conocido por sus arcos redondos a diferencia de los ojivales góticos). La elegante torre sur (el Clocher Vieux o campanario viejo) es de esa época y, con sus 105 metros de altura, es la aguja románica más alta que se conserva.
Pero en 1506 un rayo destruyó su par norte (cuya aguja era de madera recubierta de plomo) y, en los años siguientes, se lo reemplazó por el actual Clocher Neuf, en el que se trabajó con el estilo gótico bastante cargado de ese entonces. Con 112 metros (119, si se cuentan las veletas) este campanario nuevo es el más alto de Francia a excepción de Estrasburgo.
El tripartito Portón Real, coronado por arcos apenas ojivales, es una apretada galería de centenares de esculturas que constituyen algo así como una gigantesca historieta del devenir del mundo, desde los profetas y reyes del Antiguo Testamento hasta las bestias del Apocalipsis, hecha en piedra caliza.
Al entrar en la catedral, lo que inmediatamente se nota es cuán oscuro es su interior. No es un error de construcción. Los vitrales que se destacan por sus profundos rojos y azules y que, en gran parte, son los originales (fueron desmontados y puestos a resguardo durante las grandes guerras, y vueltos a instalar después) se cuentan entre los más magníficos de Europa.
Pero estos vitrales datan de un período temprano en la evolución del vitral gótico, en el que se consideraba que su función era la de dotar de luz al interior, al cual se ingresaba para sumergirse en la meditación. Por eso se empleaban matices de color que recordaran las joyas que el Apocalipsis predice para la decoración de la Jerusalén celestial.
La unidad estilística de la estructura externa, salvo el frente oeste, tampoco se extiende a toda la decoración del interior. El muro del coro se esculpió a lo largo de dos centurias, abarcando una clara diversidad de artistas y escuelas. La cripta, que es románica, es la mayor de Francia. Sólo se la puede visitar en horarios determinados, con visitas guiadas. En el centro de la nave principal, como parte integral de las lajas del piso, se dibujó un gran laberinto que los devotos recorrían a pie o de rodillas. Hoy se lo debe adivinar bajo las patas de sillas dispuestas sobre él.
El tesoro, albergado en una de las capillas absidales (del fondo), contiene lo que se afirmaba ser el Velo de la Virgen, el auténtico lienzo que la cubrió en el momento de alumbrar a Jesús.
Salvación milagrosa
En realidad, este sitio ya fue un imán religioso antes del cristianismo, porque la tribu celta local, la de los carnutos -de cuyo nombre proviene lejanamente la actual denominación de la ciudad- tenía aquí un centro druida antes de la llegada de los romanos.
El rayo de 1506 no fue la única desgracia que les acaeció a las sucesivas catedrales de Chartres, ni mucho menos. Cuando no la destruían los vikingos (año 858) era un conde cristiano enemistado (743) el que se ensañaba.
Sin embargo, una vez (911), el Velo de la Virgen salvó no sólo a la iglesia sino a toda la ciudad. Exhibido desde los muros a otra oleada vikinga, no sólo la hizo retroceder, sino que movió a su jefe a la conversión. Como premio lo nombraron duque de Normandía, y así se afrancesó. También hubo catastróficos incendios (1020, 1030, 1194). La actual estructura es la que se edificó sobre la base de lo poco que quedó en 1194.
Así y todo, el principal peligro se corrió, más recientemente, tras la Revolución Francesa. La religión había sido un sostén de la monarquía opresora, y hubo una ola antirreligiosa que pretendía acabar con la catedral. Incluso los más enardecidos destrozaron la pared del coro, por eso, el visitante encuentra tantas estatuas decapitadas.
Nicolás Meyer
Subidas, bajadas y escaleras
Con la celebérrima catedral no se agota el interés de esta agradable localidad francesa. La calles y callejas de su centro histórico se burlan de toda regularidad. Esto vale no sólo para las dos dimensiones horizontales, por sus meandros típicos de una traza urbana medieval, sino para la dimensión vertical, con subidas y bajadas que a veces se resuelven con escalinatas.
Para comodidad del visitante con limitaciones de tiempo se ha pensado cuál es el recorrido que combina las mejores vistas y los principales tesoros medievales, y se lo ha señalizado claramente.
Así, uniendo los diversos puntos de atracción, se parte de la catedral, se baja hasta el río Eure (en América se lo catalogaría como un arroyo, pero en el contexto europeo tiene la categoría de río), se pasea por su romántica ribera, y se concluye ascendiendo nuevamente a Notre Dame, el centro de todo.
El pasado entre paredes
Entre los edificios más bellos se cuentan numerosas casas privadas del 1400 y 1500, y una rareza: una del 1100 aún habitada, la Maison Romane, adornada con relieves grotescos.
También llama la atención la Escalera de la Reina Berta, una aparatosa torre circular del 1500, que parece exceder en mucho a las demás pretensiones de la casa en la cual se halla insertada a medias, y sobresaliendo del resto.
Para los que gustan de los vitrales medievales, Chartres ofrece no sólo los de la catedral, sino el muy notable despliegue de la iglesia de San Pedro, y todo un museo dedicado al tema, el Centro Internacional del Vitral.
Datos útiles
Cómo llegar
- El pasaje aéreo hasta París cuesta aproximadamente 1000 dólares, ida y vuelta, con impuestos y tasas. Se llega fácilmente a Chartres desde París en tren o en ómnibus, en un recorrido que pasa por Versalles.
- De las distintas terminales ferroviarias de París, hay que dirigirse a la Gare Montparnasse. El viaje toma aproximadamente una hora, en segunda clase el pasaje cuesta 12 dólares. Hay trenes sólo de día.
Alojamiento
- La habitación doble en un hotel 5 estrellas de lujo cuesta entre 170 y 600 dólares; 5 estrellas, desde 158 hasta 453; 4 estrellas, entre 105 y 470; 3 estrellas, de 56 a 191; 2 estrellas, de 29 a 121.
Recomendaciones
- Dentro de la vieja ciudad, para el sendero turístico se ofrecen explicativos cassettes de audio, alquilables en la Oficina de Turismo. Para los que no quieren o pueden caminar mucho, sobre todo por los desniveles del terreno, en los meses de más turismo hay paseos por la ciudad en una caravana motorizada disfrazada de trencito blanco.
- A la hora de almorzar, si el bolsillo lo permite no hay lugar más romántico que un antiguo molino sobre el Eure transformado en restaurante, el Moulin de Ponceau, desde cuyas mesas casi se pueden acariciar los patos que circulan por las tranquilas aguas.
Más información
- En Buenos Aires, Maison de la France, Avda. Roque Sáenz Peña 648 9º piso, de lunes a viernes, de 9 a 12.45; 4345-0664.
- En Francia, Oficina de Turismo de Chartres, Place de la Cathédrale BP 289 - 28005 Chartres Cedex (322) 37215000.
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